Sin lenguaje no hay pensamiento porque "pensar es un decirse".
En filosofía es muy usada la frase “vivimos en el lenguaje” para anunciar que la realidad humana descansa sobre la plataforma del lenguaje. El lenguaje es el sistema lingüístico mediante el cual nos comunicamos los seres humanos a partir de signos sonoros que pueden ser representados gráficamente. En tanto que tenemos la facultad de usarlo, el lenguaje se nos presenta como la condición necesaria para organizar un mundo a la manera humana. Sin este sistema de comunicación, la vida no sería la que es toda vez que el lenguaje define el entorno en el que cobra acción la vida de los hombres.
En filosofía es muy usada la frase “vivimos en el lenguaje” para anunciar que la realidad humana descansa sobre la plataforma del lenguaje. El lenguaje es el sistema lingüístico mediante el cual nos comunicamos los seres humanos a partir de signos sonoros que pueden ser representados gráficamente. En tanto que tenemos la facultad de usarlo, el lenguaje se nos presenta como la condición necesaria para organizar un mundo a la manera humana. Sin este sistema de comunicación, la vida no sería la que es toda vez que el lenguaje define el entorno en el que cobra acción la vida de los hombres.
Nuestro
primer encuentro con el lenguaje se da en el nacimiento, incluso, según algunos
investigadores, antes de éste, en el vientre materno. El bebé recibe los
sonidos provenientes de la boca de mamá y poco a poco empieza a relacionarlos
con un sentimiento. Palabra y sensación se corresponden. El aprendizaje lleva
por tanto un camino afectivo. Habrá sonidos-palabras que detonen sentimientos
agradables o desagradables según sea el caso o tonos y timbres que el niño
identificará de una u otra manera. Así, el infante, conforme se desarrolla, va
organizando su mundo con base en lo que le atrae y le repugna, lo que le hace
sentir bien y le asusta y lo que le gusta y rechaza. Se relacionará, pues, con
su entorno de manera afectiva.
Por
imitación el niño aprende su lengua materna, que no es otra cosa que el idioma
de los padres, el sistema de comunicación propio de la comunidad a la que
pertenece. La lengua es la manera en que se manifiesta el lenguaje. En este
sentido podemos decir que el lenguaje es universal pues aplica para toda la
especie humana, mientras que la lengua es particular, porque aplica para una
determinada comunidad o grupo social. Es mediante la lengua materna que el niño
aprehende el mundo. Mamá le enseña que silla no es mesa, que azul no es rojo,
que árbol no es ave y así. A partir de hacer diferenciaciones, el niño comienza
a distinguir una cosa de otra. La realidad va entonces cobrando sentido, se
organiza, se distribuye y se ordena.
Pensemos por un
momento que careciéramos de lenguaje. Sin lenguaje toda esa realidad sólo sería
un “eso”, es decir, un todo indeterminado imposible de definir en el que no se
descubren partes, no se distinguen cosas como mesa, silla o árbol, no hay nada
concreto, sino una espesa nube colorida y difusa en donde los objetos
desaparecen en el todo. Y es que el lenguaje hace que las cosas se destaquen,
que “salgan” a la realidad y se manifiesten, que cobren “existencia”.
Los antiguos
babilonios le daban especial importancia al nombre de las cosas; para ellos,
aquello que no tenía un nombre no existía. Y es que lo que no se puede nombrar
no puede incluirse en el mundo, queda, digamos, sumido en el abismo de lo
indefinido. De ahí que el nombre de la persona fuese tan importante en culturas
ancestrales; le daba al individuo “existencia” dentro de la sociedad.
El lenguaje también
distingue al individuo. Nombre y apellido dan identidad a la persona;
legalmente soy alguien gracias a este nombre que he recibido de mis padres. De
tanto usar mi nombre me identifico con él. “Soy fulano de tal”, digo. Esta
frase incluye el conocimiento de un yo, mi yo: “Yo soy fulano”. Ahora bien, ¿cómo
y cuándo aparece este yo? La pregunta viene a colación porque de recién nacido
no tenía yo, no sabía que era uno diferente de mamá.
Otra vez la respuesta
está en el lenguaje. Aprehendemos el yo durante el proceso de maduración del
cerebro, cuando éste alcanza el nivel autoconsciente. Mamá nos va indicando en
nuestros primeros años que yo no soy ella y ella no soy yo. Al principio no lo
comprendemos. Hasta que un día, a modo de una epifanía, se nos revela la
yoidad. “Yo”, nos decimos. Es difícil determinar si la sensación de separación
del no-Yo define mi Yo o si el hecho de nombrarme Yo hace posible que el no-Yo
se manifieste. Como sea, la experiencia del Yo detona el problema de mi
existencia: soy, y si soy, ¿qué soy, por qué soy, para qué soy? Entonces descubrimos
que tenemos un mundo exterior (mi no-Yo) y un mundo interior (mi Yo).
La capacidad de
nombrarme yo hace posible que organice un mundo tanto dentro como afuera de mí.
¿Qué sucedería con el yo si no existiera el lenguaje? Si lo analizamos, no
cobraríamos conciencia de que somos uno separado del todo difuso del entorno,
estaríamos de alguna manera incrustados en el mundo, como el animal que hasta
donde sabemos no alcanza a distanciarse de su entorno, es uno con él. Sin
lenguaje no habría yo, mas, ¿habría pensamiento?
El pensamiento está
estructurado a base de conceptos, conceptos que hemos formado gracias al
lenguaje. El lenguaje es como una navaja que hace un corte en el panel del
mundo para resaltar algo al nombrarlo. Mamá nos presta su navaja una y otra
vez: “esto es una silla”, repite, “esta de acá también, y esta otra”. Vamos
comprendiendo que silla es un objeto con determinada forma que sirve para
sentarse, entonces incluimos todo objeto similar dentro de nuestro concepto de
silla. Alguien dice silla y yo pienso en mi silla, una silla imaginaria, mas
una silla que liga perfectamente con la intención de aquél quien la nombró. De
esta manera puedo compartir mi mundo con el mundo de los otros y entenderme con
los demás. El universo humano es un universo conceptual compartido que funciona
cuando se maneja una lengua común.
Si no viviéramos en
el lenguaje el pensamiento no podría procesar conceptos y nos sería imposible
organizar ideas. Cuando pensamos nos decimos lo que pensamos. Por eso Gádamer
afirma que “pensar es un decirse”.
Podemos concluir que
el lenguaje es posible gracias a la razón humana, pues un sistema como éste
sólo adquiere factibilidad en un organismo con capacidades racionales como las
nuestras. No obstante, sin lenguaje no hay pensamiento, ya que éste se vale del
primero para organizar ideas lógicas basadas en conceptos cuyo origen depende
del lenguaje. Y sin pensamiento no habría yo, porque ser yo implica tener la
capacidad de pensarme, pensar sobre mí, dirigir mi atención sobre éste que soy,
un ser separado del mundo.
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