A mi Dora Lisa
La nostalgia
siempre impone la necesidad de pensar en sentido reconstructivo, desde el
presente hacia el pasado, y, desde el pasado, de nuevo al presente. En ese
instante de dolorosa invocación, el sujeto se hace objeto de sí mismo, la parte
se hace todo y lo finito se hace infinito. Y sin embargo, sólo en virtud de
semejante itinerario, se puede constatar el desgarramiento ante lo que se fue y
ya no se es. Quizá haya sido por eso que Georg Philipp Friedrich von
Hardenberg, mejor conocido por el pseudónimo de Novalis, afirmara que la
filosofía se identifica con el sentimiento de «nostalgia de objetividad», ese
deseo inquebrantable por querer volver a casa. De ser así -como no sin
extraordinaria perspicacia ha observado Daniel Innerarity-, la filosofía es, en
el fondo, una gran inmobiliaria que ofrece sus servicios al héroe desarraigado
que todo individuo lleva por dentro, sin tener que condenalo a soportar una
existencia ab extra. La realización de la libertad no parte de un mapa
preconcebido, a la espera de su mediocre prosecución. Una vez más, la
conciencia sabe lo que no dice y dice lo que no sabe. Se conoce cuando se hace
y se hace cuando se van superando los obstáculos que va fijando el destino.
Las palabras,
después de todo, no son tan inocentes como pudiese llegar a creerse. Como
tampoco lo son las cosas, las cuales, en su conjunto, van formando y
conformando esa «segunda naturaleza» que es la sociedad, sus instituciones
jurídico-políticas y su «reino animal del Espíritu», el cual, por cierto, hoy
en día se sostiene firmemente sobre el poderoso corpus de las redes
sociales, la máxima potenciación expresiva de los mass media. Así, por
ejemplo, la palabra Bestimmung (determinación) es utilizada con mucha
frecuencia por los principales representantes de la filosofía clásica alemana
con el propósito de hacer referencia a una forma ciertamente innovadora y más
concreta de comprender el destino (Schicksal), es decir, no como el
inevitable fatum (la fortuna) -ese temible sino cuyo corazón aún
podía sentirse latiendo en la obra de Maquiavelo-, sino como un determinado factum
(lo hecho), cabe decir, como el resultado objetivo de una acción de la cual
el sujeto, directa o indirectamente, es responsable. A partir de entonces,
queda despejado el camino para una labor hermenéutica que permite comprender a
cabalidad no sólo la incompatibilidad presente entre los grandes teóricos del
socialismo y su ulterior torción y desplazamiento hacia el despotismo asiático,
sino el hecho de que ya con dicha torción habían sido sembradas -puestas-
las premisas del inevitable destino (la Bestimmung) del cartel criminal
en el que finalmente ha devenido la estatolatría totalitarista.
A partir de Kant y
de Fichte, pero especialmente de Novalis, el destino, entendido como
sometimiento y ausencia de libertad, como la pavorosa evocación de la
impotencia frente a fuerzas misteriosas, superiores e independientes, ante las
cuales sólo queda la resignación, viene a ser comprendido como el resultado del
hacer del sujeto, porque es él quien determina, precisamente, el rumbo
que tarde o temprano se pondrá de manifiesto, se revelará, se hará presencia
objetiva. En una expresión, se recoge lo que se cosecha. Si se cosechan vientos
se recogen tempestades. No se trata de que una cosa sean los buenos deseos y
otra muy distinta la efectividad de su puesta práctica, o que una cosa sea el
deber y otra el ser. Se trata de que lo que se ha sembrado coincida con lo que
se ha querido sembrar. En este sentido, el hacer la historia, a su imagen y
semejanza, es el destino de la humanidad. Pero con ello, además, la praxis
política se transforma en la fuente inagotable, en el manantial infinito del
que brota el propio destino. Siempre que exista un obstáculo, una frontera, un
límite para la libre voluntad del sujeto, habrá política.
No obstante,
conviene preguntarse si este registro de lectura del destino como Bestimmung
no contenga, todavía, los elementos propios de una interpretación unilateral
acerca de la libertad -y, en consecuencia, de la política- que terminan
remitiendo a su propia contradicción. Porque un destino entendido como determinación, es
decir, que se erige por encima de todo y de todos, y que niega toda posible
determinación de sí mismo, no es una determinación sino, más bien, una
indeterminación que abre el camino de retorno desde el factum hasta el fatum.
El sujeto de la libre voluntad moderna no parece llegar a comprender que los
vientos sembrados bajo los auspicios de su comprensión del destino adquieren
vida propia, independiente de su creador, y que, a su vez, son capaces de crear
y recrear un mundo de nuevas determinaciones. Como afirmara Hegel, «política,
religión, necesidad, virtud, poder, razón, astucia y todos los poderes que mueven
al género humano, ponen en marcha su juego aparentemente violento y caótico en
el amplio campo de batalla que les está permitido. Cada uno se conduce como un
poder absolutamente libre y autosuficiente, sin darse cuenta de que todos ellos
son instrumentos en las manos del destino originario y del tiempo que todo lo
vence».
Tal vez, estas
consideraciones acerca del destino, bien como fatum o como factum, o
como el necesario reconocimiento de lo uno y de lo otro, permitan sorprender la
verdad del destino del socialismo soviético de ayer en el gansterato de hoy,
porque el modelo stalinista de representarse el poder siempre dejó abierto el
camino para su asociación con el crimen, desde el momento mismo en el cual el
Estado es definido como un arma, un instrumento de sojuzgamiento, coerción y
terror. Queda en pie la premisa: el gansterato es el destino del modelo del
socialismo soviético.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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