Dios es la conciencia cuántica derás de nuestra conciencia, el Gran Observador de cuanto observamos, el Ser que hace posible que los seres hagan posible la realidad. | ||||
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Desde la antigüedad el hombre ha
tratado de encontrar una prueba fehaciente de la existencia de Dios. Filósofos,
científicos y religiosos, cada uno en su materia, han buscado elementos
suficientemente contundentes que demuestren que Dios existe. Los filósofos han
querido hallarlo en un principio metafísico, la mayoría de los científicos
intentan encontrarlo en la profundidad de la materia y los religiosos, haciendo
a un lado ambos argumentos, lo ubican en un ámbito al cual sólo se llega
mediante la fe. A pesar de que han transcurrido ya siglos de discusiones al
respecto, la pregunta ¿existe Dios?
sigue siendo hoy una cuestión difícil de responder.
Para
resolver un poco esta incógnita, me parece necesario definir grosso modo lo que pudiera ser Dios. La
palabra Dios proviene del latín deus
que significa “ser de luz”, pues así eran
entendidos los dioses en los orígenes, como seres hechos de la materia de la
luz.[1] Los místicos hacen referencia
a experiencias en donde Dios se presenta como un ser de luz, como una energía
luminosa y llena de bondad. Podemos pensar de entrada, pues, que Dios, en tanto
que ser de luz, si existe, es energía que se manifiesta como luminosidad, lo
cual nos abre una vía de análisis. Si Dios es luz, hemos pues de basarnos en
los estudios sobre la luz para des-cubrir su existencia.
La luz es un fenómeno interesante
porque se comporta como una onda y como una partícula. Una onda es una curva o
círculo que se forma en la superficie de algo. Pensemos en la onda que aparece
en el agua cuando arrojamos una piedra. La luz, como el agua en el estanque, se
propaga en ondulaciones. Estas ondulaciones, al extenderse, abarcan un área
enorme durante su recorrido. Si quisiéramos marcar todos los puntos que toca
esa onda al recorrer el área completa, el estanque entero por ejemplo, nos
sería imposible; la onda está en muchos sitios a la vez. La partícula, al
contrario, fija su posición en un sitio, como el agujero de una bala. Lo
curioso con el fenómeno de la luz es que onda y partícula existen en
superposición, es decir, al mismo tiempo.
La onda de luz abarca
todas las posibles posiciones de la partícula en un campo probabilístico, en
ese sentido, la onda es pura posibilidad, posibilidad de que la partícula
lumínica esté en cualquier sitio dentro del área. En la onda no hay nada
definido, todo es posible. Y permanece siendo posibilidad hasta que una conciencia,
mediante la acción de observar, colapsa la onda y determina el estado de la
partícula. Entonces la posibilidad pasa a ser realidad, es decir, desaparece la
superposición y se muestra sólo la partícula. Todas las partículas subatómicas se
comportan igual, de manera que la realidad que conocemos, antes del colapso, es
pura posibilidad.
Pongo un ejemplo. Imaginemos que entramos a un cuarto oscuro con los ojos cerrados; no vemos nada. Pongamos que esa oscuridad es como la onda de posibilidad en la que nada está definido; cualquier cosa puede estar en cualquier sitio. Mientras no abramos los ojos todo es posible. Ahora imaginemos que sólo parpadeamos una vez. Durante esa fracción de segundo en la que nuestros ojos estuvieron abiertos, la oscuridad se colapsó, dejó de ser posibilidad para convertirse en realidad espacial. Sólo en ese breve instante aparecieron las cosas, los espacios y las distancias. Volvemos a parpadear una vez más y colapsamos de nuevo la posibilidad en realidad: otra vez las formas, los colores, los tamaños. Así, continuamos parpadeando. Cada parpadeo es, digamos, una fotografía, una imagen estática de la realidad espacial que toma forma luego de un colapso. Si empezamos a parpadear más veces de manera continua y unimos cada cuadro fotografiado, conseguimos que los cuadros unidos den la sensación de movimiento, ese es el tiempo. El cúmulo de observaciones dadas en cada fracción de segundo crea la realidad espacio-temporal en donde existimos.
Nosotros somos
creadores de la realidad. Sin nuestra observación, nada estaría ahí porque
permanecería en la oscuridad de la posibilidad. En ese sentido somos dioses,
creamos el mundo que habitamos. Mas si nosotros colapsamos la onda de
posibilidad para que haya realidad, ¿cómo es que nosotros, que somos también
realidad, podemos estar aquí para colapsar? En otras palabras, la realidad
necesita de una conciencia que colapse la onda, una conciencia que a su vez
necesita de otra conciencia que colapse la onda que lo haga existir para
colapsar. Esto es lo que llaman los físicos “jerarquía entrelazada”. Amit
Goswami lo explica de esta manera: no hay
colapso sin un observador; pero tampoco hay observador sin un colapso[2].
La
conciencia es una especie de luz que ilumina la realidad interior-exterior y
hace posible que frente a nosotros aparezca un mundo. Dicha luz depende
necesariamente de otra luz, una luz dotada de conciencia toda vez que sólo un
ser consciente es capaz de colapsar las posibilidades. ¿Qué es, pues, Dios? Desde
esta perspectiva, Dios es una conciencia cuántica, el Gran Observador de cuanto
observamos, el Ser que hace posible que los seres hagan posible la realidad.
Se
trata, pues, de una interrelación de conciencias. La conciencia humana descansa
en la conciencia de Dios, nuestra actividad creadora cobra vigencia sólo
gracias a la actividad creadora de aquél. En el ejemplo de más arriba, cada
parpadeo creador no es otra cosa que la apertura de la lente humana que, al “despertar”,
permite que la energía de luz eterna pase a través suyo y haga aparecer un
mundo. En cada fracción de segundo Dios crea el universo a través de nuestra conciencia.
El trabajo es conjunto. Si nosotros existimos, Dios debe existir.
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