La concepción de la risa por los filósofos desde la Grecia clásica. |
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Nos reímos por gesticulaciones cómicas, de lo que vemos u oímos, inclusive por alusión o imágenes mentales. Reímos para festejar. Por consternación, por un pellizco imprevisto o exteriormente de lo corriente. Por transmisión temporal, en el tiempo que los demás ríen. Por miedo o para mitigar peligros reales o imaginarios. Para estetizar y ser aceptados. Por sorpresa ignorante o insultante. Por lo absurdo. A veces de una forma crítica. Y muchas veces nos reímos de los otros, con atrocidad.
Mientras que los tratados sobre la confirmación, la delicadeza o la tragedia son abundantes, la filosofía europea no ha sido ni diligente ni lider frente a la alegría. En el "Filebo", Platón concluye que la carcajada es un vicio, en el cual se ve mermado el dominio del espíritu humano sobre el cuerpo. En La República, el mismo filósofo condenaba la alegría "violenta", esto es, la risa, por ser pellizco inconveniente, indecente y perturbador. Platón argumentaba que la hilaridad es un vicio, que merma el dominio de la psiquis sobre el cuerpo. Platón veía el procedimiento de reirse como una manifestación de arrogancia injustificada. En cambio Demócrito, a quien la leyenda presenta como hombre que no podía parar de reirse. Demócrito, de quien no se conserva ningún texto original, se reía de todo, lo hacía de la necedad humana, hecho recogido por los autores romanos, tal Horacio que utiliza su figura para criticar a sus contemporáneos y dice que el filósofo griego se hubiera reído a carcajadas de ello.
La carcajada de Demócrito es por un lado una chasco a la condición humana, y en ese sentido sería una variante del lloriqueo del filósofo Heráclito, de quien la leyenda dice que no paraba de llorar. En cambio la alegría de Demócrito tiene un cariz asertivo que pese a toda la burla de la humanidad, el filósofo griego no estaba dispuesto a abdicar al goce de la vida. A diferencia de Demócrito, para quien la risotada y el humor parecían ser un aire vital, Diógenes, El Cínico, adversario evidente de Platón, utilizaba esos dos elementos como armas críticas, para atacar a las ciudades griegas y las costumbres de sus habitantes, al poder político y, ante todo, a la ciencia platónica, cuya definición del hombre como bípedo implume, quiso parodiar a Platón en una ocasión, entrando en la Escuela con un gallo desplumado y con gritos de "aquí tenéis al hombre de Platón". También para Aristóteles la risotada es un ademán de fealdad que deforma el faz y desarticula el rostro. El discípulo no se quedaba atrás conservando la variante de la tasación platónica.
Durante la Edad Media, la hilaridad fue vista a modo poco sospechoso, lo que, agregado a otra colección de factores, contribuyó a que la figura de Demócrito cayese en el olvido para resucitar luego con fuerza con la aparición de autores como el galo Francois Rabelais, que veía en la risotada lo mejor que tenía el ser efímero.
Hoy no es raro escuchar que la alegría es lo mejor para el ánimo o inclusive para la lozanía, pero por inverosímil que parezca, la sonrisa y el humor continuamente no tuvieron buena prensa. Pasaron más de dos mil años para que los filósofos y pensadores tuvieran una forma más positiva de esta "calaña" humana.
Anteriormente, el humor y máxime la carcajada era considerada una acción agresiva que estaba relacionada con la pérdida del control y de la luminosa razón. Pero la hipótesis que más acogida tuvo, pasando por Platón, la Escolástica —en algunas academias estaba prohibida la risa—, Thomas Hobbes y Rene Descartes, era que la carcajada estaba relacionada con el desaire. Básicamente la risotada y el humor eran producto de sentimientos de superioridad, hoy sea con relatividad a otro ser, otra sociedad o con algo exterior a nosotros mismos. Descartes consideraba que la carcajada estaba relacionada con el desprecio, el desaire y lo ridículo. ‘Gloria repentina, es la pasión que hace aparecer esas muecas llamadas risa', señalaba Hobbes en su Leviatán .
Solo a partir de la Ilustración francesa se empezó a absolver la alegría de ciertos estigmas. Para Voltaire, el hombre es un animal risible, al que la animación hace reír, pero no los grandes placeres, por consiguiente los placeres de la adoración, de la apetencia, de la avidez, son cosa seria. En el siglo XVII, para Spinoza, la sonrisa es un bien apetecible y resulta benéfica para el cuerpo y el espíritu. Llegado el XIX, Kierkegaard ahonda un poco más en el fenómeno y reflexiona que reímos ante el absurdo o ante incongruencias inofensivas.
