Hace un tiempo pude ver en
YouTube un documental de la BBC sobre Shakespeare, el mismo lleva por nombre ¨el enigma de Shakespeare¨. A los
estudiosos en temas de identidades les cuesta entender cómo un joven pobre y
sin estudios universitarios sea uno de los autores más grande de las letras
de occidente. Comparto la afirmación: sin dudas es el más grande escritor que
haya pisado este mundo. Bueno, no seamos exagerados. Es uno de los más grande
junto a unos pocos más. El primer libro que leí de Shakespeare fueron sus
sonetos en una cara y erudita edición bilingüe que nunca compré, lo leí hace
muchos años cuando trabajé temporalmente en una librería. Ahí, en mi lugar de trabajo, tuve mi primer encuentro
con Shakespeare. Luego a través de la biblioteca de mi hermana leí mis primeras
dos tragedias: Hamlet y Macbeth. Luego de bibliotecas públicas sumé: Romeo y
Julieta, El rey Lear, Medida por Medida, El mercader de Venecia y no recuerdo
mucho más. No tengo un solo libro de Shakespeare en mi biblioteca. Pero dejando de lado mis referencias de lectura: ¿qué es Shakespeare? Es un poeta operando
bajo el registro de un dramaturgo porque la base de la escritura shakesperiana es
la poesía.
Recientemente alguien me consultó sobre la existencia de Sócrates. Su identidad. ¿Personaje conceptual del
platonismo? De modo análogo hay varias hipótesis sobre la identidad del autor
de las obras de Shakespeare, el documental que mencioné más arriba deja
entrever que el autor es Christopher Marlowe quien prestó servicios como espía
a la corte isabelina, frente a la posibilidad de un atentado tuvo que fingir su muerte y vivir en el extranjero el resto de su vida. Sorprende la enorme imaginación de estos investigadores para quienes el
asunto de la identidad del autor es un asunto de primera importancia. Según todos conocemos, Marlowe murió asesinado de un
cuchillazo en el ojo en una taberna en medio de una discusión de borrachos.
Pero para los estudiosos esto no es tan así y buscan explicaciones en sus
intrincadas reflexiones no carentes de imaginación e intrigas ocultas. Según esta versión, la muerte en la taberna fue una simulación, una puesta en escena, para salvar la vida del espía-poeta.
De hecho, hay una película
reciente que trata este asunto desde una perspectiva pseudohistórica, ¨Anonymus¨. La trama sostiene que el
autor de las obras de Shakespeare es Edward de Vere, Conde de Oxford, quien
mantiene un amorío con Isabel I y hasta ronda la posibilidad del incesto. De este modo, nuestro autor es un posible hijo bastardo más de la reina inglesa. La película no
es mala pero no deja de expresar cuán importante sigue siendo para muchos estudiosos
el problema de la identidad de Shakespeare y cómo el problema genera ficciones entorno a la identidad desconocida. ¿Quién es? No podemos responderlo. Es muy posible que esta noche mire Hamlet
de Kenneth Branagh, la película dura
casi cuatro horas y cuenta con un enorme elenco de actores. Sin embargo, salvo unas pocas excepciones, el cine suele presentar
adaptaciones recortadas. Sustituye a las imágenes mentales por efectos visuales, no siempre logrando estar a la altura de la versión original. Kundera presentó en
¨La inmortalidad¨ una imagen con
mayor contenido simbólico que cualquier otro registro cinematográfico, escribió:
¨...el Templo de la Fama, y alrededor de
él todos los grandes autores teatrales de todas las épocas. Por la zona central
que quedaba libre entre ellos, sin prestarles atención, se encaminaba directamente
hacia el templo un hombre con una chaqueta ligera; se le veía desde atrás y no
había en él nada de particular. Debía de ser Shakespeare, quien, sin tener
predecesores y sin preocuparse por seguir modelos, avanzar por su cuenta hacia
la inmortalidad¨
A Kundera poco le importa el problema
de la identidad y asume que el autor no es otro más que el mismo Shakespeare.
Sólo un nombre. Tampoco me importa conocer la identidad del poeta, asumo que es
Shakespeare como también asumo la existencia de Sócrates sin importarme si es
una figura literaria del genio de Platón o un señor que vivió en las Atenas del
siglo V a.C. ¿No es real Don Quijote, tanto o más que el mismo Cervantes? Ayer leí que para algunos la
identidad nos la da el cuerpo a través de la objetivación que los otros hacen
de nosotros: ser negro por ejemplo o pobre es una identidad que se impone desde
afuera objetivando al sujeto desde lo contingente. Nadie elige nacer negro o
pobre o blanco o amarillo o verde o rosado. Contingencias. Lo esencial es que
no hay nada esencial. Así, lo esencial en Shakespeare es su obra. El autor detrás de
las mismas, si asumimos el misterio de su identidad, ¿no corremos el riesgo de
perdernos en hipótesis trasnochadas y pasar por alto el placer estético? Sin embargo reconozco que el planteo primero no implica necesariamente lo segundo pero como problema me parece estéril. ¿Es
necesario ir más allá del texto? ¿Qué hizo? ¿Cómo vivió? ¿Con quiénes se acostó? ¿Quién es Shakesperare?
