Fragilidad del narcisismo posmoderno | ||||
---|---|---|---|---|
La posmodernidad neoliberal reinventa el mito de Narciso, poblándose de individuos que viven para sí mismos, héroes solitarios que se autoayudan y se autorrealizan, sumidos en la magia de sus sueños. Pero Narciso no es feliz. Tal vez le convenga cuestionar su egocentrismo omnipotente y redescubrir la comunidad. |
Ya lo menciona Zygmunt Bauman: la
globalización posmoderna ha erosionado, paradójicamente, el valor y la propia noción de lo
común; cada cual tiene que arreglárselas solo. A la dimisión de la utopía se
responde con la retrotopía (vuelta atrás, según Bauman) y, añadiría yo, con la
introtopía: el sueño de la realización personalizada y lograda individualmente.
Se trata de
triunfar a toda costa, de sacarle partido al mundo al servicio de nuestras
intenciones egocéntricas. Recluidos en nuestras celdas de la colmena atomizada,
nos entregamos a una orgía masturbatoria de “pensamiento positivo” y sueños
megalómanos: basta con poner suficiente empeño y con acudir, si acaso, al
especialista indicado (gurú, terapeuta, coach…) que nos enseñe a
hacerlo. La propia moralidad, cuyo sentido originario es social, se privatiza y
se convierte en autorreferente, como explica Bauman: “de ser el principal aglutinante
que salvaba distancias y acercaba posiciones entre las personas y, en
definitiva, las integraba, ha pasado a convertirse en una más de la ya larga y
aún creciente lista de herramientas de división, separación, disociación,
alienación y laceración”.
Es obvio que tales
espejismos reavivan el temprano sueño narcisista de una autarquía absoluta:
triunfar sobre todos sin necesitar a nadie. Ese narcisismo subyace, por
ejemplo, en la pseudomística de la conexión directa con las fuerzas del universo.
Algunos gurús lo han expresado rotundamente: “Concéntrate en lo que deseas y el
universo entero conspirará para que se cumpla”. Es la apoteosis mágica de la
voluntad omnipotente. Ni siquiera hace falta esforzarse, basta con desear.
“Piense y hágase rico”: la autarquía es puramente mental, es una psicoautarquía
de sillón y libro de autoayuda (literatura, en palabras de Bauman, “sobre cómo
convertirse en narcisistas y cómo disfrutarlo sin cargos de conciencia”). Basta
con cambiar los pensamientos para que nos cambie la vida. Como decía mi
terapeuta, ¡ojalá fuera tan fácil!
Las ancestrales y
humildes plegarias han pasado a entenderse como hechizos tras el ocaso de los dioses. Lamentablemente, no somos ni dioses ni magos, y el único poder de los
mantras es que, como el rosario de nuestras abuelas, nos calman con su
cantinela y nos sumen en un dulce aturdimiento. Reiterarnos los deseos puede
ser útil en tanto dirige a ellos nuestra atención y nuestra acción, no porque
sean despachados en ninguna oficina sideral de pedidos.
Nada más sano para
nuestro narcisismo que un nuevo giro copernicano que nos vuelva a echar del
centro del cosmos. Porque la realidad es todo lo contrario: somos nosotros los
que orbitamos en torno a innumerables condicionantes (los genes, la propaganda,
el consumo, el capital, el deterioro del entorno…). Nos dicen: “El mundo es
tuyo, cómetelo”, y nosotros, como buenos Narcisos, abrimos la boca, mientras él
nos devora; buena parte de la humanidad vive sumida en guerras y crisis de subsistencia,
y las propias sociedades opulentas asisten a una precarización del trabajo y
del nivel de bienestar.
El
mito de la introtopía, pues, hace aguas por todas partes. Lo valioso escasea tanto
como siempre, y solo es accesible junto a los otros y a través de otros. El
universo, por mucho que nos identifiquemos con él y queramos verlo como un
ámbito de armonía y belleza, sigue siendo frío, indiferente, inseguro, erizado
de cataclismos; no solo no suele darnos la razón, sino que continúa oponiendo a
nuestras pretensiones la resistencia pantanosa de la facticidad. Vivir sigue
siendo difícil y arriesgado, y para ello no contamos con más apoyo que el de la
solidaridad y el intercambio. Narciso tendrá que madurar.
Publica un comentario: