Ave, Gutenberg. Morituri te salutant. | ||||
---|---|---|---|---|
Google y Whatsapp ganan la partida. La erudición ya no está de moda; la reflexión parece una extravagancia; la minuciosidad, un aburrimiento. ¿La tecnología nos absorbe, o es que ya no somos los mismos? ¿Pérdida o mutación? |
Nuestro sistema educativo hace
aguas. Bajo la avalancha masiva de la información, sucumbe el
conocimiento. Nunca se dispuso de más texto escrito, y sin embargo cada vez se
lee menos y se escribe peor. ¿Será deliberado? ¿Quieren idiotizarnos? ¿O se
trata de un cambio de paradigma que no sabemos entender desde la vieja perspectiva? ¿Se puede descifrar la galaxia Google desde la galaxia Gutenberg?
Los más pesimistas
se echan las manos a la cabeza. Leo la noticia de un profesor universitario que
abandonó la docencia porque no estaba dispuesto a transigir con la desatención
de sus alumnos, embebidos en el wasap o en los selfies, ni con su escandalosa
falta de motivación por la cultura. ¿No será que está cambiando lo que se
entendía por cultura? Un estudio afirma que está disminuyendo el cociente
intelectual en las nuevas generaciones. ¿No será que se perfila una nueva “inteligencia”
que ya no miden las viejas pruebas? Algunos se preguntan si la actual educación
por competencias será solo una capitulación de la verdadera enseñanza, un
artificio para disfrazar la caída del nivel en los alumnos, o, peor, un
instrumento para provocar ese desplome. Aun siendo cierta una u otra cosa, ¿no
serán ambas consecuencia de una transformación mayor, que hace inútil la
educación tal como la entendíamos?
No defenderé la
epidemia de dispersión y de banalización a la que nos ha abocado la tecnología.
Nuestras comunicaciones son innumerables, pero superficiales; en realidad, tienen
mucho de incomunicación —la del ser solitario adosado a la máquina—: más que
multiplicar nuestra presencia, nos deshilachamos por infinitas fibras de
ausencia. La información nos inunda a una velocidad tan vertiginosa que no da
tiempo a convertirla en saber: es como si evacuáramos directamente lo
que devoramos, sin que medie apenas asimilación.
Algo falla cuando
el mundo nos arrastra, en lugar de ser nosotros los que lo dirigimos; cuando
nos despeñamos por una riada de acontecimientos sin encontrar un solo
agarradero de estabilidad; cuando la vida se ha tornado líquida, o más bien gaseosa,
etérea, como las ondas que nos atraviesan a cada instante para transportar los
bits de la televisión o del teléfono. Es como si nos hubiésemos convertido en
ondas nosotros mismos, espectros o vibraciones que se generan y se disipan a cada
instante. Los móviles dejan multitudes de cuerpos vacíos mientras las almas parecen
vagar por indefinidos espacios. Somos seres hiperactivos que jamás descansan,
que han confundido el existir con el hacer, el ser con el consumir, el vivir
con el correr, el pensar con el hablar...
Todo eso es verdad.
Y, sin embargo, da la impresión de que hay algo más. Algo que no acabamos de vislumbrar
porque no miramos con las lentes adecuadas. A uno le asalta la inquietud de si
esa verdad no nos parecerá un abismo porque no sabemos ver la que empieza un
paso más allá.
Pondré un ejemplo.
La noticia sobre el profesor universitario que dimitió debido al wasap me
llega… por wasap. La leo en un grupo virtual de viejos compañeros de Magisterio
que, inmediatamente, escriben (en el wasap) sus comentarios escandalizados. Uno
de ellos dice que lo ha leído en clase con sus alumnos, “para pensar”. Entiendo
que lo leía del móvil… ¡Si llega a saber todo esto el indignado profesor!
Entonces,
¿maldición o instrumento? ¿Desvirtuación u oportunidad? ¿Pérdida o más bien cambio?
La galaxia Gutenberg, en efecto, languidece. Empieza la era de la galaxia Google.
¿Solo hay que lamentarlo? Tal vez los que creemos resistir no seamos más que nostálgicos
dinosaurios.
Publica un comentario: