“No habrá nunca
una puerta. Estás dentro
y el alcazar
abarca el universo
y no tiene ni
anverso ni reverso
ni extremo muro
ni secreto centro..
Es de hierro tu
destino
como tu juez..”
Jorge Luis Borges, El Laberinto
El laberinto es uno
de los símbolos histórico-culturales que refleja con mayor precisión -aunque,
no pocas veces, dialécticamente invertida- la propia interioridad del Espíritu.
Es, de hecho, una de las mayores alegorías de su complejidad. Las galeras de
“la mente heróica” viquiana son laberintos que se transitan una y otra vez, en
un recorrido de confusos y ansiosos senderos que con inesperada frecuencia se
interrumpen, se bifurcan y se quiebran, sin principio ni fin, y que, siempre de
nuevo, deben ser re-iniciados, re-trazados, re-transitados en busca de una
salida, para no perderse, que termina siendo un nuevo -aunque siempre viejo-
comienzo. La vida es historia y nada más que historia, si por historia se
comprende no la memoria sino el recuerdo del propio calvario: un hacer que es
un pensar y un pensar que es un hacer en continua, perenne, construcción,
destrucción y reconstrucción. Pero, por eso mismo, la historia es el laberinto
por el que, paso a paso, la humana voluntad inevitablemente transita, no sólo
para encontrarse -o extraviarse- en y con el mundo, sino, y al mismo tiempo,
para encontrarse -o extraviarse- en sí y consigo misma. Un laberinto infinito,
en forma de espiral, cifra los caracteres del código genético de la humanidad.
Como el universo
entero, o como la propia existencia, el laberinto es señal de desafío, de reto,
pero también de temor y engaño o, peor aún, de autoengaño, si es verdad que en
él se representa el proceso incesante de transformaciones de toda posible
experiencia humana que, de continuo, debe enfrentar la aterradora caída en el
abismo o en la suprema elevación. Cada época -y, por esa misma razón, cada
quien- se va labrando su propio laberinto. El escenario está servido. Ahora
cada quien debe asumir sus acciones y sus consecuencias. Y -¡oh sorpresa!- en
el interior de sus pasadizos el uno deviene dos, porque en él se asiste al
desdoblamiento del sí mismo, al ese otro de este otro. Es la confrontación de
la voluntad y el destino, del justo frente a la bestia, del monstruo y del
virtuoso que cada quien lleva por dentro, en sus entrañas. Son uno que son dos,
dos que son uno. ¿Quién vence? ¿Quién termina por imponerse? Llega el momento
crucial, el de quien busca permanecer impune en la crueldad de las sombras y el
de quien pugna pacientemente, aquel que se impone a la fuerza de la barbarie
venciéndola y, en virtud del re-cordar, sale a la luz, arrastrando con él al
monstruo que ha vencido. Son, en fin, la trama, los elementos esenciales, de la
confrontación del Minotauro, mitad toro mitad hombre. Teseo ha vencido a su
propia naturaleza. Los hilos del re-cuerdo siempre salvan.
La primera noticia
del laberinto es egipcia. Labi Ro Hunt quiere decir “templo a la orilla
del lago”, y hace referencia a la fortaleza de Bikrat Qarum ubicada junto al
lago Moeris al sur de El Cairo, construido de tal forma que resultaba
impenetrable para sus eventuales invasores, dada la cantidad de pasadizos
premeditadamente diseñados para confundirlos. Para los griegos, la palabra proviene
de la contracción de lábyros (cueva, cavidad) e intos (hacia
adentro), un lugar del que difícilmente se puede salir. Los latinos emplearon
el término labirintos para significar los trabajos interiores o que se
construyen por dentro: labir es una variación de labor o de trabajo, e intus
hace referencia a lo interno. En todo caso, un laberinto siempre invoca el
artificio, el hacha de los sacrificios (Labrys), la fuerza del ingenio
de la creación humana. A fin de cuentas, se trata de la obra de Dédalus.
Los primeros
laberintos se componen de siete caminos concéntricos conectados a una meta
central que semejan dos hojas cortantes (los labus o labios) y la
recta empuñadura del hacha de “la diosa madre” minoica, cretense, amazónica y
lunar. Es el cetro y el hacha, la justicia y el sacrificio, la guerra y el
trabajo. De nuevo, una que son dos, dos que son una. El resto de la historia es
conocido. El toro -la nave de criminales o saqueadores de ultramar, según Vico-
termina fecundando a Pasifae, esposa del rey Minos. El resultado es uno que son
dos: el Minotauro, un hombre con cabeza de toro o un toro con cuerpo humano. La
bestia es encerrada, sometida a la custodia de Labrys, el
laberinto. El reto es vencer su sanguinaria ferocidad. Finalmente, la
humanidad, representada por Teseo, vence a la fiera y, con su muerte, el horror
es vencido.
En sus tempranos
escritos políticos, más específicamente, en La constitución de Alemania,
Hegel se pregunta por el Teseo germano que acabará con la tiranía del Minotauro
y logrará reunificar a su pueblo. Hegel no busca un héroe, un “lider supremo”.
Sabe bien que Teseo es la representación de la civilidad frente a la barbarie,
la constitución y las leyes, el orden frente al caos de las fieras. En fin, el
lado humano, civil, del laberinto. Por cierto, ha comenzado a difundirse lo que
tal vez sea el secreto mejor guardado, hasta la fecha, de un gansterato
desesperado. Se trata de la construcción de una importante cantidad de túneles
subterráneos, con sus respectivos bunkers, ubicados en varias regiones
del país. Son los laberintos dentro de los cuales el régimen criminal tiene el
propósito de ocultarse en el momento crucial y definitivo. La bestia -ya se
sabe- no tiene escapatoria posible. Es cuestión de tiempo. En veinte años de cruel
secuestro no construyeron ni autopistas, ni carreteras, ni vías de penetración,
ni puentes, para el beneficio general de los venezolanos. Al contrario, dejaron
que todo colapsara, convirtiendo a Venezuela en una extinta nación, en un
no-Estado. Siempre partieron de la torpe -por abstracta- premisa -de origen
orientalista- de representarse la idea del Estado como la de una máquina de
sometimiento y tortura, un vulgar instrumento de coerción. Pero los túneles son
otra cosa. Son el laberinto mítico del gang forista, para el cual las
madrigueras no son tanto historia como tradición, costumbre, vuelta instinto de
conservación, el locus dentro del cual el agobiado Minotauro cree poder
ocultarse para evadir la justicia que se viene, que no tarda en llegar. Como
dice Borges, “es de hierro tu destino, como tu juez”. No es cuestión de
cronologías sino de la razón histórica. Teseo aguarda pacientemente en la
penumbra.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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