Un ensayo escrito entre dos, uno Esteban Higueras y otra la genial e intempestiva Andrea Fano, dos cabezas piensan mejor pues la alienación y la realidad se confunden y nos confunden, siendo necesaria la ayuda mutua.
La desobediencia fingida.
¿Qué pasaría si nos negásemos a colaborar con el sistema destructivo en que vivimos?. Que la revolución sería ahora una revolución del boicot, y un negarse a colaborar con situaciones de opresión. Un no tener miedo al cambio pues no tiene por qué “lo malo conocido” ser mejor que lo “bueno por conocer”. A lo largo de la historia siempre ha habido personas que han mostrado resistencia, que han sabido boicotear a quien estaba en el poder. ¿Y esto como lo han hecho?, ¿No será cambiando algo que nos cambie a todos?. Hoy, “actuamos” sumidos en la conformidad, y es que nos cuesta distinguir entre aquello que nos beneficia y aquello que nos perjudica. Cuesta: saberlo, comprenderlo y hacerlo comprender. No sabemos prestar atención a nuestras propias necesidades, aunque estás clamen atención y se muestren en forma de malestar.
El malestar no es únicamente individual, sino que es colectivo, es interactivo y social. Y la sociedad actual se presenta como el camino a seguir, consistiendo este camino en un rodeo de publicidad y productos inservibles, ¿vendemos nuestra consciencia a cambio de una falsa satisfacción?. No creemos en las palabras de quien nos gobierna, pero las reconocemos y aceptamos, es quien decide por nosotros y nos importa formar parte del circo. Estamos demasiado acostumbrados a que no nos respeten, a no cuestionar, a obedecer.
La nostalgia de lo completamente otro, se ha transformado en nostalgia por lo “comprablemente otro”. El vivir la única vida de la que disponemos se ha cambiado por el vivir la vida de los que muestran como vivir, la vida de los felices y felicísimos mostrada con filtros de red social.
El comer de acuerdo con nuestras necesidades, ha transmutado en el holocausto animal, pero disfrazado de amabilidad y música relajada en el supermercado. El modo en que nos relacionamos sustituye a cualquier tipo de relación basada en el respeto, ya no admiramos a nadie porque sabemos que lo que vemos es fingido, ¡queremos aparentar mejor!. Y competir es el único modo en el que se permite tener contacto con los demás seres humanos.
La libertad del no virtuoso.
Vivimos con miedo a la exclusión, al rechazo, a la pobreza y, sin embargo, nunca hemos sido tan pobremente esclavos como ahora. Creemos ser libres pero no tenemos deseo por conocer, es decir, no nos hacemos virtuosos.
Si creemos ser libres, es para elegir que comprar, o para escoger a quien pisotear, queremos ser libres para cambiar de canal, creemos ser libres porque vamos a votar. La libertad dista mucho de estas supuestas libertades, estamos demasiado lejos de ser libres, no somos virtuosos. ¿Podrá ser que resquebrajando el sistema, este que no nos permite simplemente ser curiosos mínimamente, ni como voy diciendo, virtuosos, podamos ser completamente libres?
Defendemos nuestra cultura como si se nos fuera la vida en ello, ¿Una cultura de la sumisión y de la obediencia o una de lo estático y pasado a modo de museo?, ¿Una cultura de la tortura y la esclavitud pero adornada de estímulos alegres?, ¿Una cultura patriarcal y especista en un siglo que se dice feminista y animalista?, todo esto conlleva, creo, dejar de saber quienes somos. No nos damos cuenta de que una cultura puede cambiar, puede abrirse a la vida, y que se da a veces separada del poder.
¿Qué es el poder?
Cualquiera se asombra si es capaz de reconocer la influencia que tiene en las diferentes esferas. Y es que por encima del estado, está la cultura. Cultura que heredamos y que se impone. ¿Por qué pensamos que no tenemos derecho a decidir cómo vivir?, puede que por nuestra educación, que lejos de fomentar un pensamiento crítico (¿acaso es otro su fin?) nos incita a aceptar la evidencia actual, a obedecer. “Obedece y compite y serás alguien en la vida”, obedece y compite y serás una marioneta más de un sistema destructivo, que te destruye a ti mismo, a los demás y al planeta.
¡Qué incómodo es pensar que no decido nada de lo que atañe a mi vida!, ¡dejadme ser libre!, ¡dejadme aprender! Aprender algo más allá de modas pasajeras, aprender algo más allá de la última tendencia de teléfonos móviles, aprender a vivir conforme a mis necesidades reales.
Han dicho grandes pensadores que no nombraré por no importar ahora, que “radical es lo que va a la raíz”, es decir, que es radical aquello que nos acerca a nosotros mismos. Ojalá por esto sean radicales estas palabras, y no muramos sin haber vivido.
Pero cuando hablamos de radical normalmente queremos hablar de algo que escoge la peor de las formas posibles, y que por eso no va a la raíz como debiera sino a la imaginación más pervertida y alejada de la realidad. Hoy, radicalmente perversas son las guerras, y la explotación. Radicales son las fronteras, y de una imaginación radical es la exclusión social. Radical es que la educación no te eduque, sino que te adoctrine. Endiabladamente radical es que la cultura te diga hasta como defecar en anuncios de veinte segundos. Radicalmente escondida y sumida por imaginaciones inauditas es la colonización, y su hermana la servidumbre. Radical en este sentido peyorativo es no tener un pensamiento propio. Radical es no saber desobedecer, porque no sabemos cuándo estamos obedeciendo. Malignamente radical es el sistema en el que vivimos que ha dejado de valorar la verdadera radicalidad.
