Yo existo, tú existes, él existe. Las personas existen, han estado allí desde el inicio de nuestra civilización. Somos personas. Existimos. Unas personas han amado la poesía, otras han inventado los números, otras han inventado la rueda, otras más han divisado los mares. Pero las personas, en general, están allí. Su estatuto ontológico ha variado a lo largo de los siglos pero no así su realidad. Las personas existen. Son. Somos. Existimos. Cada una con nuestro amor, nuestros impulsos y nuestros particulares matices. Unas personas son más extrovertidas que otras, otras se ensimisman más. Pero ninguna de ellas no elige ser ni carece de personalidad. Las personas están allí y con el advenimiento del cogito cartesiano como subjectum nuestra centralidad es inconstituible. Categórica. |
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Ahora bien, la época en la que nos situamos, operó por otra parte en nuestros estilos de vida un proceso de inversión hasta ahora insólito en el que el ser —una posibilidad metafísica— descansa sobre el hacer —una posibilidad física o manual—, es decir, nuestro fundamento ontológico constitutivo es tecnológico y, como sabemos ya, en ello radica, en parte, el desequilibrio de nuestra época, pues aparecemos cosificados ante, sobre y delante de los otros. No obstante, las personas están allí y han estado. Estuvieron con los griegos con sus máscaras, estuvieron durante la edad media con su amor cortesano y su deseo mimético, lo estuvieron en nuestros pueblos mesoamericanos a través de sus icnocuícatl y lo siguen estando hoy en plena crisis civilizatoria. El colectivo de las personas es. Existe. Está allí, autónomo, tangible, y puede caracterizarse.
¿Qué ha hecho, sin embargo, que hoy aparezcan nuevos colectivos reivindicando nuevas identidades? ¿Es esta una nueva fragmentación del ser?
Desde una perspectiva vitalista, estas reivindicaciones identitarias cesarían. El problema quizá estriba más bien en que no hemos valorado la vida en su plenitud, en que la abstracción de la vida y su palpitar en nuestros organismos apenas es audible. Estos problemas identitarios que hoy se difunden con profusión en los medios de información, no son en el fondo más que pseudoproblemas, y a la base de su formulación no hay más que una comprensión superficial de las cosas, por no decir, simplista. Banal. Sirve, desde mi óptica, al oportunismo político en que en momentos de contienda electoral, por ejemplo, privilegian unas agendas sobre otras, instrumentalizando así las problemáticas de cada colectivo.
Veo entonces un sentido utilitarista, además.
Me pregunto si es necesaria una reivindicación identitaria de las situaciones individuales o no individuales para valorar la vida en su simpleza y me pregunto también cómo hacer para que una reivindicación identitaria del ser y del hacer no sea necesariamente una reivindicación separatista. ¿Es posible? El último siglo nos enseñó ya la clase de experiencias a las que las reivindicaciones separatistas —por lo regular identitarias en su origen— suelen llevar. Se ha tratado hasta la fecha de conflictos belicistas, de bombas y de catástrofes, de allí su iniquidad y de allí esta inquietud.
Las personas solo somos personas. Estamos allí, existimos. Sin etiquetas. Y lo confieso, es extraño que a más de invariablemente tener que estar asimilados al colectivo de las personas, ahora tengamos también que estar asimilados a otros colectivos dependiendo de nuestras características físicas, preferencias, orientaciones, tipologías o personalidades; un día hasta quizás el contorno o morfología de nuestra cara cuente para ser valorados. Desde la perspectiva de una mentalidad liberal ¿no debería quedar esto reducido al ámbito de lo privado? En lo personal creo que, cuando se trata de reivindicaciones sociales, nuestras reivindicaciones tendrían que ver más con la vida en sí y la dignidad de las personas en general y no necesariamente con las características, orientaciones o preferencias en particular de éstas. La vida en sí misma basta sin las etiquetas. Etiquetas o identidades que en algún nivel se coimplican y significan lo mismo: yo existes, tú existo, él existimos.
Incluso la reivindicación heideggeriana del ser debería movernos a sospechas de vez en vez. Existimos, nada más. Como accidente.
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