Lo que expresa el lenguaje
El lenguaje es
mucho más que el sonido hueco de palabras que han sido vaciadas de todo
contenido. O que la combinación de formas meramente instrumentales. En él hay
un conjunto de nociones y conceptos cultural e históricamente establecidos que
van moldeando el laberinto del tiempo del ser y de la conciencia sociales. Es,
se puede decir, el trabajo acumulado del Espíritu. En sus pliegues hay todo un
sistema de creencias, opiniones, presuposiciones y prejuicios -no pocas veces
anacrónicos, sin contexto-, de los más diversos modos de percibir y actuar. En
el lenguaje, pues, se haya presente toda una Weltanschauung, una
hermenéutica del mundo, una manera, más o menos disgregada, de percibir la vida.
De suerte que, aunque no se sepa ni se diga explícitamente, el lenguaje no es
ni neutral ni inocente. No obstante, y a consecuencia de su condición
acumulada, esa Weltanschauung suele ser resultado de determinadas
circunstancias. Muchas veces es irregular e intermitente, y pertenece,
simultáneamente, a una multiplicidad de formaciones sociales, similares a las
cortezas o capas que, una tras otra, van recubriendo con los años el tronco de
los árboles.
Como ha afirmado
Gramsci -no la representación del deformado santón de las consignas
superficiales, mártir de los usos y abusos a conveniencia del trasnocho
gansteril, ni el Chucky, figurado monstruito perverso y maquinador que se
imagina el conservatismo de fanfarria, desteñido, constipado y estirado, sino
el filólogo y filósofo, lector de Labriola, Croce y Gentile, el brillante
académico de la universidad de Torino y distinguido político anti-fascista-:
“quien habla solamente en dialecto o comprende la lengua nacional en distintos
grados, participa necesariamente de una concepción del mundo más o menos
estrecha o provinciana, fosilizada, anacrónica en relación con las grandes
corrientes que determinan la historia mundial. Sus intereses serán estrechos,
más o menos corporativos o economicistas, no universales. Si no siempre resulta
posible aprender más idiomas extranjeros para ponerse en contacto con vidas
culturales distintas, es preciso, por lo menos, aprender bien el idioma
nacional. Una cultura puede traducirse al idioma de otra gran cultura, es
decir, un gran idioma nacional históricamente rico y complejo puede traducir
cualquier otra gran cultura; en otras palabras, puede ser una expresión
mundial. Pero con un dialécto no es posible hacer lo mismo”. Se trata de una
frase que no solamente permite comprender la relación entre lenguaje y cultura,
sino, además, el significado más hondo de la pobreza espiritual que puede
llegar a afectar a toda la sociedad.
Qué significado
puedan tener expresiones como democracia, razón, libertad, independencia, ética
o paz, por ejemplo, depende en gran medida de la capacidad que tenga la
población de “traducirlas” correcta y adecuadamente, es decir, en un sentido no
“estrecho” -mezquino- o “provinciano”, como observa Gramsci, sino en su
significado universal, el cual sólo puede ser universal en tanto y en cuanto se
corresponda con el devenir de la historia concreta. En este sentido, también
las formas universales abstractas son un modo provinciano de concebir lo
universal. Es una representación “mala” -de mala calidad, como dice Hegel- de
lo universal. Una totalidad exenta de partes no es una totalidad, es una parte.
Y lo mismo sucede con un universal que carece de particularidades: no es un
universal. Es, en todo caso, una particularidad con pretenciones universales.
El lenguaje como instrumento
La instrumentalización
del lenguaje es una de las mayores conquistas de la racionalidad técnica que
deriva directamente de la reflexión del entendimiento abstracto. En la medida
en la cual el lenguaje de una sociedad va perdiendo sus referentes, sus
contenidos histórico-culturales, su ethos, ésta se va haciendo cada vez
más abstracta, más dependiente y pobre. Se puede medir la pobreza espiritual de
una determinada formación social por medio de la constatación de la pobreza de
su lenguaje. Una población pobre de Espíritu es una población fácilmente
manipulable, dominable, heterónoma, triste, impotente. Debe recurrir a la
evasión de la realidad “por otros medios” para poder soportar el peso de sus
incontestables desdichas. Es, en una expresión, una población signada por la
irracionalidad. No es que “la razón” se encuentre de un lado y la “sin razón”
del otro. Para el gansterato, lo mismo que para sus distintos, “el lado
correcto de la historia” es el “suyo”, cabe decir, el de cada posición
correspondiente. Este es el modelo característico de la racionalidad
instrumental que se vende como “ciencia”: la pobreza constitutiva, inmanente,
de la razón ilustrada. No hubo mayor acto de “racionalidad” -desde el punto de
vista de la perspectiva fascista, que ya había devenido lenguaje oficial del
pueblo alemán- que la llegada al poder del Führer. Y fue así como la
suprema razón, decretada por la Ilustración, terminó produciendo la abominable
irracionalidad de Auschwitz. La ficción de la razón instrumentalizada
consiste en el hecho de presentarse como la gran tabla de salvación frente a la
irracionalidad, ocultándola en sus entrañas. La irracionalidad inherente al
gansterato chavista -y la pobreza que está obligada, tanto material como
espiritualmente, a imponer como “cultura”- es hija legítima de una racionalidad
y de un lenguaje absolutamente vaciados de contenido, meramente formales,
técnicos, metodológicos, instrumentales, publicitarios. Sus “modelos” y sus
“políticas”, lo mismo que sus continuos “motores” -todos ellos, chatarra efímera,
cohetones de un instante que se repite sin cesar-, se sustentan en una “razón”
que no sólo no es racional sino que se tiene que imponer por medio del miedo y
de la más brutal violencia y represión, en nombre de los “sagrados principios”
de la “razón de Estado”.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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