José
Rafael Herrera
@jrherreraucv
«Vinieron unos magos de Oriente a Jerusalén y preguntaron:
“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?, porque
su estrella hemos visto en el Oriente”».
Mateo.
El comienzo de la Natividad
La palabra “mago”
proviene de Persia y significa sacerdote o, más específicamente, seguidor de laantigua religión de Zoroastro o Zarathustra, fundador del mazdeísmo y
autor de los cánticos sagrados compilados en el Avesta, que datan del
siglo VI antes de Cristo. Los “magos” zoroastristas, al igual que los judíos,
creían en la llegada de un Mesías, cuyo nacimiento, dado a luz por el vientre
de una virgen, sería anunciado por una estrella. Estudiosos de las constelaciones,
los sacerdotes esperaron pacientemente el momento indicado por el firmamento
para seguir el rumbo de la estrella, y así poder ser testigos presenciales del
nacimiento del rey de reyes, como lo llamaron. Y es que se
trataba, nada menos, que del alumbramiento del enviado del mismísimo Dios.
A pesar de ser un
devoto del más ortodoxo rigor, Dionisio el Exiguo no se distinguió,
precisamente, por ceñirse a los detalles en la elaboración de sus cómputos
matemáticos. Monje y erudito escita del primer siglo de la era cristiana,
Dionisio tuvo el encargo oficial de calcular el año del nacimiento de Jesús de
Nazareth, con el fin de establecer el Anno Domini, el calendario
sustitutivo de los calendarios paganos que le precedían, y al cual debía
ajustarse el nuevo orden de las cosas. Para saber cuando nació Jesús, el monje
basó sus cálculos en la cantidad de años que gobernó cada emperador romano,
sumándolos de forma regresiva, hasta llegar al año del nacimiento de Cristo. En
efecto, su nacimiento se produjo durante el reinado de Augusto, quien gobernó
Roma desde el año 31 aC hasta el 14 dC. No obstante, durante los primeros
cuatro años de su mandato, Augusto gobernó con su nombre verdadero, Octavio. Y
cuando Dionisio estaba haciendo sus cálculos, tuvo un descuido: olvidó sumar esos primeros cuatro años. Pero,
además, olvidó el 'año cero', pasando del año primero aC al año primero dC. En
una expresión, al calendario de Dionisio le faltan cinco años, y desde entonces
la era cristiana ha llevado a cuestas su descuido. La humanidad entera celebró
el milenio en el año 2000, cuando debió haberlo celebrado cinco años antes, en
1995. Y por la misma causa, Jesús de Nazareth nació cinco antes de su propia
era.
La Natividad y Dionisio
Cuando Dionisio
elaboró su calendario, la fecha exacta del nacimiento de Jesús ya había
desaparecido del recuerdo de sus seguidores. Tuvo la Iglesia que adoptar una
fecha cercana al solsticio de Invierno, que el emperador Aureliano había hecho
oficial en el año 274: la del nacimiento del dios Sol Invictus, es
decir, el 25 de diciembre, sustituyendo así la celebración pagana por la
cristiana, porque,-argumentaban- así como la claridad del sol termina venciendo
las tinieblas, la bondadosa luz de Jesús termina venciendo la oscuridad del
mal. En todo caso, y más allá de los solapamientos litúrgicos y de lossincretismos religiosos, a los efectos de poder precisar la fecha del
nacimiento de Jesús, resulta necesario tener certeza del paso de la estrella de
Belén sobre el firmamento, es decir, conocer más en detalle el periplo de la
estrella que seguían los magos, sacerdotes de la doctrina de Zoroastro.
Según Michael
Molnar, astrónomo y especialista en historia de la astrología antigua, profesor
de la Universidad de Rutgers, en New Jersey, el día 17 de Abril del año seis
antes de Cristo -“la noche en la que los pastores vigilaban sus rebaños”, como
dice Lucas, el evangelista-, Júpiter, “la estrella de los nuevos reyes”,
iluminaba el cielo de Belén. Tómese en cuenta el hecho de que en esa ciudad,
enclavada en los montes de Judea, los rebaños salen por la noche sólo seis
meses al año, de abril a septiembre. No salen en diciembre, porque hace
demasiado frío. De modo que, según la descripción dada por los evangelistas y
estudiada por los expertos, si Jesús nació en Diciembre lo hizo sin la
presencia de la “estrella” de Belén y sin ovejas pastando cerca de su pesebre.
Pero si hubo “estrella” y ovejas, entonces la fecha no fue en diciembre, sino
en abril. Por siglos, la cultura occidental ha celebrado, con los antiguos
césares romanos, el nacimiento del Sol Invictus en nombre del adventus
Redemptoris. A lo cual se han ido sumando algunas otras festividades
tradicionales del norte de Europa, como la fiesta del Yule o celebración
pagana del solsticio de invierno, en la cual la noche más larga del año
guardaba consigo la promesa de que, a partir de ese momento, los días irían
creciendo y, con ellos, mejoraría la cosecha. Para celebrarlo, las tribus
festejaban durante doce días continuos con abundante carne y cerveza. Un gran
tronco de yule que hacían arder presidía las festividades. Anunciaba el
nacimiento de dios. En las casas se colocaban troncos de yule -un abeto o pino-
que simbolizaban el arbol de la vida, especialmente para la protección de los
hogares contra los espíritus de la oscuridad. Pues bien, ese es el origen del
arbol de Navidad que la cultura cristiana terminaría haciendo suyo.
Natividad y la celebración de sí mismo
Y sin embargo, muy
a pesar de los entendidos o de los malentendidos, sobre los cuales se han
elevado tantas reliquias de piedra, de cartón o de silicón -tantos dogmas,
tantos prejuicios, condenas e imposiciones, encubiertas o abiertas-, la
historia de la celebración de la Natividad confirma su grandeza por sí misma.
El espíritu de humanidad la anima. Es lo extraordinario y sorprendente de su
encanto. Cada celebración de la Natividad es un nuevo comienzo, una nueva
oportunidad que no depende ni de las estrellas ni de los árboles, sino de la fe
en sí mismo, en la libre voluntad y el propio esfuerzo. Rectificar significa
reconocer los errores cometidos a fin de enfrentar el mal del que también se es
responsable. Es el deseo consciente de luchar para vencer las tinieblas de la
tiranía y la tiranía de las tinieblas. “Ten el valor de equivocarte”, decía
Hegel. Para lo cual es imprescindible enmendarse. Ese es el significado real de
la Natividad: una nueva oportunidad de comprender y superar. En esto consiste
la “revolución copernicana” llevada a cabo por Jesús de Nazareth. Por eso Hegel
llamaba al cristianismo “la religión de la libertad”. En la conciencia, que con
cada año vuelve a nacer, la fe y el saber se reúnen para celebrar el triunfo de
la humanidad. Afirmaba Spinoza que Jesús ha sido siempre “la verdad esencial
del humanismo” y “el mayor ejemplo de serenidad racional”.
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