El espejo rojo de la barbarie. |
A mi discípula
y colega N.A. Izaguirre, quien ha motivado
la
reelaboración de las presentes líneas desde nuestro
diálogo
continuo.
Como nunca antes en la historia, la barbarie -ese
espejo roto que refleja la mala infinitud, los infinitos fragmentos dejados por
el estallido de la eticidad- parece haber descifrado los tradicionales códigos
ético-políticos de vigilancia, control y seguridad, establecidos por la
civilización. Y, código en mano, no sólo los ha ido burlando, sino que ha
logrado mimetizarse hasta penetrar astutamente en sus entrañas para destruirla
paso a paso, tal como se insertan las células cancerígenas en el tejido
orgánico hasta tumorizarlo. Ahora sólo es cuestión de tiempo. La sociedad
occidental, presa de las glorias de su entendimiento abstracto, anda tras la
pista de sus recurrentes “investigaciones estadísticas y metodológicas”,
barruntando, a ver si con el auxilio de las cifras pudiese llegar a detectar el modo de
restituir las claves, y con la mirada echada sobre el rincón de la impotencia
de un humanismo de utilería, ficticio y ajeno a las glorias de Bocaccio, se
propone, “en última instancia”, recurrir a la negociación o al diálogo, como se
hacen las cosas entre las gentes civilizadas, a ver si logra pactar algún
acuerdo “firme” y “realista” que, como en otros tiempos, frene o ponga fin a la
voracidad creciente de los legítimos herederos del imperio de los nómadas. Ya
no se trata de una “amenaza”: están aquí, en Occidente, aunque nadie parezca
darse por enterado.
Benedetto Croce fue
uno de los dos grandes pensadores italianos de la primera mitad del siglo XX.
El otro fue Giovanni Gentile, con quien Croce discutió en profundidad acerca
del logos dialéctico e histórico, y particularmente sobre el concepto de
oposición. Hegel, según Croce, tuvo el mérito de descubrir que la oposición es
el alma de la realidad, y que el espíritu es tanto la oposición como la unidad
de los términos opuestos. El problema es que, en su opinión, terminó por
extender su concepción de la oposición incluso a lo que no se opone,
confundiéndola con lo distinto. Lo bello se opone a lo feo en la estética, lo
verdadero a lo falso en la lógica, lo útil a lo inútil en la economía, el bien
al mal en la ética. Pero no hay oposición, por ejemplo, entre belleza y
falsedad, porque lo uno y lo otro poseen un estatuto de realidad distinto y
corresponden a grados distintos de la vida del espíritu. No se puede confundir
la actividad teórica con la práctica, como tampoco lo concreto con lo
abstracto, o lo particular con lo universal.
Un universal
concreto es un constructo cultural e histórico. Es el resultado de la actividad
práctica y teórica del espíritu, y dista mucho de ser una abstracción, porque
lo abstracto no es -como se ha hecho creer- ni lo elevado o etéreo ni lo
complicado y profundo, sino, más bien, lo parcial e incompleto. Por eso mismo,
no existe para Croce posiblidad de oposición entre un grado particular
abstracto y un grado universal concreto, como, por ejemplo, entre la utilidad y
la ética. Lo útil es un acto de satisfacción de un deseo con base en las
necesidades inmediatas. Para que lo útil llegue a ser ético es determinante que
deje de ser abstracta y arbitrariamente útil y conquiste un nivel de
concreción superior que le permita
transformar el mero deseo en libre voluntad, en decir, en conciencia de la
necesidad, en derecho. Sólo así, mediante el esfuerzo y la formación cultural,
un determinado ser puede dar el salto cualitativo de la barbarie a la
civilización. Entre lo uno y lo otro no hay, pues, oposición dialéctica sino
una relación de términos distintos. No existe entre ellos oposición sino
distinción, porque su lógica no contiene paridad.
Un político
medianamente consciente de su sacerdocio público, con cierta formación cultural
y profesional, con valores ético-políticos tendencialmente modernos, democráticos,
y con un mínimo de consciencia de la importancia del compromiso de la palabra,
¿podrá sentarse a dialogar con un malandro -un ganster que se propone intoxicar
con narcóticos la mente de la mayor parte posible de la población occidental
hasta hacerla implotar- y acordar con él los términos de una “negociación”
-como acostumbran decir infelizmente esos vendedores ambulantes del marketing-
de tipo 'ganar-ganar'? “El bárbaro se asombra cuando escucha que el cuadrado de
la hipotenusa debe ser igual a la suma de los cuadrados de los dos catetos. Él
cree que también podría ser de otro modo. Le teme al intelecto y se queda en la
intuición”, dice Hegel. Croce agregaría que la intuición del bárbaro es de la
misma naturaleza que la del abstracto deseo utilitario, nunca del universal
concreto de la eticidad. ¿Pudo sentarse Valentiniano III a negociar un acuerdo
“ganar-ganar” con Atila, “el azote de Dios”, paradigma de la crueldad, la
destrucción y la rapiña? Si los códigos morales de los eventuales interlocutores
no sólo son distintos sino incompatibles, si lo que para el uno resulta ser una
aberración para el otro resulta bueno y natural, si el honor es interpretado
como deshonor, el sometimiento como paz, el racionamiento como abundancia y la
manipulación como verdad, ¿será posible establecer una relación de oposición
dialéctica entre ambos? Para la barbarie, ser ignorante significa ser fuerte.
En Eurasia y EastAsia, dice Orwell, el sentimiento más arraigado es el de la
adoración a la muerte y la desaparición del yo.
En realidad, no
existe, como pensaba Croce, una “dialéctica de los distintos”. Sólo se puede
hablar de dialéctica cuando existen dos términos opuestos, como polo norte y
polo sur, derecha e izquierda, padre e hijo, porque lo que hace posible la
existencia de uno de los términos, lo que lo determina, es su otro. ¿Será
posible la existencia del polo norte sin que exista el polo sur? Y, en el
hipotético caso de que llegara a existir, ¿sería polo respecto de qué? De modo
tal que lo único que le da sentido y significado a cada polo no se encuentra en
él sino en su término opuesto correlativo. Por eso mismo, una vez más, vale la
pena preguntarse si, por ejemplo, el Al Capone de el Furrial o los vástagos de
un terrorista y secuestrador de oficio pudieran llegar a conformar el término
opuesto correlativo, dialéctico, de algún auténtico político venezolano,
porque, a pesar de las sospechas que puedan llegar a infundir las ruines
intrigas, sí existen. Claro que hay unos cuantos malandros en el interior de la
oposición. Pero, por fortuna, no son la medida. Tanto es así que se podría
afirmar que la verdadera oposición de la actual oposición no está en el régimen
sino en el interior de la misma oposición, porque el régimen es lo distinto y
no lo opuesto. De hecho, cuando todo esto se termine, será del seno de la
oposición que surgirá la oposición al gobierno democrático.
Por José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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