¿La última cena?

Explorando el legado de Iovis Dies y su vínculo con el Jueves Santo, la mitología de Júpiter, y el simbolismo cristiano en la política actual.
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Pintura de una escena de la última cena con Júpiter como figura central, rodeado de figuras políticas modernas con atuendos romanos antiguos, con un fondo de La Habana.


Iovis dies

(¿La última cena?)

Un antiguo refrán asegura que hay tres jueves en el año que relucen más que el sol. La conciencia -dice Hegel- 'sabe lo que no dice y dice lo que no sabe'. Jueves (precisamente,Iovis dies o el día de Júpiter) fue el nombre con el cual los antiguos romanos -fundadores de la Res-publica, la 'cosa pública' , mejor conocida como la República- homenajearon al "dios de todos los dioses y de todos los hombres", protector de la ciudad y del Estado, pues de Él resultan las leyes y el orden de la sociedad.


No por casualidad, Zeus -nombre griego que da origen al de Júpiter- no sólo significa Theos (zeos, Dios) sino Ius (Justicia): nada menos que el origen -o punto de partida- y, al mismo tiempo, la estructura -el fundamento- del derecho y la ley. Fue el genial Giambattista Vico, padre del historicismo filosófico, el primero en observar, en laCiencia Nueva, que Logos Mithos (el Verbo y el Mito) nacieron de un mismo parto, tal como la forma y el contenido, o como el sujeto y el objeto. Pero, como la vida misma de las naciones, los términos no son estáticos, y lejos de perder su significado original crecen y con-crecen.

Curioso, pero históricamente comprensible, el hecho de que un nombre de origen pagano presida una de las conmemoraciones más importantes de la cultura cristiana: el jueves (Iovis) 'santo'. Obligado por la fuerza de la historia a desprenderse de sus temibles rayos ("¡zos!": de ahí le proviene su nombre); despojado de la devastación de sus tempestades, de sus habituales 'escapadas' nocturnas fuera del lecho de Juno, para terminar siendo revestido con toga monjil, crucifijo y camándula. Si de algo se sentía orgulloso el dios Júpiter no era, por cierto, de ser muy santo que se diga. Quienes juzgan los procesos históricos bajo los gruesos lentes de la lógica proposicional y de la ratio técnica, se ven forzados a voltear la mirada, a pasar el caso por inadvertido, so pena de no tener que declarar esta evidente contradicción en los términos: o se es santo o se es Júpiter. No se pueden ser las dos cosas a la vez. Y, sin embargo, el Jueves Santo es. Ha sido puesto, fijado, en el calendario oficial cristiano por el entendimiento abstracto. "¡Santo Júpiter!", exclamaría, con notoria ingenuidad, Robin, el ya legendario 'jóven maravilla', ese 'otro del otro' del avesado hombre-murciélago.

Pero más interesante todavía es el hecho de que el Jueves Santo -punto crucial de la Pasión de Cristo- sea un día, en sí mismo, contradictorio. Sublime y excelso, por un lado, porque en él se conmemora la última cena de Jesús con sus discípulos, la eucaristía o transustanciación de la carne en pan y de la sangre en vino. Y sin embargo, por el otro, día infausto e infeliz, de aciaga recordación, porque, una vez terminada la Santa Cena, Judas vende a su maestro por un puñado de denarios. Un viejo Western, protagonizado por Clint Eastwood, tiene un título más acorde con los tiempos que se viven: "Por un puñado de dólares".

Judas es un personaje poco comprendido, después de todo. El 'galáctico' lo tenía por un vulgar capitalista, dentro de ese flébil esquema de 'buenos y malos', de 'vaqueros e indios' que, con toda seguridad, tanto influyó en él durante la época de oro, por cierto, de los Western spaghetti. Como la tenue silueta de un 'Quijote' tercermundista -sin duda, una mala copia de la caverna platónica-, de tanto ver aquellos enlatados inspirados en las largas cabalgatas de cuatreros, los atracos a las diligencias cargadas de dólares, las balaceras en pleno pueblo y los ajusticiamientos de indios en las minas de oro, "se le secó el cerebro". Judas 'el malo', el capitalista. Cristo 'el bueno', el socialista. Hay, sin embargo, otras versiones. Por ejemplo, que Cristo le exigió a Judas entregarlo, ya que él era su más fiel discípulo, por lo que le correspondía asumir un encargo tan doloroso. De ser así, de ser Judas el más cercano, el más afín de los discípulos de Jesús, el esquema de nuestro Buzz Lightyear del llanoy de todo su comando intergaláctico, quedaría reducido a 'polvo cósmico', porque entonces Judas ya no sería más un capitalista, sino, todo lo contrario, un seguidor de las enseñanzas del "primer socialista" de la historia.

De todas estas elucubraciones quedan, no obstante, algunas posibles hipótesis para la reflexión, relativas, por ejemplo, al cómo queda en todo esto un tipo de la calaña deRaúl Castro, es decir, del 'nuevo mejor amigo' del presidente de los Estados Unidos, Barak Obama. Presidente, como se sabe, de una Nación que ha hecho de cada dólar -capitalista- un motivo de confianza en Dios: "In God we trust". El 'viejo mejor amigo' de Nicolás Maduro parece haber dado un gran viraje. Y es muy probable que dentro de poco pueda llegar a afirmar, no sin la osadía que caracteriza a los vividores de oficio, que  los norteamericanos y los cubanos "somo la mima cosa" (sic); frase con la cual, no hace mucho tiempo, el señor Castro definiera la -más que estrecha- apretada relación de Cuba y Venezuela. ¿Quién es el Judas en toda esta entramoyada circunstancia? ¿Será el presidente Obama? ¿Será Raúl o, tal vez, su hermano Fidel, tras bambalinas? Y, a todas estas, ¿Qué papel ocupa dentro de este caviloso escenario el presidente Maduro?, ¿acaso el de Judas, rechazado por sus condiscípulos y obligado a cometer un 'autosuicidio' político o, más simplemente, el de padecer cual "Cristo crucificado"? ¿Quién ha traicionado a quién?

Todos los caminos conducen a La Habana, habría que decir, mutatis mutandi. Pero, de ser así, y dentro del esquema galáctico-maniqueísta, da la impresión de que Castro le ha dado un beso en la mejilla al presidente Maduro para, luego, entregarlo en bandeja de plata al "Imperio". Fuera del formato Western, el Judas caribeño resultaría ser nada menos que un sacrificado discípulo, penosamente obligado por las ruedas del molino de la historia a entregar al otrora camarada, su 'viejo mejor amigo'. Pero, además, ello confirmaría -¡oh, misterio revelado!- que ni él ni su hermano eran, en realidad, socialistas, sino más bien, fieles 'discípulos' del gran capital, cuya trust in God, muy a pesar de todo, siempre mantuvieron intacta. Todo indica que está cerca "la última cena" de Nicolás, y, esta vez, con exiguas posibilidades de transustanciación.
El emperador Costantino tiene metidas las manos hasta los codos en toda esta truculencia teológico-política. Y, a todas estas, el pobre Júpiter, devenido 'santo y seña', carga sobre sus anchos hombros el peso del discurrir de la cultura occidental

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