“El
entendimiento sin la razón es ciego. La razón sin el entendimiento es vacío”
I. Kant.
Según Benedetto
Croce, es un error, de origen positivista, la pretensión de creer que los
fenómenos naturales presentan un movimiento constante y, por ende, previsible.
En realidad, señala el filósofo italiano, se trata de ficciones
“pseudoconceptuales”, inventadas, con las cuales se intenta dar respuesta a las
necesidades generadas por situaciones específicas y, por ello, circunscritas a
un determinado tiempo histórico. Además, agrega, la pretensión de prever los
fenómenos naturales tiene su origen en el primitivo deseo de profetizar el
futuro. Pero tal deseo oculta, tras las pompas de su ropaje científico, la
presuposición de creer que la naturaleza presenta un comportamiento
"regular", cuando lo único que es efectivamente regular son las "leyes" creadas por la mente humana, en
su esfuerzo por entender, controlar y someter la naturaleza.
Geometrica
demostramus quia facimus, afirmaba Hobbes en De corpore. Sólo se
conoce lo que se es capaz de hacer. Se trata de un postulado que se puede
rastrear a lo largo de la historia de la modernidad, por lo menos desde Hobbes
y Bacon, pasando por Descartes y Leibniz, hasta Kant y Fichte. Y, en efecto, el
dominio absoluto que las ciencias naturales matematizadas han ejercido sobre la
historia moderna y contemporánea ha terminado por producir la ficción según la
cual no solo la naturaleza depende de leyes constantes y previsibles sino que,
además y por simple extensión, dichas leyes rigen el quehacer político y social
con una casi total precisión. Todo pareciera estar escrito en “caracteres
matemáticos”, incluyendo los atributos éticos que configuran el entramado de la
Virtud humana. El entendimiento sin la razón es algo, dice Hegel. Por
fortuna, Vico supo comprender que sobre los mismos fundamentos de tal principio
-más tarde, devenido ideología hegemónica del presente- es posible afirmar que,
via negationis, lo que los hombres han creado y lo que constituye el más
alto objeto del saber, no radica en la ficción de la construcción matemática
-en el sentido de lo calculable o cuantificable- sino, más bien, en la realidad
de la construcción histórica. La flexión contenida en la frase, terminó
radicalizando profundamente su propio significado. De pronto, y más allá de
Descartes, el conocimiento se fundía en uno, la verdad y lo hecho se
identificaban recíprocamente, ya que: Si geometria et physica demonstrare
possemus, faceremus, porque: Verum et factum convertuntur.
En efecto,
Vico señala que “esta ciencia -la filosofía de la historia- procede lo mismo
que la geometría, que crea el mundo de las dimensiones al tiempo que construye
y considera los fundamentos correspondientes; pero con tanta más realidad por
cuanto que los asuntos humanos poseen mayor objetividad que los puntos, las
líneas, las superficies y las figuras”. Se ha dicho que ya son suficientes los
diagnósticos que se han hecho sobre el gansterato narco-terrorista que
coerciona a Venezuela. La cuestión es que no se trata de cuántos diagnósticos
se hayan hecho, sino de la adecuación del Verum y del factum.
Ser virtuoso
no significa poder tocar magistralmente el piano o el violín. Hace falta algo
más: ser una persona de bien, una, cada vez más, mejor persona. Para lo cual se
requiere de mucha valentía. Ser virtuoso quiere decir, pues, ser para la
libertad, traspasar los límites del en sí y del para sí en la
transparencia del para nosotros: vivir en y para la eticidad, saberse
individuo y, por eso mismo, ciudadano. Porque es en esto que consiste la
realización de una vida plena y auténticamente feliz. Ser genuinamente liberal
no quiere decir asumir su propia privacidad como único interés, sino poseer una
profunda inclinación por la valoración del bienestar social. Alcanzar esta
condición autoconsciente es enfrentar la ambigüedad, el temor, la dificultad y
la oscuridad que acechan de continuo el día a día. Porque la virtud no es ni
una premisa ni, mucho menos, una dádiva. Es un resultado, una conquista. Tal
vez sea esa la razón por la cual tanto Maquiavelo como Spinoza -en épocas de
consagración progresiva de la pusilanimidad- le recuerdan a sus lectores que la
palabra Virtud proviene de virilidad, sin la cual no sería posible ejercer la
libre voluntad ni llegar a ser feliz. Y será necesario advertir que, por
cierto, no han sido pocas las mujeres virtuosas, capaces de dejar perplejo al
peor de los Corleone.
Pero ya en
Aristóteles, ser virtuoso quería decir ser virilmente civilizado, por lo
cual -según el gran pensador de la antigüedad clásica- se debe tender a ser
valiente, moderado, liberal y magnánimo, amable, auténtico y jovial. Cualidades
que se configuran en el llamado “término medio”, es decir, entre los excesos y
los defectos. No obstante, la expresión “término medio” ha sido
sistemáticamente entendida por la modernidad -y por lo que va de
postmodernidad- en sentido metódico-matemático, llevado de la mano por
Descartes. Preguntarse por el “punto medio” entre 0 y 10 tiene como respuesta
5, que es el punto equidistante respecto de sus extremos. Pero en estricto
sentido ético, “cinco” no representa la mediación entre temeridad y cobardía.
En términos aristotélicos, ninguna Virtud se sitúa en exacta equidistancia de
los extremos, porque, a diferencia de las abstracciones cuantitativas, requiere
de valores contextuales, cabe decir, onto-históricos. Ser valiente, en consecuencia,
es el término opuesto correlativo -la Aufgehoben- de temeridad y
cobardía. No hay grises, ni gradaciones, ni tonalidades entre lo uno y lo otro,
porque su lógica no es ni la de la contradicción ni la de la contrariedad, ni
la de la -Croce dixit- distinción, sino la de la oposición. Lo dice el
propio Aristóteles, unos cuantos siglos antes de Vico o de Hegel.
Una
consideración que parta sólo del individuo -lo que, por su propia definición,
condena la existencia real de su autonomía- es vana y limitada. Pero, sobre
todo, es mezquinamente falsa. Los griegos le decían Idiotas. Los hombres
sólo se conocen a sí mismos con base en el estudio de sus relaciones sociales e
históricas, del cual son autores y actores. Economía, Política, Derecho, Ética,
Religión, Salud, Educación, Lenguaje, Artes, Ciencias, etc., son, como afirma
Vico, productos de fattura umana. Se producen en la historia y, por eso
mismo, no pueden ser reducidos al tutelaje de las cifras y los porcentajes,
como tampoco pueden ser abstractamente interpretados -siguiendo la lógica de la
cuantificación- de modo aislado, a partir de relaciones atomizadas,
interindividuales -o contractuales-, escindiéndolos de sus determinaciones
histórico-culturales concretas. Es momento de un nuevo giro copernicano. Giro,
tal vez, indispensable para comprender los reales motivos que impulsan a la barbarie
ritornata y poder superarla.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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