«Parentesco de la filosofía y las bellas artes»
¿Qué es la vida? A esta pregunta responde a su manera y con absoluta tranquilidad toda obra de arte verdadera y lograda. Ahora bien, las artes solo hablan el lenguaje ingenuo e infantil de la intuición, no el abstracto y serio de la reflexión: de ahí que su respuesta sea una imagen pasajera, no un conocimiento universal permanente. Así que, para la intuición, toda obra de arte responde a esa pregunta: cada pintura, cada estatua, cada poema, cada escena en el teatro; también la música aporta su respuesta y, por cierto, con mayor profundidad que todas las demás, pues ella expresa la esencia más íntima de toda vida y de toda existencia en un lenguaje inteligible de inmediato pero intraducibie al lenguaje de la razón. De manera que todas las demás artes presentan ante quien pregunta una imagen intuitiva y dicen: ¿¡Mira aquí, esto es la vida!? Su respuesta, por muy correcta que pueda ser, proporciona solo una satisfacción parcial en vez de una satisfacción completa y definitiva. Y es que aquellas ofrecen siempre un fragmento, un ejemplo en vez de la regla, no la totalidad que solo puede ofrecerse en la universalidad del concepto. Dar una respuesta para este, es decir, para la reflexión e in abstracto, a la mencionada pregunta, que sea duradera y que baste para siempre, es la tarea de la filosofía. Entre tanto, vemos aquí sobre qué se sustenta el parentesco de la filosofía con las bellas artes y podemos inferir en qué medida también la capacidad para ambas posee una misma raíz, si bien muy diferente en su dirección y en lo secundario.
Lectura de Michel Onfray en Antimanual de filosofía.
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