“A las almas
buenas de los sepultados”.
G.B.
Vico
Y fueron por cierto los entierros de los difuntos
los que dieron lugar y origen a la humanidad, porque -como observa el autor de
la Scienza Nuova- “al estar durante mucho tiempo quietos y situar las
sepulturas de sus antepasados en un lugar determinado, resultó que fueron
fundados y divididos los primeros dominios de la tierra”. De modo que fue a
causa de la tierra “humada” como nacieron los primeros
humanos, los primeros “hijos de la tierra” que, más tarde, encontrarían en
Hércules su figura arquetípica, su propio reflejo idealizado, dado que fue él
-símbolo mítico de los primeros hombres- quien prendió fuego a la selva nemea
para poder cultivar la tierra. Cultivo con el cual aquellos primeros humanos se
fueron literalmente “puliendo”. Y es que quien cultiva se cultiva. Cultivar es
pensar, toda vez que se trata de encontrar el modo correcto de sujetar las
ciegas fuerzas del destino o, al decir de Maquiavelo, de la fortuna. La
“politeia” de los griegos, el gobierno civil, deriva entre los latinos de “politus”,
que se puede traducir por limpio, liso, pulido.
Sólo después de la
larga noche de las tinieblas –la llamada por Vico “barbarie ritornata”-,
la humanidad comenzó a redescubrirse. Volteó la mirada en busca de sus orígenes
y le formuló preguntas al pasado. De pronto se fue descubriendo, se fue des-velando
-a pesar del tupido y peligroso velo de los dogmas escolásticos-, hasta poder
hilvanar la trama de las respuestas adecuadas. Respuestas que le permitieron
reencontrarse consigo misma, en la dimensión de su 'aquí y ahora'. De modo que
el hallazgo de su propio pasado la hizo reorientar la miserable visión que,
hasta ese momento, conservaba de sí misma. Y sólo entonces se hizo humanista.
Mas, con el humanismo, pronto surgiría la exigencia de volver a nacer, es
decir, de re-nacer. No por caso, a ese período de la historia de la humanidad
se le conoce con el nombre de Renacimiento. No se trata de repetir el
pasado. Como tampoco de aferrarse al nostálgico recuerdo del ayer. Lo que fue
ya no será más. Pero lo que es no es otra cosa que las ruinas de lo que fue. Y
para poder resarcirlo es menester comprender lo que fue. Comprender, por
cierto, quiere decir superar y conservar a un tiempo. Esta y no otra es, bajo
la actual crisis de la sustancia por la que atraviesa Venezuela, la labor que
toca emprender al humanismo contemporáneo.
En tiempos de
hegemonía del Reggaetón -tan propio de la mediocridad, tan infame como
Maduro y su combo de delincuentes-, conviene recordar que, en medio de la gran
crisis que fue dejando a su paso la “guerra fría”, fueron las bellas formas de
la música sinfónica las que animaron la magistral creación de la música
progresiva de la segunda mitad del siglo XX. En una sociedad que ha hecho de la
inmediatez y la superficialidad sus valores más preciados, no es de extrañar
que los efectos sean puestos en el lugar de las causas y las causas en el lugar
de los efectos. ¿Cómo se pueden autodefinir “humanistas” quienes, ocupando el
rol de “expertos”, “analistas” o “comunicadores”, hayan terminado difundiendo
-y elevando a ley cumplida- la presuposición de que el Covid-19 es la causa de
la crisis y no, más bien, el efecto de una sociedad mundial profundamente
pandémica de espíritu, y que en medio del mayor desarrollo tecnológico de la
historia de la humanidad, paradójicamente, se llegue a justificar el trance
pusilánime hacia la nueva barbarie ritornata?
Y, al igual que
especulan con el Covid-19, los nuevos “humanistas” pretenden victimizar a los
victimarios, promover a los agresores como parte constitutiva, esencial, de la
dinámica “imprevisible y contingente de la historia”, porque la única salida
posible que se representan para superar el desgarramiento que padece Venezuela
es el de “llegar a entenderse” con los criminales que la mantienen secuestrada.
Semejante “concepto” de la “historia humana”, además de indigna, pone la
carreta delante de los burros. Que Maduro y sus maleantes roben, conduzcan al
país a la peor de sus ruinas, repriman y asesinen, es la consecuencia de la
protesta, el resultado de no sentarse a dialogar con ellos “por las buenas”,
tal y como “se hacen las cosas”, de acuerdo a las lecciones que, según el punto
de vista de estos humanistas extraviados, “nos ha dejado la historia”. Para
ellos, y ante el “épico fracaso” de la oposición venezolana, se impone un
“relevo hegemónico”. Esto no es humanismo. Es hipocresía y sumisión. Vale la
pena preguntarse, ¿y cómo de lo “imprevisible y contingente” se podrán sacar
cuentas tan precisas?
Es una falta de
respeto a la razón histórica y -como diría el buen Pico della Mirandola- a la
dignidad del hombre la pretensión de sostener que, en Venezuela, la
radicalización de la oposición, esa tendencia “usurpadora” y “extremista”, debe
cesar. Es necesario generar una purga interna que los coloque al margen, que
excluya y aísle a ese puñado de “irracionales”, que permita reconquistar la
línea democrática que se trazara en 2015. No más el “mantra” del “cese de la
usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”, sino el otro, el de la
vía “electoral, pacífica y constitucional”. Y, a continuación, sigue el
estribillo, el de las “pruebas fehacientes” y los “irrefutables argumentos”
políticos de estos grandes humanistas del presente, los nuevos intérpretes de
la historia “científica” que, finalmente, han logrado, a punta de sus esfuerzos
metodológicos y estadísticos positivistas, dar cristiana sepultura al “demonio”
de Nicolás Maquiavelo: el pacifismo de Gandhi y el de Mandela, los movimientos
políticos que pusieron fin al totalitarismo en la Europa central, el Frente
Amplio chileno, el movimiento turco, la oposición boliviana. En fín, ni el
mismísimo Popper se atrevería a refutar la impecable matematicidad de
semejantes modelos. Hay, incluso, quienes los suman, los ponderan, los miden,
los contrastan, los estiran y los convierten en gráficos. Noble labor que trae
a la memoria la figura del paciente copista medieval, pero no la Virtù que
anidaba en las mentes de Petrarca y Bocaccio.
Rara historia la de
una historia que ha perdido la sal de la historia. Como si un pueblo distinto
al de las formas culturales que le son propias a los habitantes de la India
pudiese adquirir, por obra y gracia del entendimiento abstracto, la persistente
disciplina del inmaculado pacifismo que, habilmemte, utilizara Gandhi como
estrategia y táctica políticas para dar concreción a la larga y paciente lucha
de liberación de su nación. Como si se pudiera segmentar el difuso, cruel, violento
y sangriento proceso de lucha surafricano de su última etapa: la pacífica. De
nuevo, las carretas adelante, los burros detrás. Como si los venezolanos
mantuvieran una confrontación con actores políticos y no con criminales. Como
si, en suma, no se tratara de hacer de la praxis política la expresión del
espíritu de un pueblo. Nadie niega el momento crucial de un eventual
“entendimiento”. Pero separarlo del proceso de lucha y confrontación que lo
precede, no pasa de ser más que una ilusión, una vacía abstracción.
Por José
Rafael Herrera
@jrherreraucv
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