El primer tomo destinado al humor por completo aparece en pleno arranque del siglo XX, Henri Bergson entiende que la hilaridad tiene implicaciones éticas y sociales: una incoherencia provoca alegría si no nos solidarizamos o sentimos altruismo por aquellos de quienes nos reímos. Esto explica la existencia de los chistes discriminatorios o el humor negro: sólo la falta de empatía o clemencia nos permite reírnos de esos otros. Pero si algún filósofo planteó el poder purgante de la carcajada, ese fue Nietzsche, en Así habló Zaratustra: “¿Quién de vosotros puede a la vez reír y encontrarse alto? Quien asciende a las montañas más altas se ríe de todas las tragedias, de las del teatro y de las de la vida”. El filósofo de la libertad, la hilaridad y el juego, nos dejó un claro mensaje: es inapelable aplicarse a reír.
Hoy en día, la más avanzada medicina reconoce que el estado espiritual de un achacoso influye profundamente en su recuperación. Es patente que quien es capaz de digerir positivamente su ánimo, el que ríe de su destino, se cura más pronto. Si la realidad es un estado mental, ejercitar el humor debería ser nuestro credo inseparable ante las múltiples tragedias cotidianas o ante el mismo absurdo de un mundo difícil e imperfecto. ¡Riámonos! Quizá sea una de las claves de la existencia.
Cada sociedad tiene una concepción de la congruencia y, de acuerdo con ella, percibe lo incongruente como tal. Ante esto, la precipitación de la risa libera al individuo de la tensión ante sus incongruencias. Y esto es lo que le salva. Y esto es lo que verdaderamente nos salva.
La búsqueda de la felicidad ha sido y es una constante en la historia de la humanidad y en la vida de todo ser humano. Pero, ¿qué es exactamente la felicidad?... ¿De qué manera podemos alcanzarla?... Como si fuera una mariposa difícil de atrapar, la ciencia y la filosofía siempre han intentado saber dónde se posa, sin lograr descubrirlo: ¿En los bienes materiales?, ¿en los seres queridos?, ¿en la ayuda a los semejantes?, ¿en la creencia en una vida más allá de la muerte?, ¿en varios factores combinados?, ¿o es pura utopía?: ¿Ser feliz es una meta o una manera de andar por el mundo?
Hemos pasado por épocas de duras tribulaciones. Siempre es bueno hacer un paréntesis para dejar de pensar en todas las preocupaciones que nos rodean. Y por ende, más suerte es encontrar la solución a todos nuestros problemas en la famosa filosofía de "Warren Sánchez", después de que uno pare de reírse de la misma. La risa y la generación de endorfinas es ya para muchos la única solución al cambio entrópico que dramáticamente padecemos.
Entre los temas más olvidados por la madre de las ciencias del pensamiento, por la filosofía occidental, la risa ocupa el primerísimo lugar. Los pocos filósofos que han hablado de ella durante los dos primeros milenios de filosofía, lo hicieron casi siempre para infravalorarla, aunque la gran mayoría simplemente la ignoraron. Algo ha cambiado el asunto en nuestro tiempo; pero no lo suficiente. Y esto no deja de ser absurdo, pues el ser humano sin la risa y el humor no podría sobrevivir en este mundo de peregrinaje y sinsabores. En ningún mundo.
El inicio del aprecio por la risa podríamos ubicarlo a partir del siglo XVIII cuando la conclusión griega empezó a debilitarse, y es que para que funcione la risa tendría que acontecer solamente como producto de una comparación con el ‘otro' sobre el que nos sabemos o sentimos superior, pero, ¿es cierto que solo nos reímos por ese sentimiento de superioridad?
En un experimento realizado por el psicólogo Lambert Deckers se le pedía a los participantes levantar pares de pesas de un peso idéntico. Los primeros pares resultaron ser idénticos, lo que preparaba mentalmente a los participantes a creer que todos los pares que le seguirían también tendrían un peso similar, no obstante ocurrió que en un par uno resultaba más pesado que el otro, lo que provocaba risas en algunos participantes al momento de intentar levantarlo. Ciertamente no fue por un sentimiento de superioridad, ni tampoco como producto de una comparación, es tan solo un episodio cómico.
