En este escrito pretendo dilucidar una de las cuestiones que, para Heidegger, se presentaban como de mayor relevancia; a saber, el origen y constitución de la metafísica a partir de una pregunta radical sobre la angustia humana.
No es posible hacer la pregunta "¿qué es la nada?", pues al hacerla ya estamos concibiendo la nada como un ente. La pregunta, por ende, se despoja de su
propio objeto. ¿Qué quiere decir esto? Sencillamente, que el objeto se constituye como algo distinto de la
pregunta misma. No podemos, pues, elaborar una pregunta genuina sobre el "ser" de la nada.
Al no poderse responder la pregunta a través de una
formulación tal “la nada es esto o lo otro”, nos vemos impelidos a abdicar de la soberanía científica para abordar el problema en cuestión.
El pensamiento, en esencia, es pensamiento de algo, por lo que intenta evitar, en la medida de lo posible, las
contradicciones. La nada, por tanto, requiere pensar en contra de la esencia misma del
pensamiento. La pregunta por la nada, planteada bajo la suprema instancia de la
lógica y el entendimiento, es un “problema que se devora a sí mismo”.
Desde esta perspectiva, decimos de la nada que es la
negación de la omnitud del ente, es el "no ente". Entonces, bastaría con llegar a la
totalidad de lo ente y negarlo para, en última instancia, llegar a la nada. Pero, ¿acaso es la nada un
acto del entendimiento? ¿Realmente la negación es anterior a la nada? Parece
que, como sostiene Heidegger, no es el caso que la nada sea el correlato de la negación;
más bien, diríamos que la nada es originaria respecto del no. Y si la negación es
un acto específico del entendimiento que depende de la nada, ¿cómo va a decidir
el entendimiento acerca del problema de la nada? Aparece aquí un contrasentido.
No aceptamos la imposibilidad de la pregunta, porque
cuando se busca algo es porque hay algo que buscar (sabemos que hay algo). Así que, como no podemos hacer patente la nada desde la vía intelectual,
optamos por una experiencia radical, por una vía "pática". Heidegger, en concreto, habla de distintos "temples de ánimo" que
hacen patente lo ente en su omnitud: la alegría y aburrimiento profundos. Pero
nosotros buscamos un pathos que haga
presente la nada, directamente y no por una referencia (indirecta) a lo ente. Dicho pathos o
temple de ánimo, en el caso del filósofo alemán, es la angustia. La angustia nos hace descubrir la nada, nos
pone en contacto con ella. Ésta es sustancialmente distinta del miedo. El miedo es siempre “miedo de”, mientras que la
angustia se presenta como indeterminada, como in-definida. La angustia es un estado de ánimo transversal, que afecta a todo lo que hay, que no está focalizado hacia ningún objeto particular. En la angustia no hay nada que
hacer, porque cuando se produce, desaparece el "enemigo" concreto del miedo.
La angustia nos deja “suspensos” mientras lo ente en
total se escapa. En ese momento nos hallamos “desazonados”, conmocionados; se trata de un "estar suspensos" en
el cual no hay nada a lo que agarrarse. La angustia nos vela las palabras, nos fuerza al ensimismamiento. Así, una vez reducidos a puro existir, el ente en total termina por alejarse de nosotros, y entonces es cuando aparece la nada . Es al mismo tiempo que se aleja el ente en total cuando aparece la nada. De este modo, afirmamos que la nada necesita de ese alejarse
el ente en total para poder hacerse patente. En la angustia la nada no atrae,
sino que rechaza y oprime. Es el “anonadar” de la nada, donde se nos hace
patente un rechazo que nos remite al ente en total que se nos escapa. Este puro
existir que es el anonadar de la nada nos permite captar, por primera vez, el
ente en cuanto tal, lo real en su mismidad.
Sólo a base de la originaria patencia de la nada
puede la existencia del hombre llegar al ente y entrar en él. Ex-sistir
significa estar sosteniéndose dentro de la nada. Aquí rompe el
filósofo alemán con la dicotomía sujeto-objeto: sólo desde la nada podemos
captar los entes en sí mismos. Ahora bien, no podemos estar siempre angustiados
(la experiencia de la angustia, que pone de manifiesto la falta de fundamento,
sólo es útil una vez que volvemos a estar-en-el-mundo).
Una vez que hemos experimentado la carencia de
fundamento se nos revela como "esencial" la idea de que somos proyecto. Estamos constreñidos a hacernos a nosotros mismos, pues no hay fundamento desde el cual se nos done la esencia
de nuestro ser. Todo esto no es sino una forma de entender la metafísica como
algo que pertenece a la “naturaleza” del hombre, en tanto que ésta parte de la libertad. Con Heidegger, pasamos del ex nihilo nihil fit al ex nihilo ens qua ens fit. Por el mero hecho de existir, ya estamos en la metafísica.
En palabras del propio Heidegger: “Y la filosofía sólo se
pone en movimiento, por una peculiar manera de poner en juego la propia
existencia en medio de las posibilidades radicales de la existencia en total.
Para esta postura es decisivo: en primer lugar, hacer sitio el ente en total;
después, soltar amarras, abandonándonos a la nada, esto es, librándose de los
ídolos que todos tenemos y a los cuales tratamos de acogernos subrepticiamente;
por último, quedar suspensos para que resuene constantemente la cuestión
fundamental de la metafísica, a que nos impele la nada misma: ¿Por qué hay ente y no más bien ?"
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