Filosofía y quehaceres de la vida humana.

La vida humana es una realidad radical que requiere acción y creencias estructuradas para existir y entenderse, según Ortega y Gasset.
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La filosofía y los quehaceres de la vida humana han sido temas centrales en el pensamiento de grandes pensadores, entre los que destaca José Ortega y Gasset. En su obra Historia como sistema, Ortega profundiza en la naturaleza radical de la existencia humana, explorando cómo nuestras acciones y creencias estructuran nuestra realidad cotidiana. Este artículo analiza cómo la vida no nos es dada completa, sino que requiere un constante hacer y decidir, posicionando la filosofía como una herramienta esencial para comprender y orientar los quehaceres de la vida humana en su complejidad y profundidad. A continuación, desentrañamos estas ideas para revelar su relevancia en el mundo contemporáneo.

Persona moderna leyendo un libro en un parque, rodeada de un grupo diverso de personas, simbolizando la vida humana como acción y creencias según Ortega y Gasset, con un fondo de ciudad contemporánea.

Para adentrarse en el texto de José Ortega y Gasset, extraído de su obra Historia como sistema, es esencial situarse en el contexto histórico y conceptual que lo inspira, así como en las ideas filosóficas que subyacen en su análisis sobre la vida humana. Ortega, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX en España, desarrolló su pensamiento en un periodo marcado por profundas transformaciones sociales, políticas y culturales, como la crisis de las ideologías tradicionales tras la Primera Guerra Mundial, el auge de las vanguardias y los desafíos de la modernidad en Europa.

Históricamente, Historia como sistema se enmarca en la década de 1940, cuando Ortega, exiliado en Argentina tras la Guerra Civil Española (1936-1939), reflexionaba sobre la decadencia de las estructuras culturales y las creencias que habían sostenido a las sociedades occidentales. Su filosofía, conocida como "raciovitalismo", combina elementos del idealismo, el existencialismo y el perspectivismo, proponiendo que la vida humana es el punto de partida de toda realidad y que el hombre debe enfrentarse a su existencia mediante decisiones libres, aunque cargadas de incertidumbre.

Conceptualmente, Ortega parte de la idea de que la vida humana no es un dato estático, sino un "quehacer" activo y dinámico. A diferencia de los objetos naturales, como los astros o las piedras, que siguen trayectorias predeterminadas, el ser humano debe crear su propia existencia a través de acciones y convicciones, lo que introduce una tensión entre libertad y responsabilidad. Este enfoque resuena con las preocupaciones existencialistas de su época, pero también se distingue por su énfasis en las creencias como el "suelo" de la vida, organizadas en un sistema jerárquico que da sentido a nuestras decisiones y comportamientos.

Este contexto histórico —de crisis y reconstrucción— y esta visión filosófica —centrada en la vida como realidad radical— invitan al lector a reflexionar sobre cómo las creencias y los quehaceres cotidianos moldean no solo la existencia individual, sino también la colectiva, en un mundo en constante cambio. Con esta base, el texto de Ortega adquiere una profundidad que conecta la filosofía con los desafíos prácticos de la vida humana, haciendo de su lectura una exploración tanto intelectual como existencial.

Lectura de Ortega y Gasset en Historia como sistema.



