En crisis orgánica,
profundamente empobrecida y secuestrada por un neo-régimen gansteril -o quizá,
no sin cierta premeditación, a consecuencia de todo ello-, no parece tener
límites gaseosos. Flatus vocis, dirían los latinos. Lo cierto es
que los “numeritos” y “sondeos de opinión”, siempre acompañados de las
inefables interpretaciones tautológicas de los pitonisos de rigor y de una que
otra retro-pulsión “noticiosa”, propia del rumor del día, que se va apelmazando
cual bola de nieve hasta devenir un tropel que, dos o tres días después, es
substituído por otro y por otro, hasta el “infinito malo” del que hablaba Hegel
-es decir, un infinito de pésima calidad-, hacen la delicia del momento,
especialmente entre quienes se hayan convencidos de que en una sociedad
“polarizada” no queda otro remedio que dirimir las diferencias existentes
mediante una “masiva participación electoral”.
Decía Goebbels, el
genio detrás de la propaganda fascista, que cuando no se pueden negar las malas
noticias es menester inventar otras que las distraigan. Y, mención aparte de los
aparatos de propaganda del régimen cubano, bajo la sombra de tal principio se
cubren de la luz de la verdad unos cuantos ideólogos, ciertos promotores de la
“inmediatez de la noticia” y otros tantos pitones profesionales. El oráculo de
Delfos fue uno de los principales centros sagrados de la antigua Grecia,
recinto consagrado al dios Apolo, símbolo de inspiración profética y,
curiosamente, amante de las serpientes. Cuenta la leyenda que el buen Apolo se
reunía en el Párnaso junto con las musas mientras tocaba la lira y las
divinidades cantaban. Su santuario fue construido en un lugar no muy distante
del Párnaso, conocido como Pitón, la gran serpiente que anidaba en el subsuelo
del valle del Pleisto, de donde proviene el nombre de las pitias o pitonisas,
las sacerdotisas del templo que interpretaban, de un modo particular, los
extraordinarios misterios o “eventos” de la vida, a través de señales, como el
tintineo de campanillas, los sonidos del viento, los sacrificios de animales,
etc. Las respuestas, ante las premurosas demandas solicitadas, consistían en
enigmáticas oraciones, generalmente repletas de simbolismos. No fallaban. Más
bien, eran infalibles sus respuestas. Verbigracia, “si te llegan a matar
morirás”. “Si pierdes, no ganarás”. O “tendrás una sorpresa inesperada”. Eran
la delicia de mandatarios y líderes, quienes regularmente consultaban ante
ellas sus acciones, sobre todo, antes de ir al combate.
Claro que hay
versiones más recientes, adecuadas a las más novedosas y muy precisas técnicas
metodologicas de la investigación contemporánea, ubicadas entre los linderos
del neo-positivismo y la post-verdad. Tal vez un tanto menos clásicas,
en el estricto sentido tautológico del término, pero no por ello menos
efectivas y ciertamente más precisas y contundentes respecto del misterioso y
abigarrado arte oracular tradicional: “si no participas en los próximos
comicios pautados, ni ganarás ni perderás. Pero tendrás más que perder y menos
que ganar. Quedarás por fuera de la relación 'ganar-ganar, en la que, como
afirmaba el Musiú, 'mientras más juegues más oportunidades tienes de
ganar''”. Y es entonces que, justo en ese momento decisivo, cual Agamenón ante
el sacrificio de Ifigenia, un escalofrío atraviesa la médula espinal del líder
y su piel se comienza a poner de gallina. Pero aún el dirigente en cuestión no
ha terminado de superar el shock cuando viene la otra terrible
advertencia: “porque, así no cuentes, habrá conteo”. ¡Oh sorpresa! Realmente
admirable. Con razón, Aristóteles afirmaba que la auténtica sabiduría comenzaba
con el asombro.
En el año 2006,
calificados científicos italianos del Instituto de Geofísica y Vulcanología,
aseguraron haber revelado el misterio de las profecías de Delfos, al descubrir
la existencia de emanaciones de gas metano y etileno que aún brotan, en
pequeñas cantidaes, del subsuelo desde donde, en su momento, las pitonisas en
trance -en realidad, intoxicadas por los gases- ejercían su sagrada labor de divinari.
