La crisis de la concepción clásica del saber | ||||
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Dentro de la tradición occidental siempre se ha considerado la unidad del saber como algo positivo. Esta idea se habría reflejado en la metáfora del saber como un árbol: el conocimiento como un ser vivo con cierta estabilidad, solidez y fijeza dividida por partes. Pero ¿sobre qué se asienta esta metáfora?
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De los modernos
que han utilizado esta metáfora destaca Descartes. La raíz del árbol es la
metafísica, el tronco es la física y las ramas son las ciencias experimentales
hasta llegar a la copa de la moral. Se trata de un saber que implica lo teórico
y lo práctico. En el caso de Descartes no habla de lógica, sino de conversión
matemática del método como aquello que va a permitir dotar de base al saber.
Saber propedéutico, extensión matemática. Lo cual supone un giro completo de
Aristóteles. Éste, en cambio, no utiliza esta metáfora sino que habla de tres ejes:
matemática, física y "metafísica". Aquí hay jerarquía, aunque según
abstracción, teniendo en cuenta una concepción global de conocimiento. Mas que
despliegue hay un camino ascendente y profundo de la realidad. Esto es en el
campo sustantivo, aunque también hay otros órganos como la lógica que después nos permitiría elaborar un saber con contenido.
Sin embargo, antes y
después de ellos se había puesto en duda esa manera de entender el saber. Ya
los presocráticos consideraron que más que de un árbol habría que hablar de
arboleda en el que crecen distintos tipos de teorías. Así como Tales consiguió
poner en el recto camino a la matemática estableciendo puntos de partida que
todos aceptaran, esto no sucedió en la filosofía. Es por ello que pronto
apareció la sofística. Ésta supondría la primera gran
escisión de la filosofía que renuncia al saber teórico por el práctico, que
renuncia, en definitiva, a la búsqueda de la verdad porque parece que alcanzarla es un imposible.
Quizá sea
demasiado aventurado pero me atrevería a afirmar que algo así ocurre también en
nuestra época. Como hace dos mil quinientos años la objetividad científica nos
deslumbra y en ocasiones puede llegar a humillar al pensamiento filosófico. Por
otro lado, la proliferación continua de teorías contrapuestas que intentan acabar con la anterior (nuestra tradición es ser revolucionarios) no facilita la
comprensión adecuada de los problemas y, mucho menos, nos acerca a sus
soluciones. Además, en el pensamiento postmoderno algunos vieron en esa metáfora del conocimiento como un árbol el intento de la filosofía occidental de imponer sus esquemas jerárquicos a la realidad y el pensamiento. Los principales formuladores de la teoría del pensamiento rizomático fueron Deleuze y Guattari.
¿Por qué
hemos llegado hasta aquí? A partir del siglo XVIII, con Kant, puede decirse que
la filosofía comienza a girar de manera equivocada. Resumiendo ilegítimamente la
filosofía kantiana podríamos decir que todo su intento es establecer los
juicios sintéticos a priori de la matemática, de la física y de la metafísica. Aunque
esto fue asumido mayoritariamente se ha demostrado que los juicios de la física
no eran tan absolutos y necesarios como Kant pensaba. Sin embargo, a la
metafísica se le siguió exigiendo el intento de asentar todas sus aserciones. Además la escisión total entre lo fenoménico y lo nouménico habría conllevado, por un lado, poner un límite a la explicación científica. Por otro, la explicación metafísica sería imposible.
De esta
manera tras él se exigió que la metafísica hiciera un ejercicio titánico que en
realidad no se dan en matemática ni en física. Todos aceptaron el planteamiento
kantiano de que el rigor que se impuso no se rebajara. Pero después de muchos
intentos se tiró la toalla, quizá también, ilegítimamente.
Ahora es el
momento de volver a recordar que la filosofía es una tarea que busca la verdad,
pero que la busque no significa que ya la tenga. Estamos en el camino de
alcanzarla, estamos en una tradición que, aunque parezca lo contrario, avanza. Esto
queda resumido en la famosa frase: “Somos enanos a hombros de gigantes”. El
avance en filosofía es muy pequeño, pero si conseguimos encaramarnos a todos
los que nos han precedido conseguiremos que, al menos, nuestra mirada llegue un poco más lejos.
Sólo el filósofo, con su capacidad de síntesis, es capaz de ejercer la interdisciplinariedad y, por tanto, de establecer la integridad del saber, es capaz de coger las ramas y el tronco y las integra. Pero para que avancemos de verdad debemos ser muy humildes, no dejar de ser discípulos y no cansarnos nunca de caminar.
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