La estrellita delimita el campo operatorio. Marca los límites de la actividad. La imagen de la estrella relaciona la escritura a un orden, no delimita sólo el trabajo del autor, no presenta los márgenes sobre los cuales ¨el campo operatorio queda claramente demarcado.¨ Sino, que la elección de una estrella, y el diminutivo que la expresa, establecen una relación que definen al mismo y a su actividad. Se combinan, quedan entrelazados a través de metáforas que darán razón de ambos órdenes. Una vez establecido el límite, que en realidad no es tal, luego veremos por qué, pasa explícitamente a definir al escritor por medio de metáforas; apela a la figura del bisturí que desciende ¨hacía una carne todavía virgen¨, el escritor es un cirujano que opera sobre el cuerpo blanco y virgen de papel. De esta primera imagen podemos desprender algunas consideraciones que hacen al escritor y al acto de escribir en relación a la metáfora utilizada por nuestro autor: racionalidad, método, precisión. Luego, el texto da un pequeño giro, si el escritor es un cirujano que opera con el bisturí sobre la carne blanca del papel, es también un bailarín. El autor busca jugar con nosotros. Pero sin lograr gran cosa más que situarnos frente al gastado y viejo recurso de la duda entre sueño-vigilia. Juega con el lector, pretende hacernos ingresar a un juego, en el cual, el autor, ya ha delimitado el campo operatorio y con ello las reglas del mismo. Veamos cómo: ¨Los verdaderos eslabones están como siempre en otra parte, de nada vale prever la danza porque todo se trunca, el bailarín es bailado, lo de abajo toma el lugar de lo de arriba y lo mima.¨
Qué pretende decir con eso de los ¨eslabones están como siempre en otra parte¨. Por qué ¨de nada vale prever la danza¨ Y quién es verdaderamente bailado. Nos confunde, juega con nuestra ingenuidad de lectores, nos intenta decir acaso que no es posible encontrar un sentido implícito, que debemos limitarnos sólo a la lectura literal y aceptar que él, que escribe, es un cirujano metódico pero ojo, no se aburre, además, juega y lo lúdico está presente; que el acto de escribir no se limita a la racionalidad planificada y gris; sino, que además, él, el bailarín, es bailado. Pero no es así, porque a los que pretende ¨hacer bailar¨ es a los lectores. Así lo confirma: ¨lo de abajo toma el lugar de lo de arriba y lo mima.¨ Aquí está la relación. La estrellita no delimita ningún campo operatorio, la estrellita es uno más de los tropos literarios que utiliza para definir al escritor. Lo de abajo...qué es lo de abajo, pues bien, el cuerpo del texto. Es el texto el que marca los límites, es su propia actividad la que impone los límites porque la estrellita es él mismo. Parece simple pero no. Sabe cómo hacernos bailar, utiliza el recurso de imágenes que funcionan como anverso y reverso para decir de modo indirecto. Las imágenes juegan a sus opuestos: el cirujano-el bailarín bailado-la estrellita: es decir, la racionalidad, la planificación, lo lúdico y azaroso definen la actividad y a quien la realiza. Es como apelar a metáforas del tipo: un amor sin amor por ejemplo. Imágenes y relaciones binarias van cargando de sentido a las palabras. De este modo, el cirujano deviene bailarín y el bailarín en sacerdote. ¨El sacerdote estaba ahí ordenando los ritos¨ Un elemento más: el carácter sagrado se hace presente con la metáfora del sacerdote. Es una vestal, inofensivo, celeste y puro, un hombre casto entregado a su arte, al arte de jugar con las palabras, de dibujar una estrellita en el margen de la hoja porque su actividad no es terrestre. Se siente seguro dentro del castillo que él mismo se ha construido, se protege tras el muro de los valores inmortales: el sentimentalismo edulcorado. Es a través de los diferentes tropos literarios, que el autor utiliza, que se expresa la respuesta a la pregunta que lo define así mismo.