Y bien valdría la pena preguntarse por la procedencia del tipo de gases que
parecieran estar afectando el sano y experto juicio de los pitias del presente,
especialmente en un país que posee la mayor cantidad de reservas probadas de
gas natural, pero que, por desgracia, hace ya bastante tiempo que carece de
toda capacidad para producirlo. Quizá la respuesta esté en los tóxicos del humo
de los fogones en los que los más humildes se han visto en la necesidad de
cocinar. Habrá que consultarle a los geofísicos italianos, a ver si logran
obtener alguna respuesta satisfactoria que le permita a los prestigiosos facilitadores
o influencers encontrar de una buena vez el punctum dollens entre
el “escenario ideal” y el “escenario real”, a ver si de tantas certezas
resulta, al menos, la sobria verdad.
“Es un grave error quedarse en la nada, porque las demás vías están
descartadas”, afirman. Valdría la pena preguntarse qué significa “quedarse en la nada”. Porque nada
más abstracto que aquello que parece más real y nada más fantástico que lo que
parece más tangible. El miserable “agarrando aunque sea fallo”, dentro de las
actuales circunstancias políticas, económicas y sociales, sólo puede significar
que el “fallo” resulte ser nada menos que la nada misma. Advierte Hegel que el
afirmar que una entidad cualquiera “es” sólo sirve para poner de relieve que
ella “no es”, o lo que es igual, que no es más que la nada. Abstraer a los
hombres de su contexto histórico-cultural, de su quehacer cotidiano, de sus
necesidades radicales y de sus relaciones sociales, para convertirlos en una
tabla comparativa con realidades y contextos que poco tienen que ver con su
modo de ser es eso: la nada.
La banalidad del “ganar-ganar” sólo muestra ser la expresión invertida, el reflejo del hipócrita humanismo de utilería. Hay momentos en los cuales la praxis política concentra sobre una determinación específica su devenir, y es sobre su constante perseverancia, sobre su énfasis, que se logra finalmente conquistar el resultado deseado, la ruptura definitiva con el pasado, signado por el desgarramiento, y la consecuente conquista de un estadio propicio para la reconstrucción del tejido ético-político de la sociedad. Cuando la llamada polarización política se ha desvanecido por completo para dar paso a la distinción entre políticos y criminales, la superación de la crisis no puede ser política sino de carácter policial. Subestimar la caracterización que del presente venezolano han hecho prestigiosos políticos mundiales, veteranos ex-presidentes y presidentes en ejercicio, intelectuales y auténticos expertos en confrontaciones políticas, es una afrenta a la sensatez. Seguir creyendo que la solución está en el “pulseo” del “justo medio”, aunque ya no existan extremos que lo sustenten en el sentido onto-histórico de rigor, es negarse a concebir la realidad más allá de los buenos deseos, manipulados por viscosos intereses ocultos tras declaraciones sofísticas y llamados a una racionalidad carente de toda razón. Quien crea en los diagnósticos de los pitonisos del presente, será que busca inhalar los gases que con tanto afán promueve el narco-terrorismo.
La banalidad del “ganar-ganar” sólo muestra ser la expresión invertida, el reflejo del hipócrita humanismo de utilería. Hay momentos en los cuales la praxis política concentra sobre una determinación específica su devenir, y es sobre su constante perseverancia, sobre su énfasis, que se logra finalmente conquistar el resultado deseado, la ruptura definitiva con el pasado, signado por el desgarramiento, y la consecuente conquista de un estadio propicio para la reconstrucción del tejido ético-político de la sociedad. Cuando la llamada polarización política se ha desvanecido por completo para dar paso a la distinción entre políticos y criminales, la superación de la crisis no puede ser política sino de carácter policial. Subestimar la caracterización que del presente venezolano han hecho prestigiosos políticos mundiales, veteranos ex-presidentes y presidentes en ejercicio, intelectuales y auténticos expertos en confrontaciones políticas, es una afrenta a la sensatez. Seguir creyendo que la solución está en el “pulseo” del “justo medio”, aunque ya no existan extremos que lo sustenten en el sentido onto-histórico de rigor, es negarse a concebir la realidad más allá de los buenos deseos, manipulados por viscosos intereses ocultos tras declaraciones sofísticas y llamados a una racionalidad carente de toda razón. Quien crea en los diagnósticos de los pitonisos del presente, será que busca inhalar los gases que con tanto afán promueve el narco-terrorismo.
Por José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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