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Desde hace un
tiempo, la posibilidad de acceder a la
verdad, fue puesta en duda[1].
Hoy parece que es imposible, nos conformamos con que algo sea verificable o
simplemente verosímil, aún así nos queda la duda, quedando a criterio y
discernimiento propio su aceptación.
Para poder
entender la paradoja que esta situación nos plantea, es necesario hacer un
recorrido sobre algunos conceptos y definirlos:
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Qué entendemos por verdad desde las distintas áreas de la
filosofía: lógica, teoría del conocimiento, ontología, ética y psicológica.
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Proceso de conocimiento.
-
Concepto de verdad.
-
Verificabilidad.
-
Verosimilitud.
Qué entendemos por
verdad:
Desde la Lógica , la verdad es una
herramienta, que junto con las reglas formales del razonamiento, nos llevan a
un resultado válido. O sea, la verdad en este caso es absoluta, algo o es
verdadero o falso, no hay término medio, no puede existir una verdad a medias
(sería falsa), pues se aplica el principio de tercero excluido.
En la Teoría de Conocimiento, se
considera a la verdad como una adecuación entre el objeto y lo que piensa de él
el sujeto. O sea una relación entre lo que pensamos subjetivamente y una
realidad objetiva.
En cuanto a la Ontología , el ser es
uno, bueno y verdadero. Es decir, la verdad es una de las características esenciales
del ser.
En relación a la
postura Ética, es lo opuesto a la mentira, se conoce algo como verdad y se
decide, voluntariamente, sostener lo opuesto.
Desde la
psicología filosófica, se identifica a la verdad con la certeza, que es la
seguridad, interior y subjetiva, de poseer la verdad.
La verdad, que hoy
nos parece imposible acceder, se refiere más a la mirada gnoseológica que al
resto, por lo cual me voy a enfocar en esta perspectiva.
En cuanto al
proceso de conocimiento:
Analicemos el
siguiente cuadro acerca de la relación de conocimiento:
La relación de
conocimiento se da entre un objeto al que se conoce y un sujeto que lo
adquiere, entre la realidad y el cognoscente:
-
La realidad irrumpe, perturba
la indiferencia de nuestros sentidos, los excita y a partir de ese
momento se pone en funcionamiento nuestra capacidad cognitiva.
-
Los sentidos reciben los estímulos, y con ellos conforman una
imagen.
-
De esa imagen, la inteligencia extrae las notas inteligibles y
elabora los conceptos y los asocia a palabras que los designan, que también
hemos recibido del exterior.
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Los conceptos e imágenes se guardan en la memoria, que también
tiene su particularidad, que es el de modificar, de alguna manera, el recuerdo
a la hora de necesitarlo.
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Al relacionar conceptos, realizamos representaciones,
interpretaciones de esa situación que nos afecta; proposiciones que nos
permiten referirnos a la realidad.
-
Pero, aún nos falta un paso más, es comprobar si ese enunciado
se corresponde con aquello a lo que se refiere. Es en este momento donde se
puede comprobar la verdad de la proposición.
De este esquema
podemos sacar algunos datos a tener en cuenta:
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No hay conocimiento sin observador.
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Todo lo conocido pasa a través de los sentidos, aunque después
lo reelaboremos.
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La verdad es una relación de adecuación, y se refiere a la
interpretación que hacemos de la realidad, no al objeto.
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No hay objeto conocido sin sujeto cognoscente.
Concepto de
verdad:
La definición más
común, desde el punto de vista del conocimiento, es aquella de Aristóteles, “la
verdad es la adecuación de la mente a la realidad” o dicho de otra forma: “La Verdad es la correspondencia
entre una relación pensada ‘subjetiva’ (proposición) con la situación
‘objetiva’ a la que se refiere (realidad)”.
Sostenía B. “Spinoza que el orden
y la conexión de las ideas es idéntico al orden y la conexión de las cosas.
