“Todos los animales son iguales,
pero algunos son más iguales que otros”
Georg Orwell
Las alegorías no sólo poseen un
sentido simbólico. Más bien, poseen un sentido simbólico porque son la
expresión de juicios universales y necesarios, que la voluntad humana va
configurando, y que van concreciendo -es decir, que se van concretando- a lo largo del desarrollo de la historia. No son, pues, buenos deseos literarios, en
consecuencia. Como tampoco las anima la abstracción del deber ser. Son,
como ya se ha sugerido, juicios. Y los juicios propiamente dichos -cabe decir,
universales y necesarios-, muy a pesar de Hume, no son ni analíticos a priori
ni sintéticos a posteriori, sino, como dice Kant, sintéticos a priori.
Sólo que todo a priori es, en realidad, un a posteriori, un
resultado. Enjuiciar, en consecuencia, quiere decir objetar, y la objetivación
es producto del hacer, de la actio mentis, de la actividad sensitiva
humana. No es lo mismo la Imaginación productiva que la imaginación
a secas. En este sentido, Animal Farm, a fairy story, de
Georg Orwell, ha creado una alegoría que recoge -sintetiza- la experiencia
de la conciencia del calvario del espíritu de la sociedad contemporánea, del
cual rebosa, por cierto, la confirmación universal y necesaria del juicio (Ius-Ios).
No puede existir un
todo sin partes que la constituyan. Un todo sin partes es, en realidad, una
parte. Para que una totalidad sea efectivamente una totalidad histórica
concreta, tiene que estar plenada por sus determinaciones. Lo que en
ella predomine será lo que haga posible la característica de su composición. El
estudio de la especificidad de sus determinaciones es lo que permite comprender
el concepto general que la conforma y, a la vez, la idea de conjunto -siempre
complejo y no pocas veces contradictorio- tiene que remitirse de nuevo a los
elementos que le son característicos, porque son ellos los que dan concreción a
su autenticidad. Muy a pesar del empirismo que predomina en el presente, lo
verdadero y lo cierto no son “la misma cosa”. Pero no hay verdad sin certeza ni
certeza sin verdad. Verum ipsum factum. Una sociedad en la que predomina
el quehacer de lo político puede ser que albergue algunos criminales. Pero, en
estricto sentido ontológico, su característica esencial no será la
criminalidad, sino la praxis política propiamente dicha, como expresión
preponderante, esencial, de su existencia. Se podrá decir que siempre han
habido criminales dentro del quehacer político. Pero se trata de elementos
sueltos, aislados, no determinantes, y para los cuales, la misma sociedad
encontrará los medios necesarios de castigo y corrección en función de
preservar la totalidad. Pero, ¿qué sucede cuando la sociedad, en nombre de una
ficción, de una falsa representación del humanismo, comienza a dejar hacer y
dejar pasar los casos particulares de criminalidad, una y otra vez, haciéndose
de “la vista gorda” o volteando la mirada en otra dirección? Sucederá que las
manzanas podridas terminarán corrompiendo el saco entero, y la relación entre
política y crimen terminará por invertirse, quedando el cuerpo político
postrado, a merced de la criminalidad. La política termina, de este modo, trastocándose
en gansterato.
En efecto, el
destino -la bestimmung- de todo totalitarismo es la
gansterilidad. Rebelión en la granja es, en este sentido, una
advertencia. La obra fue publicada en 1945, es decir, en
la línea fronteriza entre la rendición nazi-fascista, la finalización de la
guerra -o más bien, de “la política por otros medios”- y la definitiva
consolidación del stalinismo en la Unión Soviética. Era, sin duda, su modo de
advertir lo que inevitablemente seguiría a continuación, una vez que la insaciable
ambición de la bestia totalitaria se pusiera en movimiento. Como pocos
intelectuales de su época, Orwell pudo advertir que la corrupción es inmanente
al poder omnímodo y tiránico, ese poder tan propio de los regímenes
totalitarios. Más bien, conviene decir que el totalitarismo es el necesario
caldo de cultivo -el huevo de la serpiente- del sistema gansteril que hoy
amenaza con destruir las bases mismas de la cultura occidental. Y, de hecho, su
granja es, alegóricamente, la concreta e histórica simbolización del paso de la
Rusia zarista, primero, a la revolución bolchevique y, más tarde, a la purga
interior que terminaría en uno de los más espantosos, crueles y cruentos
totalitarismos. Porque, con los años, el insaciable ancestro nómada, el lobo estepario
transmutado en cerdo, termina mostrando su rostro, más allá de los aparatos de
propaganda, del derrumbe de los muros y de las banderas rojas o de los llamados
a la confrontación en nombre de los más humildes y desposeídos.
Todo pareciera
indicar que la sociedad del presente -eclipsada por el sueño dogmático de la ratio
virtual y la narco-dependencia- se dirige freneticamente a la granja solariega
de Howard Jones, para expulsarlo, expropiarlo y dar cabida a la instauración de
un régimen gansteril, la “fase superior” del totalitarismo. Nadie ponga en duda
las extraordinarias habilidades de los cerdos, sobre todo en aquellos casos en
los que se pretende canjear un voto por un pedazo de pernil. Napoleón -el
despreciable cerdo regordete y chillón que dirige la narco-granja, siempre
rodeado por sus perros de paja, ya lo había advertido: “el que no vota no
come”. O no tendrá “veinte o treinta días con gas”. El gansterato es, después de todo, una forma
de nombrar a la miseria humana.
Los veinte años que
van de siglo XXI, parecen convalidar el argumento según el cual la historia
vuelve a repetirse. Sólo que, esta vez, no como comedia, sino más bien como
tragicomedia, como una tragedia cómica y a todas luces vergonzosa. El trabajo
de la razón crítica e histórica consiste no sólo en denunciarla -en sacudir las
flores que recubren las cadenas-, sino en demostrar que ha llegado la hora del
juicio, a fin de terminar con la insana bacanal del crimen, especialmente en
nombre de los hijos y de los nietos de un mundo que merece ser decente,
próspero y auténticamente libre. Un mundo que tiene la obligación ética de
recuperar la totalidad del quehacer auténticamente político.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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