• estrellita
• cirujano
• bailarín
• sacerdote
Cortázar es un clásico. Pertenece a los clásicos de la literatura. Sus palabras no están dirigidas a los hombres de su tiempo. Se dirige a la posteridad. Sus palabras son de un más allá. La racionalidad, la operatividad limitada a priori y el azar-premeditado. Nada se da por azar, todo está perfectamente pensado. No hay elementos lúdicos, no hay baile porque no es más que simulación. Cortázar se sabe escritor y se define así mismo en el texto. Hable de sí mismo en tercera persona. Cito: ¨Escritor: en sí mismo, esta palabra tiene algo que fastidia al escribirla; se piensa en un Ariel, en una Vestal, en un chiquillo irresponsable y también en un inofensivo maníaco emparentado con los gimnastas y los numismáticos¨. Así, los tropos de nuestro autor se hacen presentes en la cita. Ellos ponen en relieve el modo de concebir la literatura; es decir, como una actividad atemporal. Por qué. Porque Cortázar no escribe para un público presente. Para quién escribe es la pregunta. A la docta academia, a los críticos literarios y a los corazones de las jóvenes románticas. Ese es su público. Conversa con el mañana. El modo de concebir la literatura nos permite definirlo como a un clásico, es decir, como a quien está más allá de la historia. La literatura como actividad racional pero que a su vez la niega apelando a la imagen del bailarín bailado, como actividad espiritual y sagrada, y la estrellita en diminutivo da cuenta de cierta sensibilidad femenina. Los tropos se presentan de un modo tal que el presente de nuestro autor se confunde con lo eterno y es por este motivo que es un clásico. Cito: ¨Nos miran sin vernos; hemos muerto ya a sus ojos y vuelven a la novela que escriben para hombres que no verán jamás. Se han dejado robar sus vidas, vidas por la inmortalidad. Nosotros escribimos para nuestros contemporáneos y no queremos ver nuestro mundo con ojos futuros-sería el modo más seguro de matarlo- , sino con nuestros ojos reales, con nuestros verdaderos ojos perecederos. No queremos ganar nuestro proceso en la apelación póstuma y no sabemos qué hacer con una rehabilitación póstuma; es aquí mismo, mientras vivimos, donde los pleitos se ganan o pierden.¨ Pero no es este el caso, nuestro autor sabe bien que sus textos tendrán lugar mañana. La rehabilitación póstuma vendrá a través de las jovencitas que hoy citan sus frases edulcoradas, de este modo se ha constituido en una autoridad espiritual, en la representación de los inmortales valores positivos del sentimentalismo contemporáneo. Por cierto, las citas punzantes son de Sartre.
Ahora tenemos dos modos de concebir la literatura: uno, que no apela a las conciencias del futuro y cuyo fin es escribir para un publico presente, es decir, se sabe dentro de la historia y que no teme expresar lo negativo; y el otro, el modelo que aquí nos convoca: clásico. Cortázar se considera un clásico en vida. La sabe, él será un clásico. No son casuales los tropos que ha elegido para presentarse así mismo pero bajo una máscara. El escritor escribe bajo la ilusión de la libertad pregunta al final del texto pero la pregunta es una afirmación encubierta. Es consciente de los limites que le imponen la historia, la raza y la libertad. Pero le pesa, su discurso no es libre, la posibilidad de poder decir el mundo le pesa. ¨ ¿No hay nadie que le diga que también él está amarrado por las bandas de la oscura momia, por la sangre podrida de la raza que obstina en destilar su fuerza en esas heridas, en esas palabras que él escribe bajo la esplendorosa ilusión de la libertad?¨ Carece de una voluntad decidida para asumir la tarea que él mismo se ha impuesto. Pero cómo habrá de escribir con una voluntad decidida si él mismo nos dice que el bailarín es bailado, que lo determina la historia, la raza y la libertad es una ilusión. Pero no hay que dejarse engañar. El autor adopta la máscara del bufón bailarín para hacernos bailar a su ritmo, todo es una puesta en escena, el texto es una pieza literaria. Un objeto estético para las generaciones futuras, el temor ha verse dentro de la historia le hace suponer que la libertad es una ilusión. Y sin embargo, sabe jugar el juego. Porque los condicionamientos no le pesan, simplemente no le importan como tales, sólo como recurso estético. Pregunta: ¨ ¿Pero quién duerme, quién escucha?¨ ¿Podemos arriesgar una respuesta al enigma que el autor nos arroja tal cual la Esfinge al joven Edipo? El tiempo. La respuesta está en el tiempo. Quienes duermen son sus contemporáneos. Y los que escuchan somos nosotros, los hombres de un presente distinto. Todo el escrito no tiene otro objeto que definir a su propio autor. Habla de sí mismo pero con modestia, lo hace en tercer persona, delimita no el campo operativo sino que apuesta a algo mayor. A definir al escritor. Tarea titánica y sin embargo le da pudor, de ahí los distintos tropos que utiliza. Y porque se sabe un clásico es capaz de ensayar una respuesta aunque no sea más que cifrada en imágenes. Pero ha fallado en su intento, le hemos descubierto. Porque escribir, el escritor no es un cirujano, tampoco un bailarín o una vestal, es un hombre que dice el mundo, que los condicionamientos no le pesan y que apela a su libertad porque es ella la condición de nuestro decir. Le hemos descubierto. Porque nosotros no somos guardianes de cementerio.
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