Pero cuando se genera una ruptura –precisamente, un desgarramiento, una
escisión– recíproca de los términos de esta adecuación o, lo que es igual,
cuando se pone objetiva y explícitamente de manifiesto la inadequatio existente
de lo uno y de lo otro, el resultado es la pérdida de la más importante de
todas las riquezas: la del espíritu, sin la cual no es posible la prosperidad
material de una sociedad”[2].
En este punto es
donde comienza la dificultad, pues, tanto la realidad, en cuanto objeto capaz
de ser pensada, como la relación que el sujeto establece entre dos o más
conceptos (proposición), son construcciones sociales. Una y otra dependen del
observador, ya que es éste el que constituye al objeto y al sujeto como lo que
son, respecto al conocimiento.
En cuanto a la realidad, la forma y
características de las cosas, aunque existentes en sí mismas, pues de ellas se
reciben los estímulos que excitan los sentidos; no existen por sí mismas como
objeto, con objetividad propia, sin un observador que las defina, legalice o
sancione.
Voy a utilizar un ejemplo que me propuso Oscar Schvarzer, “podríamos suponer un hipotético Ser inteligente muy
pequeño de menor tamaño que un microbio. Este observaría que si el núcleo de un
átomo fuera del tamaño aproximado de una Nuez, su nube de electrones
circundantes, ocuparía un espacio superior al de una cancha de fútbol y el
siguiente átomo más próximo constitutivo de esa porción de materia, se
encontraría a decenas de kilómetros del anterior (o sea que en proporción
equivaldría a una distancia, equivalente a esta) de manera que el espacio vacío
sería gigantesco, frente al ocupado por materia densa. Otro ser un poco más
grande, podría ver los átomos como una manzana y estos estarían a una distancia
“equivalente” a varios km unos de otros, (2, 5 o 10 km , según el tipo de
sustancia) es decir que si este observador se encontrara en un lugar
intermedio, no podría visualizar nada material”.
Todos estos modelos, pueden ser válidos o
inexistentes según el observador. Decir que el mismo objeto tiene distintas
formas o tamaños simultáneamente, podría ser equivalente a que no posea una
existencia propia mientras que ésta no se pueda probar, aunque la tenga y no
dependa de la existencia o no del espectador. Es decir, el universo existe
aunque no existiera vida inteligente capaz de constituirse en observador que
pudiera afirmar su existencia.
De esta situación
surgen varias posturas, desde la realidad está ahí y lo único que tengo que
hacer es dejar que transcurra, es inasible; pasando por lo que sostiene Aristóteles: “nada
está en la inteligencia, que primero no haya pasado por los sentidos”; hasta el
más absoluto nihilismo que sostiene que la realidad extra-mental es una
construcción de mi mente (soy lo único que existe), o al menos no puedo probar
la existencia de algo fuera de mi.
En conclusión, el observador es el que da entidad
cognoscitiva al objeto como tal y en referencia a sí mismo, que se instituye
como sujeto, y establece, con aquél, una relación de conocimiento.
Pero, la
realidad, está ahí y nos golpea, el objeto también nos convierte en sujeto, sin
él no habría conocimiento y no cabría la posibilidad de cuestionarnos acerca de
la verdad.
Resulta casi
imposible, entonces, conocer la realidad (lo existente fuera del observador) tal
cual es, para lo cual necesitamos la posibilidad de comparación con otros
observadores, de ahí que el conocimiento se convierte en un hecho social.
Es en el marco
del lenguaje, donde se elabora la relación pensada por el sujeto (proposición),
que es una conexión entre conceptos, predicando una propiedad (predicado-cualidad)
a un determinado objeto (sujeto, en lenguaje sintáctico) que la contiene.
