La falsa creencia del estado de separación | ||||
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La individualidad obedece a la creencia de la mente humana de interpretar su existencia como un “haber caído” a una realidad distante en donde lo más real y verdadero es el Yo aislado. |
El vacío interior suele sentirse
como un estado de separación del Todo. Bajo su influjo, la individualidad se
impone sobre todo lo existente y se reafirma como lo único real y posible. El
otro, el mundo y la divinidad quedan apartados de esa entidad mía en donde no
me encuentro. Soy, pero de una manera tan incompleta y carente que mi ser casi
se me presenta como un no ser.
Parece
raro y hasta necio que alguien que se da cuenta de sí pueda sentirse vacío.
¿Qué no el ser en vez de vaciar llena? Hasta donde sabemos, los animales,
gracias a su bajo nivel de autoconciencia, no experimentan el vacío propio de
la individualidad. Sucede que la conciencia de mí hace despertar la idea de que
soy un ente distanciado, una individualidad encerrada en mí mismo. Y es así
porque la toma de conciencia de mi propio ser no es otra cosa que un retorno,
un viaje de regreso, un encuentro con aquél que soy. Mi conciencia, en un
primer momento, sale a encontrarse con el mundo, un mundo que pronto hará que
regrese sobre esa entidad de donde ha partido, ese alguien del cual ya se
percata, mi ser. Soy, pero sólo como referencia a lo que no soy: soy yo porque
no soy los otros, soy yo porque no soy las cosas. La realidad se compone así de
un esquema Yo - no Yo.
Al
mirarme y experimentarme una y otra vez, padezco la sensación de alejamiento del
mundo que habito: las cosas allá y yo aquí, los otros allá y yo aquí, la
divinidad allá y yo aquí. Si sólo me tengo a mí mismo, he de vivir conmigo
mismo, pienso. Pero resulta que mi mí mismo no acaba de hacerme sentir completo;
siempre me falta algo. De manera que el tenerme es más bien un perderme, el
buscarme es un extraviarme y el conservarme es un destruirme. Encerrado en mi
propia existencia, me siento preso dentro de las barreras de mi individualidad,
imposibilitado de salir de ahí para, en un acto de fusión, unirme a otro que
llene mi vacío. Pues, ¿cómo llegar hasta él si los límites de la corporalidad
nos separan?; ¿cómo ser recibido por él si mi Yo está confinado en su propia mónada?
Cuando se mira desde la
individualidad todo es separación. La pregunta es si existe una manera de
percibir la realidad sin la lente de la individualidad. La respuesta es
sí.
El
Yo es uno de los inventos de la mente, un invento necesario desde luego, porque
la propia identificación respecto de lo otro depende de ese pronombre: Yo. Yo y
no Yo, como expuse más arriba, es el esquema a partir del cual entendemos
naturalmente la realidad. Y no puede ser de otra manera toda vez que la
experiencia así nos lo indica. Pero la experiencia se encuentra también inmersa
en el engaño.
Robert
Lanza, investigador de la escuela de medicina de la universidad de Wake Forest,
en Carolina del Norte, explica, haciendo alusión al comportamiento del mundo
cuántico, que la individualidad es una ilusión. Si tomamos dos partículas
subatómicas como dos electrones por separado y, bajo ciertas circunstancias, estimulamos
a una, el estímulo afectará a la otra sin importar cuán lejos se encuentre.
Esto demuestra que la materia está físicamente unida, pues incluso luego de
separarla, la energía permanece ahí conectando la materia separada. No hay
entonces separación entre electrones, no hay separación entre las cosas ni
separación entre una persona y otra, señala Lanza. La individualidad es un
invento de la mente.
Si
es así, ¿cómo es que la mente logra tal engaño? ¿Por qué nos percibimos entes
individuales? Todo comienza en el momento en el que conseguimos que la realidad
aparezca en el espacio-tiempo. Cuando mi conciencia despierta y se enfrenta con
el mundo, en realidad lo está creando. Si tomamos en cuenta que toda la materia
está compuesta por átomos y que los átomos, antes de “fijarse” como materia,
son partículas misteriosas que están en todos lados a la vez, tendremos que
preguntarnos qué hace que estas extrañas partículas dejen de ser posibilidad –átomos
en superposición– y se conviertan en
realidad, es decir, en cosa. Es nuestra conciencia la que hace posible esta
transformación, nuestra conciencia mediante la acción de observar los átomos. Una
vez que las partículas se “congelan” –en mecánica cuántica lo llaman colapso
porque se colapsa la onda de posibilidad– recibo la experiencia del objeto en
la experiencia de mi Yo individual. Entonces mi cerebro capta que en este
encuentro estamos solamente el objeto y Yo. La verdad es que no es así. Porque
como yo también estoy formado por átomos, y mis átomos deben estar ya “congelados”
para que yo pueda observar, y dado que yo no puedo “congelarlos” porque todavía
no estoy ahí en la realidad para hacerlo, debió haber habido otra conciencia –una
conciencia unitiva– “detrás” de la mía que los “congelara” (ver mi artículo ¿Es Dios una conciencia cuántica?). Mi
cerebro, desde luego, no se da cuenta de esto y le parece fácil poner a mi Yo
como la única conciencia posible. El físico Amit Goswami lo explica más o menos
de esta manera: en el colapso aparece el objeto en el exterior, el mismo que
mandó el estímulo; mas no percibimos el estado del cerebro, ahí la conciencia
unitiva se identifica con el estado cerebral colapsado, lo cual se experimenta
como Yo individual, como sujeto[1].
La
individualidad obedece, pues, a la creencia de la mente humana de interpretar
su existencia como un “haber caído” a una realidad distante en donde lo más
real y verdadero es el Yo aislado. Nada más falso. Hoy la ciencia arroja una
cuerda para rescatar al Yo de su isla desierta. El estado de separación es una
ilusión. Una vez asimilado este punto, es menester empezar a transformar el
antiguo esquema mental para adelgazar, desvanecer y eliminar la lente de la
individualidad de nuestra percepción. Los antiguos sabios, carentes de
conocimientos científicos pero ricos en conocimientos intuitivos, nos dejaron
un método para conseguirlo: constante meditación.
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