En el siguiente ensayo, Daniel Peres aborda, muy sucintamente, una de las problemáticas más recientes de la antropología filosófica: el posthumanismo.
El
futuro del hombre viene marcado por aquello que hoy constituye su presente más
inmediato: la biotecnología. Estamos asistiendo, paulatinamente, al avance más
espectacular que jamás haya experimentado el ser humano en relación a la
ciencia y la tecnología. Ahora se nos presentan como insuficientes (es un hecho
palpable) las tradicionales interpretaciones de la metafísica y el humanismo;
si queremos saber qué es el hombre, parece inexorable el camino hacia la manipulación
humana por medio de la técnica. Y es que, ya desde el proceso de hominización (el
paso que va de los simios antropoides a los homínidos), el homo sapiens se ha
caracterizado por la “mezcla” entre los dos conceptos más importantes de la antropología:
naturaleza y cultura. ¿Qué significa esto? En términos concisos: el ser humano
no tiene un “código” que le permita responder a los problemas que el medio le
plantea, sino que, más bien, interacciona con su entorno generando un “mundo”;
es decir, un espacio abierto donde las respuestas no están dadas, y donde su “naturaleza”
no determina la acción a tomar. En definitiva: somos un ser al que “le va su
ser”, un ser “libre”.
De
lo dicho anteriormente se deduce que la técnica, es decir, el conjunto de
elementos que constituyen nuestro mundo, nuestro horizonte de sentido, y que
usamos para elaborar nuestros proyectos de vida, forma una parte indiscutible
de lo que sea que es nuestro “modo de existir”. La técnica es la condición que posibilita la apertura de
nuevos horizontes de sentido, nuevos espacios genuinos para que el hombre se
haga a sí mismo. De este modo, en la época de la potencia científica, el hombre
es lo que Sloterdijk denomina un “hacedor de soles”. Y es que la metafísica
clásica lleva consigo la incapacidad absoluta para describir en términos
ontológicamente adecuados los fenómenos contemporáneos a los que debemos
enfrentarnos: globalización, superpoblación, calentamiento global, escasez
energética, pobreza, hambre, desigualdad, terrorismo, etc… Todos ellos necesitan
de un nuevo humanismo, un humanismo biotecnológico, que permita la doma del ser
humano. De lo contrario, estaremos avocados al fracaso, a lo que Heidegger
llama “errancia”.
El primer paso importante que debemos
dar consiste en acabar con la lógica bivalente. Esto es, acabar con la “dicotomización”
de la realidad en categorías contrapuestas. Ahora, con el surgimiento de la
biología molecular, la cibernética y la neurociencia, entramos en una época
donde todo lo que ocurre en el frente tecnológico tiene consecuencias para la
auto-comprensión humana. Estamos siendo testigos de cómo las tecnologías
inteligentes hacen emerger una forma de operatividad no dominante: la “homeotécnica”.
La “homeotécnica” trabaja con la información realmente existente, de modo que
no no le es posible actuar con violencia sobre los entes; tan sólo crea nuevos estados de
inteligencia. Así, la “homeotécnica” serviría para reducir la errancia y
producir espacios de satisfacción y vínculos positivos. Las biotecnologías y
nanotecnologías nutriría, en fin, a un sujeto refinado y cooperativo.
Ante semejante parama, siempre puede
haber alguien que pregunte: ¿es ético modificar tecnológicamente al ser humano?
¿No estamos violando así lo que somos? ¿Conducirá esto en el futuro a una
eugenesia a gran escala? ¿Desembocará todo este proceso en más desigualdad
social? Todas estas preguntas y muchas otras son pertinentes, mas no debemos
caer en el error de postular distopías y darles el rigor que la ciencia se
merece. No podemos permitirnos el lujo de dudar ante el acontecimiento más
asombroso al que jamás se haya enfrentado el ser humano. ¿Acaso no sería
hermoso eliminar el cáncer? ¿La esquizofrenia? ¿El síndrome de Dawn? ¿Acaso no
sería ético crear personas con las mismas capacidades cognitivas? ¿Estaría usted
en contra de curar el alzheimer? ¿No
merece nuestro trabajo y dedicación la posibilidad de alimentar a todo el planeta
y acabar con el hambre? ¿Es antihumano tal vez evitar que un niño nazca con
espina bífida? ¿O anemia? Basta con maginar un mundo sin enfermedades, sin
debilidades, con mayor esperanza de vida, con mayores posibilidades; un mundo
donde pueda darse el verdadero “Superhombre”, la genuina “Escucha del ser”; un
mundo donde Dios no sea necesario. Imaginar un mundo así sí que merece la pena, y más aún
si la posibilidad para conseguirlo está a la vuelta de la esquina.
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