“En filosofía es
muy usada la frase “vivimos en el lenguaje” para anunciar que la realidad
humana descansa sobre la plataforma del lenguaje. El lenguaje es el sistema
lingüístico mediante el cual nos comunicamos los seres humanos a partir de
signos sonoros que pueden ser representados gráficamente. En tanto que tenemos
la facultad de usarlo, el lenguaje se nos presenta como la condición necesaria
para organizar un mundo a la manera humana. Sin este sistema de comunicación,
la vida no sería la que es toda vez que el lenguaje define el entorno en el que
cobra acción la vida de los hombres.”[3] El lenguaje define, pero
no da existencia real.
“Pensemos
por un momento que careciéramos de lenguaje. Sin lenguaje toda esa realidad sólo sería un ‘eso’, es decir, un todo
indeterminado imposible de definir en el que no se descubren
partes, no se distinguen cosas como mesa, silla o árbol, no hay nada concreto,
sino una espesa nube colorida y difusa en donde los objetos desaparecen en el
todo. Y es que el lenguaje hace
que las cosas se destaquen, que ‘salgan’ a la realidad y se manifiesten, que
cobren ‘existencia’”[4].
Lo que sostiene J. Derrida, hace pensar que damos
existencia al objeto, pero, la realidad misma es la que hace que nosotros, a
través del lenguaje, podamos nombrarla y darle ‘existencia como objeto’. De hecho, cada vez que nos encontramos con
una cosa desconocida, le ‘inventamos’ un nombre.
Pero además, los
observadores, están insertos y atravesados por la sociedad espacio-temporal en
que se desarrollan y se moldean a través del lenguaje.
Como sostiene
Descartes “Y si escribo en francés, que es la lengua de mi país, en lugar de
hacerlo en latín, que es el idioma empleado por mis preceptores, es porque
espero que los que hagan uso de su pura razón natural, juzgarán mejor mis
opiniones que los que sólo creen en los libros antiguos; y en cuanto a los que
unen el buen sentido con el estudio, únicos que deseo sean mis jueces, no serán
seguramente tan parciales en favor del latín, que se nieguen a oír mis razones,
por ir explicadas en lengua vulgar[5].
“Aparentemente,
nos encontramos aquí con la distinción, incluso con la oposición, entre lengua
y discurso, lengua y habla. En la tradición saussuriana se opondría, de este
modo, el sistema sincrónico de la lengua, el ‘tesoro de la lengua’, a los actos
de habla o de discurso, que serían la única efectividad del lenguaje. Esta
oposición, que cubriría también la de lo socioinstitucional y lo individual (el
discurso sería siempre individual), suscita numerosos problemas… Ante esta dificultad, que él trata
un poco como un accidente terminológico inesencial. Saussure dice… que… es
preferible interesarse por las cosas mas que por las palabras”.[6]
“Sin embargo, si
nos fiásemos, por pura comodidad provisional, de esta posición saussuriana, de
este modelo mas ‘estructural’ que ‘generativo’, tendríamos entonces que definir
nuestra problemática así: tratar aquello que en un acontecimiento filosófico
como acontecimiento discursivo o textual, siempre tomando en la lengua, llega
por la lengua y a la lengua, ¿qué pasa cuando semejante acto de discurso se
nutre del tesoro del sistema lingüístico y eventualmente lo afecta y lo
transforma?”.[7]
Sería, “una
poderosa combinatoria de discursos que se nutre de la lengua y está
condicionada por una especie de contrato social preestablecida y que compromete
de antemano a los individuos”.[8]
Aquí se presenta
la paradoja de la lengua natural, aquella con que nos comunicamos en una
determinada sociedad, dando un significado especial a cada término donde
intervienen todos los aspectos que hacen al humano como tal, aunque solo intente
interpretar; y de la lengua artificial, creada a propósito para determinada
función, general, que trasciende las diferencias y connotaciones culturales,
dando así un común significado a cada símbolo, como ocurrió con el griego
antiguo o el latín, y ahora con el lenguaje matemático o de las ciencias duras;
ambas responden a un contrato social preestablecido, uno particular y otro
universal. En una se manifiestan las particularidades humanas, pasiones,
emociones, etc., y en la otra solo las racionales, lógicas, estrictas. Sin
embargo en ambas se puede perder de vista la necesidad de adecuar las
proposiciones a la realidad. Realidad que es interpretada en razón del lenguaje
mismo.