Siempre encontré tensiones en la
obra del poeta entre lo universal y lo particular, exponer la psicología más
profunda del alma humana a través de situaciones particulares presentes en el
desarrollo de los conflictos de los distintos personajes pero que escapan a ese
micro-universo del texto para hacer presente pasiones universales: el amor, la
traición, el romance juvenil, la impotencia de la ancianidad, la virilidad de
la juventud, la miseria y la avaricia como también la fidelidad y la amistad, lo mágico y sobrenatural y el mundo de las rencillas palaciegas, tantas
expresiones que se me escapan. Un sentimiento inefable. Nunca se me ocurriría
escribir un ¨análisis¨ de algunas de sus obras y hasta hay aberraciones
psicoanalíticas que ven por ejemplo en Hamlet un conflicto de Edipo y no sé
cuántas interpretaciones más por el estilo. Frente al misterio, la belleza y el
suspiro: el silencio y el placer en el cuerpo ante la prosa meditada, el
trabajo artesanal de ir tejiendo con palabras, trabajo manual de elaboración
del texto. El cuerpo puesto en las palabras.
Ayer leía ciertos pasajes de
Macbeth y Hamlet dejándome caer en la más absoluta perplejidad. Perplejidad es
el término correcto. Me preguntaba cómo es posible el objeto terminado. La
perfección en el estilo, la sonoridad de las palabras como una música con
ritmos que siguen acentos distintos conformando una melodía poética. Violenta
por momentos, con estados de desasosiego, la duda y la certeza, la lectura en
voz alta: ¨Ser o no ser, esa es la
cuestión ... Si es o no esta nobleza del pensamiento para sufrir los tiros y
flechas de la desdichada fortuna, o para tornar las armas contra un mar de
problemas, y darles fin con firmeza. Morir ... Es dormir ... No más. Y con un
sueño decimos el final. Los dolores del corazón y las miles de aflicciones
naturales que nuestra carne hereda, se acaban. Este momento sería deseado
devotamente. Morir, es dormir ... Y dormir, tal vez soñar. Sí, aquí está el
obstáculo; porque ese sueño de muerte que soñamos puede llegar, cuando hayamos
abandonado este despojo mortal. Debemos darnos una pausa ... Ahí está el
respeto que imponen las calamidades de una larga vida. ¿Para qué desafiar los
azotes y desprecios del tiempo, los errores opresores, el orgullo ofensivo del
hombre, las angustias de un mal pagado amor, los quebrantos de la ley, la
insolencia de los oficiales y los desdenes de los soberbios, cuando uno mismo
podría procurarse la quietud con una daga? ¿Quién podría tolerar tanta
opresión, sudando y gimiendo bajo el peso de una vida agotadora, si no fuera
por el temor de que existe alguna cosa más allá de la muerte: el desconocido
país, de cuyos límites ningún viajero regresa, que nos llena de dudas y nos
hace sufrir esos males que tenemos, antes de ir a buscar otros que no
conocemos? De este modo la conciencia nos hace a todos cobardes; así la tintura
del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia; y las empresas
de gran importancia, por esta sola consideración, toman otro camino y se
reducen a designios vanos. Pero ... ¡qué veo! ¡La hermosa Ofelia! Ninfa, espero
que mis pecados no sean olvidados en tus oraciones.¨
La cita pertenece al tercer acto
y la tomé de una página de internet porque no tengo el libro aquí conmigo. Sería
bueno después de todo dejarnos arrastrar por el problema identitario y jugar un poco con el problema.
Tengo una hipótesis. Un joven poeta de familia humilde de Stratford-upon-Avon
decide dejar a su esposa e hijos para buscar suerte en Londres. La figura del
joven Marlowe acapara toda la escena, después de todo el recién llegado es un
provinciano con ambiciones literarias, espera su momento pero no deja de
trabajar en sus escritos. La fortuna, esa diosa caprichosa y huidiza, le
acaricia la cara, lo besa y se acuesta con él pero para asegurar el éxito de su
empresa su identidad debe ser un misterio. Nunca nadie conocerá al personaje detrás
de las palabras, no hay autor, sólo rumores y especulaciones, también envidias, nunca nadie conocerá el rostro del bardo. Debe adoptar un medio por el
cual conectar sus obras al público, un rostro mediador con un nombre bajo el
cual asegurar que nunca se descubra la identidad del autor de las palabras. ¿Y
si afuera ella, una mujer de una sensibilidad extrema, de una mirada profunda y
soñadora capaz de ver las profundidades del alma la dueña de las palabras del
poeta? Una mujer, Shakespeare es mujer. Suficiente. Decir Shakespeare es evocar
a las tres brujas que danzan entorno a Macbeth, a toda la poesía de mundo
contenida en pequeños libros superiores a cualquier retrato del hombre presente en los libros de psicología. Nadie
más supo expresar el delirio del mundo, el caos interno que corroe a los
hombres, ponderar las pasiones y los sentimientos bajo un juego de máscaras. Un
juego de máscaras en el teatro. En un costado, en las sombras, la silueta de lo
que bien puede ser un hombre o una mujer. Sólo un nombre: Shakespeare.
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