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Parménides expone en su teoría
del ser que nuestros sentidos nos conducen al error. Percibimos la diversidad,
el movimiento y el continuo cambio de las cosas; notamos contrarios como el día
y la noche o la vida y la muerte; diferenciamos los objetos según su color,
tamaño o forma, todo ello sin percatarnos de que estos fenómenos son
manifestaciones de una sola esencia, un solo ser inmóvil e inmutable.
“Lo que es es y es
imposible que no sea; lo que no es no es y es necesario que no sea”, dice
Parménides. Este postulado supone la eternidad y absoluta inmutabilidad de
todas las cosas, pues cualquier cambio, por pequeño que sea, sería un dejar de
ser, lo que contradiría la afirmación. Así, el mundo cambiante y plural que se
nos presenta obedece a un error de percepción: lo que está ahí en verdad no
cambia sustancialmente, el cambio es para la vista o el oído o el olfato, mas
no para el nöus o pensamiento que
racionalmente –no empíricamente– entiende que lo que es siempre ha sido y
siempre será.
La
teoría de Parménides es una abstracción, mentalmente aísla la sustancia de las
cosas para mirarla aparte y filosofar
sobre ella, un proceso que los empiristas le discuten. La cuestión aquí es qué
tan diferente es el ser de la cosa que es, en otras palabras, cuán distinta es
la manifestación de la sustancia que se manifiesta. A fin de responder esta
pregunta cabe incluir la participación de aquél que percibe la cosa, pues qué
tanto depende de éste la manifestación, qué tanto pone él de sí mismo en la
cosa que percibe; ¿no acaso el
individuo, al percibir los objetos, participa en la creación de los mismos?
Estudios
sobre la mecánica cuántica afirman la verídica colaboración de los entes
conscientes en la creación de la realidad: todo observador (ente con
conciencia), al llevar a cabo la acción de observar, colapsa una onda de
posibilidad cuántica y da vigencia a la realidad. Entonces ésta aparece.
Hablando de una cosa cualquiera, una silla por ejemplo, ésta, un instante antes
de la observación, era mera posibilidad de ser silla. Si luego de la
observación la silla sigue siendo silla es porque el observador eligió ese
resultado. Cabe resaltar que tal resultado obedece a la ley de probabilidades;
la probabilidad de que la silla deje de ser silla sin una fuerza que altere su
forma es mínima, por eso el observador percibe una continuidad: la silla sigue
siendo la misma silla que un momento atrás y el observador la percibe en el
presente continuo.
Mas,
¿qué es una silla? El lector se dirá que es un objeto de cuatro patas que tiene
un respaldo y sirve para sentarse. Y si la uso para pararme en ella, ¿deja de
ser silla? Y si tiene una pata, ¿deja de ser silla? ¿Qué hace que la silla sea
silla?
La
silla es silla porque cabe en el concepto de silla que me he formado. ¿Cómo
adquirí ese concepto? Mediante un proceso de abstracción. La idea de silla
procede de una acción comparativa entre objetos similares a partir de los
cuales abstraigo una forma, un material, un tamaño y un uso para conformar la
idea de silla. Para usar un lenguaje más actual, es como si de tanto ver y
experimentar lo que es una silla, fabrico un archivo con los datos suficientes
como para incluir a todo objeto de las mismas cualidades en él. Lo cual nos
obliga a aceptar que si no hubiese visto jamás una silla y un día viera una
frente a mí, no sabría lo que es. Así, podemos decir que el objeto no es sólo
objeto gracias que yo, un observador, le doy existencia real, sino también porque
ese objeto tiene un significado para mí.
La realidad, entonces,
es siempre realidad significada, las cosas son para cada uno de nosotros algo
con valor significativo, algo que cabe en un concepto. Si nunca hubiese visto
yo una silla, tal objeto existiría desde luego como ente, como cosa, podría
tocarlo, sentirlo y, aunque no entendiera bien lo qué es ni su utilidad, podría
perfectamente adjudicarle un uso. La vería quizás como un arma. Pienso en el
aborigen que, al ver una silla de madera, la toma como escudo para defenderse
de las bestias. En este supuesto, la silla sería entonces un incómodo y pesado artefacto
de defensa y su concepto quedaría relacionado con “objetos para la guerra”, al lado
de lanzas y flechas.
Lo que está aquí en
juego es la verdad. ¿Quién tiene la verdad, el que sabe de sillas o el
aborigen? ¿Cuál de las realidades es la buena? No podemos descalificar al
aborigen por darle a un objeto un uso diferente al nuestro, ni invalidar
nuestra realidad conceptual por tomar una de sus raras armas como un artículo
ornamental, ambas realidades, aunque diferentes, son correctas. Por otro lado, la
verdad ontológica de la cosa, es decir, la verdad del ser que hace a la cosa
ser, sólo se hace patente a través de la cosa misma y cualquier idea para
separar al ser de su manifestación – como lo hizo Parménides– es una labor
basada en un concepto, en un significado puesto por el mismo pensador.
Lo que deseo mostrar
–asunto que no sé si he logrado aún– es que la esencia de las cosas y su
concepto se encuentran relacionados, ontología y semántica se complementan.
Porque lo que es es siempre algo para alguien que piensa en lo que es, y ese
que piensa lo hace a partir de conceptos o ideas, de significados que él impone
a lo que es. No podríamos pensar en el
ser sin tener un concepto de lo que es el ser y tal concepto, el que fuere, es
una aportación del individuo pensante, nunca un encuentro directo con la
verdad. En este sentido, hablar del ser es hablar de lo ininteligible, lo
inexplicable, lo inabarcable y lo inconceptuable. El ser es siempre más que su
concepto.
La teoría de
Parménides nos abre las puertas al infinito y nos invita a imaginar lo eterno. Si
el ser, como dice, es y no puede no ser, nos quedamos con la esperanza de que
no existe la muerte y de que todo este mundo cambiante e inestable es sólo una
apariencia. No obstante, como la idea de Parménides es conceptual, habrá que
darle al ser libertad plena en vez de secuestrarlo dentro de los muros del
pensamiento.
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