Y la noche devoró al mar | ||||
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¿Puede la esperanza ser devorada por la simple noche? ¿Son acaso nuestros sentidos, que perciben, los que crean una realidad alternativa? Este relato, a caballo entre la filosofía y la poesia, es una reflexión sobre la disputa del miedo contra el amor, contra la lucidez, (o quizás Saramago dijera, sobre la ceguera). |
Y la noche devoró al mar, aunque no pudo paliar el caníbal sufrimiento de las aguas que rugían como fieras atrapadas. La noche apagó la pureza de la espuma eyaculada por las olas tras un largo viaje, aunque no acalló su siseo jadeante al surcar las rocas en un extremo de la cala. La noche se comió a un marinero y a su pinaza, sin tan siquiera dejarlos volver al puerto. A merced de la noche quedaron algunas boyas gualdas que inútiles, dejaron de flotar. La noche derritió el vals de dos gaviotas ingenuas cuando arriesgaban demasiado mofándose de la oscuridad, pero cuatro o cinco vencejos consiguieron escapar a tiempo y huyeron veloces hacia las montañas, lo mismo que las palomas. El candor rojizo de la tarde proyectado en la arena blanda se apagó, y con él los destelles de salitre sobre la alfombra arenosa. La noche cerró su quijada y a un pequeño montículo calizo le robó sus arbustos y sus sombras. Cuando la noche resopló, un viento frío corrió a raudales y de su garganta exhaló el último vaho de los océanos; y la noche comenzó a sudar, y de sus poros manaron titilantes gotas fulgurosas, despavesadas velas que, tímidas y débiles, rendían tributo a la noche. Las nubes grises se emborracharon del tizne negro y cual esponjas de mar, se inflaron de noche hasta ser noche misma.
La noche, reinaba de nuevo.
Cerca de la orilla, dos jóvenes fueron devorados a dentelladas por la noche mientras, mirando hacia el mar, se cogían de la mano. A la mañana siguiente, sólo eran arena y sal.
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