Como se va prestando ya este pequeño ensayo a decir lo que su título buscaba, que es que hemos perdido la raíz, vamos Andrea Fano y yo (que soy quien va escribiendo esta línea, pero no la anterior ni la siguiente) a aceptar que existe una radicalidad propia y posible, y que consiste en un boicot a nuestro tiempo. Que podemos ser radicales en nuestros actos y reencontrarnos con nuestra raíz, ¿Qué cómo?.
¡Aprendiendo a desobedecer!, aprendiendo a elegir, admirando a los demás y tras ello a nosotros mismos. Aprendamos a ver aquello que nos limita. Aprendamos a ser quienes somos. Lo normal es alienante, destructivo. Lo “raro” o diferente es lo único que puede abrir paso a la vida, a una vida plena y propia. No cambies de canal, apaga el televisor y sal de la esfera de la esclavitud mental. Tan invisible que no la puedes palpar, pero que domina tu vida. ¡Atrévete a ser libre!.
Vivimos con miedo a la exclusión, al rechazo, a la pobreza y, sin embargo, nunca hemos sido tan pobremente esclavos como ahora. Creemos ser libres pero no tenemos deseo por conocer, es decir, no nos hacemos virtuosos.
Si creemos ser libres, es para elegir que comprar, o para escoger a quien pisotear, queremos ser libres para cambiar de canal, creemos ser libres porque vamos a votar. La libertad dista mucho de estas supuestas libertades, estamos demasiado lejos de ser libres, no somos virtuosos. ¿Podrá ser que resquebrajando el sistema, este que no nos permite simplemente ser curiosos mínimamente, ni como voy diciendo, virtuosos, podamos ser completamente libres?
Defendemos nuestra cultura como si se nos fuera la vida en ello, ¿Una cultura de la sumisión y de la obediencia o una de lo estático y pasado a modo de museo?, ¿Una cultura de la tortura y la esclavitud pero adornada de estímulos alegres?, ¿Una cultura patriarcal y especista en un siglo que se dice feminista y animalista?, todo esto conlleva, creo, dejar de saber quienes somos. No nos damos cuenta de que una cultura puede cambiar, puede abrirse a la vida, y que se da a veces separada del poder.
¿Qué es el poder?
Cualquiera se asombra si es capaz de reconocer la influencia que tiene en las diferentes esferas. Y es que por encima del estado, está la cultura. Cultura que heredamos y que se impone. ¿Por qué pensamos que no tenemos derecho a decidir cómo vivir?, puede que por nuestra educación, que lejos de fomentar un pensamiento crítico (¿acaso es otro su fin?) nos incita a aceptar la evidencia actual, a obedecer. “Obedece y compite y serás alguien en la vida”, obedece y compite y serás una marioneta más de un sistema destructivo, que te destruye a ti mismo, a los demás y al planeta.
¡Qué incómodo es pensar que no decido nada de lo que atañe a mi vida!, ¡dejadme ser libre!, ¡dejadme aprender! Aprender algo más allá de modas pasajeras, aprender algo más allá de la última tendencia de teléfonos móviles, aprender a vivir conforme a mis necesidades reales.
Han dicho grandes pensadores que no nombraré por no importar ahora, que “radical es lo que va a la raíz”, es decir, que es radical aquello que nos acerca a nosotros mismos. Ojalá por esto sean radicales estas palabras, y no muramos sin haber vivido.
Pero cuando hablamos de radical normalmente queremos hablar de algo que escoge la peor de las formas posibles, y que por eso no va a la raíz como debiera sino a la imaginación más pervertida y alejada de la realidad. Hoy, radicalmente perversas son las guerras, y la explotación. Radicales son las fronteras, y de una imaginación radical es la exclusión social. Radical es que la educación no te eduque, sino que te adoctrine. Endiabladamente radical es que la cultura te diga hasta como defecar en anuncios de veinte segundos. Radicalmente escondida y sumida por imaginaciones inauditas es la colonización, y su hermana la servidumbre. Radical en este sentido peyorativo es no tener un pensamiento propio. Radical es no saber desobedecer, porque no sabemos cuándo estamos obedeciendo. Malignamente radical es el sistema en el que vivimos que ha dejado de valorar la verdadera radicalidad.
Como se va prestando ya este pequeño ensayo a decir lo que su título buscaba, que es que hemos perdido la raíz, vamos Andrea Fano y yo (que soy quien va escribiendo esta línea, pero no la anterior ni la siguiente) a aceptar que existe una radicalidad propia y posible, y que consiste en un boicot a nuestro tiempo. Que podemos ser radicales en nuestros actos y reencontrarnos con nuestra raíz, ¿Qué cómo?.
¡Aprendiendo a desobedecer!, aprendiendo a elegir, admirando a los demás y tras ello a nosotros mismos. Aprendamos a ver aquello que nos limita. Aprendamos a ser quienes somos. Lo normal es alienante, destructivo. Lo “raro” o diferente es lo único que puede abrir paso a la vida, a una vida plena y propia. No cambies de canal, apaga el televisor y sal de la esfera de la esclavitud mental. Tan invisible que no la puedes palpar, pero que domina tu vida. ¡Atrévete a ser libre!.
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