Como vimos, el humor, tan ordinario y común hoy en día, tuvo que pasar por consideraciones bastante hostiles —y en algunos casos ninguna consideración en absoluto— pero eventualmente llegamos al punto en que le dimos su justo trato.
La risa y el juego, siendo esencialmente distintos, tienen dos cualidades importantes en común: El placer que generan per se y la capacidad de abrir paréntesis en el espacio y el tiempo cotidianos. Nos llevan a un estado parecido al éxtasis, ausente de dolor, de obligación, de moral y de normas externas, en el que nuestras incongruencias no sólo no se condenan sino que son objeto de culto.
Muchos siglos después, en la época de la ilustración, el conde de Shaftesbury utilizaría también conscientemente el humor como arma crítica contra los fanatismos de su tiempo, mientras los sometía a lo que él llamaba "el test de lo ridículo". Sin embargo, a partir de la ilustración la risa, según Geier, empezó a tener otro sentido y dejó de verse sólo como una expresión de un sentimiento de superioridad hacia los otros. Immanuel Kant, por ejemplo, que veía en el humor un síntoma de agudeza e inteligencia, concebía la risa como una consecuencia de una tensión que súbitamente se diluye cuando entra en juego algo absurdo e incoherente. Esto causa un placer no sólo intelectual sino también físico, lo que para Kant muestra el vínculo indisoluble entre el cuerpo y el espíritu.
En todo caso, para Kant la risa no se provoca porque consideremos a otro como alguien inferior sino como una reacción a un proceso que se da en nuestro propio entendimiento.
Según Kant, no nos reímos tanto de algo o de alguien sino con algo o alguien. Al lado de la teoría de la risa como expresión de un sentimiento de superioridad y de la de la carcajada como consecuencia de una incoherencia que hace que se diluya una tensión, un esfuerzo centrado en la idea del contraste y que, con distintos matices, representan Arthur Schopenhauer, Soren Kierkegaard y Henri Bergson, entre otros.
La risa en el mundo actual es el signo de la alegría, como las lágrimas son los síntomas del dolor. Los que buscan las causas metafísicas en la risa, no son alegres; los que saben por qué la alegría, que excita a la risa, retira hacia las orejas el músculo cigomático, que es uno de los trece músculos de la boca, son los más sabios. Los animales están dotados de este músculo como los hombres, pero no les hace reír la alegría, como tampoco les hace llorar la tristeza. El ciervo deja caer de sus ojos cierto humor cuando los perros de caza le persiguen y van a sus alcances, lo mismo que el perro cuando lo disecan vivo, pero no lloran por sus mujeres queridas ni por sus amigos, como nosotros; no les acomete la risa cuando ven un objeto cómico; el hombre es el único animal que llora y ríe.
Como sólo lloramos por lo que nos aflige y reímos por lo que nos divierte, algunos autores han supuesto que la risa nace del orgullo, que se juzga superior a aquel de quien se ríe. No cabe duda de que el hombre es un animal tan risible como orgulloso, pero sin embargo no es el orgullo el que nos provoca la risa. Nadie es orgulloso cuando está solo. ¿El dueño del asno de oro se rió por orgullo cuando el asno se comía su cena? Todo el que ríe experimenta una alegría irreflexiva en aquel momento, sin preocuparse de nada más.
Todas las alegrías no hacen reír: los grandes placeres son muy serios; los placeres del amor, de la ambición, de la avaricia, nunca hacen reír a nadie.
La risa produce algunas veces convulsiones, y hasta se asegura que a algunos los ha matado la risa; me cuesta trabajo creerlo; creo con más facilidad que algunas personas han muerto de pesadumbre.
Los vapores violentos, que excitan unas veces las lágrimas y otras los síntomas de la risa, ponen tirantes los músculos de la boca, pero muchas veces no producen una risa verdadera, sino una convulsión, un tormento; en ese caso las lágrimas pueden ser verdaderas, porque sufre el que las derrama; pero la risa no lo es, tiene otro nombre: se llama risa «sarcástica».
La risa sarcástica, perfidum ridens, es diferente; es la alegría que nos causa la humillación de los demás. Perseguimos con risa burlona y maliciosa al que prometiéndonos maravillas, no hace mas que tonterías; eso es silbar más que reír. Nuestro orgullo entonces se burla del orgullo necio de los demás. Me gusta ocuparme mucho de mi amigo Frerón, porque esto me divierte y me hace reír.
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