La vida humana es una realidad extraña, de la cual lo primero que conviene decir es que es la realidad radical, en el sentido en que a ella tenemos que referir todas las demás, ya que las demás realidades, efectivas o presuntos, tienen de uno u otro modo que aparecer en ella.
La nota más trivial, pero a la vez la más importante de la vida humana, es que el hombre no tiene otro remedio que estar haciendo algo para sostenerse en la existencia. La vida nos es dada, puesto que no nos la damos a nosotros mismos, sino que nos encontramos en ella de pronto y sin saber cómo, Pero la vida que nos es dada no nos es dada hecha, sino que necesitamos hacérnosla nosotros, cada cual la suya. La vida es quehacer, Y lo más grave de estos quehaceres en que la vida consiste no es que sea preciso hacerlos, sino, en cierto modo, lo contrario; quiero decir, que nos encontramos Siempre forzados a hacer algo pero no nos encontramos nunca estrictamente forzados a hacer algo determinado, que no nos es impuesto este o el otro quehacer, como le es impuesta al astro su trayectoria o a la piedra su gravitación. Antes que hacer algo, tiene cada hombre que decidir, por su cuenta y riesgo, lo que va a hacer. Pero esta decisión es imposible si el hombre no posee algunas convicciones sobre lo que son las cosas en su derredor, los otros hombres, él mismo. Sólo en vista de ellas puede, preferir una acción a otra, puede, en suma, vivir.
De aquí que el hombre tenga que estar siempre en alguna creencia y que la estructura de su vida dependa primordialmente de las creencias en qué esté y que los cambios más decisivos en la humanidad sean los cambios de creencias, la intensificación o debilitación de las creencias. El diagnóstico de una existencia humana —de un hombre, de un pueblo, de una época– tiene que comenzar filiando el repertorio de sus convicciones. Son éstas el suelo de nuestra vida. Por eso se dice que en ellas el hombre está. Las creencias son lo que verdaderamente constituye el estado del hombre. Las he llamado «repertorio» para indicar que la pluralidad de creencias en que un hombre, un pueblo o una época ésta no posee nunca una articulación plenamente lógica, es decir, que no forma un sistema de ideas, como lo es o aspira a serlo, por ejemplo, una filosofía. Las creencias que coexisten en una vida humana, que la sostienen, impulsan y dirigen son, a veces, incongruentes, contradictorias o, por lo menos, inconexas. Nótese que todas estas calificaciones afectan a las creencias por lo que tienen de ideas. Pero es un error definir la creencia como idea. La idea agota su papel y consistencia con ser pensada, y un hombre puede pensar cuanto se le antoje y aun muchas cosas contra su antojo. En la mente surgen espontáneamente pensamientos sin nuestra voluntad ni deliberación y sin que produzcan efecto alguno en nuestro comportamiento. La creencia no es, sin más, la idea que se piensa, sino aquella en que además se cree. Y el creer no es ya una operación del mecanismo «intelectual», sino que es una función del viviente como tal, la función de orientar su conducta, su quehacer.

Hecha esta advertencia, puedo retirar la expresión antes usada y decir que las creencias, mero repertorio incongruente en cuanta son sólo ideas, forman siempre un sistema en cuanto efectivas creencias o, lo que es igual, que, inarticuladas desde el punto de vista lógico o propiamente intelectual, tienen siempre una articulación vital, funcionan como creencias apoyándose unas en otras, integrándose y combinándose. En suma, que se dan siempre como miembros de un organismo, de una estructura. Esto hace, entre otras cosas, que posean siempre una arquitectura y actúen en jerarquía. Hay en toda vida humana creencias básicas, fundamentales, radicales, y hay otras derivadas de aquéllas, sustentadas sobre aquéllas y secundarias. Esta indicación no puede ser más trivial, pero yo no tengo la culpa de que, aun siendo trivial, sea de la mayor importancia.
Pues si las creencias de que se vive careciesen de estructura, siendo como son en cada vida innumerables, constituirían una pululación indócil a todo orden y, por lo mismo, ininteligible. Es
decir, que sería imposible el conocimiento de la vida humana. El hecho de que, por el contrario, aparezcan en estructura y con jerarquía permite descubrir su orden secreto y, por tanto, entender la vida propia y la ajena, la de hoy y la de otro tiempo. Así podemos decir ahora: el diagnóstico de una existencia humana –de un hombre, de un pueblo, de una época– tiene que comenzar filiando el sistema de sus convicciones y para ello, antes que nada, fijando su creencia fundamental, la decisiva, la que porta y vivifica todas las demás. Ahora bien: para fijar el estado de las creencias en un cierto momento, no hay más método que el de comparar éste con otro u otros. Cuanto mayor sea el número de los términos de comparación, más preciso será el resultado –otra advertencia banal cuyas consecuencias de alto bordo emergerán súbitamente al cabo de esta meditación.



Lectura de Ortega y Gasset en Historia como sistema.

                                           
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