Los hombres de Gedeón. |
La creencia tautológica según la cual “el ser es el ser y nada
más que el ser”, sólo significa que el ser no es más que la nada. Es una
fantasía política, sólo apta para los candores del gran público, la pretensión
de hacer pasar una simple evasión de estrategia política por una suerte de
fórmula algebraica invertida, capaz de atriburle al lenguaje habitual contenido
matemático, y no al revés, transmutando al lenguaje matemático expresiones del
lenguaje habitual. De ahí que el conocido “todas las opciones están sobre la
mesa” también se pueda interpretar como el desconocido “ninguna de las opciones
está sobre la mesa”. Omnis determinatio est negatio. Y quizá, por eso
mismo, convenga no buscar sobre la mesa lo que no debería estar sobre la mesa,
cuando las cosas que se planifican con pulcro rigor y mesura suiza no sólo no
deben sino que no pueden ponerse en riesgo de exhibición. Decía Maquiavelo que,
en política, no siempre se dice lo que se hace ni se hace lo que se dice.
Gedeón es palabra
hebrea. Significa “destructor”. Y, según las Escrituras, fue el nombre de un
poderoso guerrero y juez del antiguo Israel. Tras la ruina dejada por la
invasión de tribus nómadas, amalecitas y madianitas, Yahveh envió a uno de sus
ángeles a hablar con Gedeón. El ángel, revestido de un fuego misterioso, le
anuncia que Dios ha decidido encargarle la tarea de liberar a su pueblo. Como
respuesta a la destrucción del profano altar de Baal, los nómadas concentraron
su ejército para hacerle frente a Gedeón, quien había reunido un ejército de
trescientos hombres y algunas tropas “auxiliares”. Atacó a los nómadas por
sorpresa en la noche y se produjo tal confusión que los madianitas se atacaban
entre ellos, hasta que, finalmente, huyeron despavoridos, perseguidos por las
tropas de Gedeón. Fue un milagro que, como frescor de rocío sobre verdes ramos,
la misión lograra liberar al pueblo de Israel de sus opresores y saqueadores.
Una historia, por cierto, muy distinta a la que en días recientes experimentó
el pueblo de Venezuela, sometido también por invasores nómadas, cubanos, rusos
y drusos, cómplices de las mafias de narco-traficantes autóctonos, que han
terminado por transmutar la política en una cuestión de crimen estructural, en
un ruin “negocio” para enriquecerse a manos llenas mientras hunden a la
población en la peor de las miserias. Eso sin contar con el deliberado objetivo
de ir en contra de la sociedad occidental, envenenándola con narcóticos hasta
convertirla en presa fácil de sus intereses. Todo lo cual los convirtierte en una
seria amenaza para la libertad, la paz y la seguridad mundial.
Tal vez, después de
todo, Marx tenía razón cuando afirmaba que, como decía Hegel, la historia se
repite dos veces. Pero, en su opinión, a Hegel se le olvidó agregar que la
primera vez se trata de una gran tragedia, mientras que la segunda se trata de
una ridícula farsa. El mármol del glorioso ejército de Napoleón I terminó en el
yeso de los mercenarios -y del lumpanato- de Napoleón III. El primer Gedeón fue
una gran tragedia. El segundo, a duras penas, una vergüenza. Eso sin contar con
uno que otro triste y lamentable “dirigente” que, echando por la borda las
viejas virtudes israelíes, obnubilado como está por las frases hechas y
la consecuente confusión del Objekt con el Gegenstand, ha llegado
a proclamar sus “teorías” -meros puntos de vista- como auténticos principios
humanos, mientras asume la “praxis” de “los demás” como una fijación
característica de la “sórdida forma judáica”. Como dice el adagio, “no hay peor
cuña que la del mismo palo”.
En el lenguaje de
la medicina, un “falso positivo” es un error de apreciación mediante el cual,
al momento de realizar la exploración física complementaria de un paciente, el
resultado indica una enfermedad que, en realidad, no tiene. En este sentido, el
segundo Gedeón histórico no puede ser calificado como un “falso positivo” sino,
más bien, como un non-nato. Desde que se tomara la decisión de
seleccionar a una empresa de vigilancia como la Silvercorp Inc., especializada
en la custodia y seguridad de personalidades, ya las cosas no andaban por el
camino trazado por Gedeón. Sus mismos contratistas parecieran haberlo
comprendido, aunque tardíamente. Pero la empresa en cuestión, al ver que el
negocio con los contratistas había llegado a su fin, decidió venderle la
información al narco-régimen, el cual tomó la decisión de pagarle a la empresa,
ordenándole seguir adelante con la operación.
Ahora el narco-régimen había encontrado una oportunidad única para
distraer la atención de los gravísimos problemas que aquejan al país. Y así
comenzó la representación de la más reciente comedia bufa, que lleva por
título: “la furia bolivariana”. El yeso había comenzado a fraguarse.
Sólo faltaba
acusar, una vez más, al “Imperialismo yanki” de intentar posar su “planta insolente”
sobre “el sagrado suelo de la patria”, a través de una avanzada de “sus
organismos de inteligencia”, con lo cual se le advertía al mundo sobre las
“verdaderas intenciones” del gobierno norteamericano y sus “lacayos”, pero, a
la vez, se trataba de mostrar cómo la “furia bolivariana” de unos “simples
pescadores revolucionarios y patriotas” era capaz de someter a un nutrido grupo
de experimentados “marines”, y así elevar la moral de la cada vez más mermada,
deprimida y escuálida población chavista, además de ocultar el aumento de los
artículos de la “cesta alimentaria”, la falta de efectivo y de gasolina, y el
ya inocultable desastre de los servicios públicos. Mataron a unos muertos y
apresaron a unos incautos. Por si fuese poco, sometieron a la dirigencia
democrática al escarnio público y la colocaron en posición de un cisma en
ciernes, de una inminente confrontación interna. En esto último, sin duda,
algunos periodistas que actúan como francotiradores a sueldo -auténticos
mercenarios del escándalo- cumplieron un papel estelar. En fin, entre gallos y
media noche, hasta las antiguas huestes chavistas de las barriadas populares
fueron acusadas de estar financiadas por la CIA y la DEA. Todo en un mismo saco
de truculencias, sazonada con la retórica del trasnocho. En suma, un éxito para
el narco-cartel. El yeso se había secado. Una auténtica bombona de oxígeno para
los moribundos.
Para las fuerzas
democráticas, más allá de las intrigas, las acusaciones recíprocas y las
consecuentes facturas, de este Gedeón de marketing sólo queda el
amargo recuerdo. Y, sin embargo, recordar, siempre, implica volver a hilar,
recomponer el tejido, reordenarlo, restructurarlo. Hay que recuperar la
cordura. Todo lo cual significa, a fin de cuentas, pensar, una y
otra vez, siempre de nuevo. Todo recuerdo es una lectio. No se puede
seguir haciendo política sin pensamiento en sentido enfático. Mucho está
en juego cuando se habla de la recuperación integral de todo un país. Por eso
mismo, las bufonadas tienen que parar. Deben llegar a su fin. No habrá milagro
ni mucho menos rocío sin voluntad y unidad, es decir, de nuevo, sin
pensar.
Por José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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