Pero, cuando se
rompe el contrato social, para el observador, ya no existen referentes, salvo
las cosas, para construir expresiones que se refieran al hecho.
En el mundo
científico, es difícil que se rompa el contrato social que da base al sistema
lingüístico, por la misma razón de su rigidez estructural y metódica.
Pero, en las
ciencias humanas, en las relaciones sociales y culturales, etc., la
globalización de la economía y especialmente de las comunicaciones, produjo esa
ruptura.
El sistema –mundo
globalizado– hace que se difuminen las referencias. Los distintos sistemas
culturales, lingüísticos, ponen en duda las estructuras de referencia.
Solo se trata de
interpretaciones.
Por la cual
podemos llegar, fácilmente a la conclusión que:
“En el marco de la posverdad, para un conjunto de actores (sobre
todo vinculados al poder económico, político, religioso, científico, etc.), no
importa la verdad, sino quién (o quiénes) puede instalarla, evidentemente,
estos actores vinculados con el poder del estado y de los medios de
comunicación, logran instalar ciertas interpretaciones como verdades y no lo
son, o por lo menos no se adecúan a la situación objetiva. Solo apariencias”.
Sostiene F.
Nietzsche, "la
apariencia es la viva realidad misma actuando que, irónica consigo misma, había
llegado a hacerme creer que aquí no hay más que apariencia, fuegos fatuos,
danzas de duendes y nada más."[9]
"La creencia en la
reputación, el nombre, la apariencia, el valor, el peso y la medida habituales
de una cosa –que en un principio fueron algo erróneo y arbitrario que cubrió a
la cosa como fina capa totalmente extraña a su naturaleza e incluso a su
epidermis–, la creencia en todo esto, digo, transmitida de generación en
generación, se fue convirtiendo en el cuerpo de esa cosa en solidaridad de
algún modo con su crecimiento más íntimo; ¡la apariencia primitiva acaba
siempre convirtiéndose en la esencia y actuando como tal! ¡Qué locura supone
pretender que bastaría denunciar ese origen, ese velo nebuloso de la ilusión
para aniquilar ese mundo que consideramos esencial y al que llamamos
"realidad"! ¡Sólo podemos aniquilar siendo creadores! Pero no
olvidemos tampoco esto: que basta crear nuevos nombres, nuevas valoraciones y
verosimilitudes para crear, a la larga, "cosas" nuevas."[10]
Dice I. Asimov, “Negar un hecho es lo más
fácil del mundo. Mucha gente lo hace, pero el hecho sigue siendo un hecho.”
[1]
Este tema está desarrollado en http://www.microfilosofia.com/2017/03/el-camino-la-subjetividad-nem.html
[2]
http://www.microfilosofia.com/2017/10/del-dicho-al-hecho.html
[5] Rene Descartes, Discurso del método. pdf. Pg. 61.
Hablando del presente francés que lo atraviesa a Descartes, Derrida sostiene
“Este presente marca… el acontecimiento aparente de ruptura, pero también de
continuidad de un proceso histórico interminable e interminablemente
conflictivo… el imperativo de la lengua nacional, como medio de comunicación
filosófica y científica, no ha dejado de reiterarse y de re-iterarnos al orden…
en una Nota de… (1982) que la lengua francesa ‘debe seguir siendo o volver a
convertirse en un vector privilegiado del pensamiento y de la información
científica y técnica’.” Jacques Derrida, El lenguaje y las instituciones
filosóficas, Paidós, 1995, pg. 34.
[8]
Ïdem, pg 33
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