Señor X y señora Z en un mundo Y. | ||||
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Crítica abrumadora de una sociedad de consumo cualquiera, el bienestar maldito, o, maldito bienestar es sacado a empujones en este impactante escrito de Patricia Olmo Ruiz. |
Imaginemos que existe un tipo, llamémoslo X, que ha crecido en un hogar estándar, ha recibido una formación académica estándar, ha cursado, como toda persona que se precie, una carrera, digamos derecho por decir una, con sus correspondientes 5 años y su master, cómo no, de algo que le garantice su salida al mundo laboral con las mejores probabilidades de éxito. Como es de suponer, X tiene unos amplios conocimientos de inglés y unos conocimientos medianamente básicos de otro par de idiomas, digamos pues italiano y alemán, siendo de nuevo simplemente ejemplos. Y, claro, como toda persona medianamente culta sabe algo de literatura, puede que incluso sea capaz de leer a Dostoyevski con fluidez, sin entenderlo del todo, pero de todas formas lo que cuenta es la intención, y X lee muchísimo, libros buenos, de esos que todo el mundo llama “atemporales”, de los que “marcan una época”. Y, por supuesto, las inquietudes intelectuales de X no se quedan sólo en el terreno de la literatura: ve cine, pero no cualquier película, no, X sólo ve las mejores, los clásicos, es un entendido de la edad de oro de Hollywood. Y también sabe de artes plásticas, y de vinos. La verdad es que X ha invertido mucho tiempo y dinero en llegar a ser una persona con un nivel cultural medianamente alto.
X se siente bastante satisfecho con su vida: al fin encuentra trabajo, se compra un buen coche, alquila un pisito, la casa ya la comprará cuando aparezca la mujer apropiada, viaja con relativa frecuencia, tiene una considerable cantidad de amigos que comparten su gusto por las cosas bien hechas y las charlas de relativa profundidad…
Y, como era de esperar, no tarda mucho en aparecer la mujer perfecta, llamémosla, para no romper el ejemplo, Z. Z es una buena chica, con su carrera, su trabajo, sus idiomas y sus sofisticados intereses, que finalmente queda prendada de X por sus más que obvias cualidades, y a él le pasa exactamente lo mismo. No tardan mucho en casarse, no porque a ninguno de los dos les haga especial ilusión, total, esa costumbre a estas alturas de la vida es inútil, pero a la madre de Z siempre le ha hecho mucha ilusión verla casarse, y qué más da, si a ellos les da igual. Pero, ya que lo hacen, por la Iglesia, claro, ya que se ponen, lo hacen bien. Y con la venia del Señor, X y Z tienen un par de hijos monísimos, a los que llevan al colegio y les preparan el terreno para que tengan una formación, por lo menos, igual de buena que la que ellos disfrutaron.
Con el tiempo X y Z empiezan a notar cierta inestabilidad, como si algo dentro de ellos no estuviera del todo resuelto, ya se sabe, la famosa crisis de los 40. Pero, como gente culta que son, X y Z se buscan un buen psicólogo que les recete una buena dosis de placebos para la parte del siglo XXI que les duela en ese momento, y siguen con sus apacibles vidas.
A pesar de todo esto, X y Z sienten que han perdido oportunidades a lo largo de su vida, claro, pero bueno, no estaba en sus manos cogerlas: siempre faltaba dinero, o tal vez era culpa de sus padres, hermanos, compañeros, del gobierno… No podían hacer nada, no estaba en sus manos aprovechar esa oportunidad, ¿quién puede echárselo en cara? A todos nos ha pasado alguna vez. Además, tienen una buena vida, no se pueden quejar, y Papá Estado puede que no te dé muchas seguridades, pero, joder, ya se encarga de poner en la tele cosas que te entretengan y te digan qué pensar con la frecuencia necesaria para que no te sientas demasiado asustado.
Y, sin más, un día, a la no mala edad de 80 años, X termina muriendo, como todo el mundo, sin haberse preguntado nunca qué esperaba él de la vida, qué buscaba obtener de tanto barullo. X sabía qué iba a estudiar de mayor, X consiguió un buen trabajo, X se compró un coche bonito, una casa bonita, se casó con Z, una gran mujer, tuvo un par de hijos y tenía unos conocimientos amplios sobre muchos ámbitos, salvo de quién era él y qué hacía en este mundo.
Pero no fue solamente X quien murió sin saberlo. Cada vez pasa más, tanto, que ha llegado un momento que esas preguntas ya no incomodan, sino que comienzan a parecer una broma de mal gusto. Ya tenías que llegar tú, con tu excentricidad de vida, a preguntar esa estupidez. Qué tontería, desde luego. ¿Quién soy? Pues quién voy a ser, por favor, si llevamos años siendo amigos. Desde luego, no hay quién siga tu humor.
Y, si os soy sincera, me empieza a dar miedo no poder vivir la vida de X, no porque no pueda, sino porque no quiera. Me empieza a dar miedo que toda esta gente que se muere como si todo esto fuera un hacer tiempo para algo mejor, un prologo antes de la auténtica historia, al final haya conseguido lo que se proponía: convertir la vida en una broma.
Me da miedo que al final no seamos más que una panda de imbéciles que se tomaron en serio la bromita, que no paran de correr en pos del sentido de un simple chiste.
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