Guste o no, más allá de los prejuicios inculcados por manuales, catecismos y panfletos o de las estigmatizaciones dejadas por los “enemigos” de la “sociedad abierta” de Popper y por la École de la suspicion de Ricoeur, el vigor y el rigor de la filosofía de Marx provienen de su afinidad electiva con tres grandes pensadores a los cuales, de continuo, se reclama como su legítimo heredero: Aristóteles, Spinoza y Hegel. Se sabe de su devoción irrestricta por Dante y por Shakespeare, o por Goethe, Schiller y Hölderlin, respectivamente, en el ámbito literario. Pero más allá de su particular interés por el estudio de Maquiavelo y Bruno, de Bacon y Hobbes o de Vico y Kant, su forma mentis fue moldeada por la compleja estructura de las ideas y valores de quienes, tal vez, sean los mayores y más representativos exponentes del más sólido y consistente pensamiento filosófico, en sentido enfático.
Quizá sea esa la
razón por la cual, en el conocido Postfacio de El Capital, Marx declare,
abierta y orgullosamente, ser discípulo de Hegel, dado que el “movimiento del
concepto”, inmanente a la inteligencia crítica e histórica del padre de la
dialéctica moderna, es el resultado de la Aufgehoben de las filosofías
de Aristóteles y Spinoza. Y, aunque Doktor
Marx afirme haber invertido los términos de la polaridad del Maestro, la
naturaleza circular de uno de los extremos de la oposición siempre conducirá
-porque será inevitablemente correlativa- al otro, tal como sucede en la
magnífica representación de la Escuela de Atenas de Rafael, en la que el
artista supo trazar, no sin magistral genialidad, el circuito tácito, continuo,
entre la mano de Platón, que señala hacia el cielo -apoyando sus fundamentos en
el Timeo- y la de Aristóteles, quien, sustentándose en la Ética,
apunta hacia la tierra.
Por estas fechas,
Karl Marx está de aniversario. Nació un cinco de Mayo de 1818, es decir, se
cumplen doscientos tres años de su nacimiento, en el seno de una familia de la
llamada pequeña burguesía de la renania alemana, para más señas, judía
convertida al protestantismo y amante del Stunm und Drang, la “tormenta”
y el “ímpetu” que le dio cuerpo y figura al movimiento ético y estético,
poético, filosófico y literario, que se desarrollara en Alemania a partir de la
segunda mitad del siglo XVIII. Su padre Heinrich y su mentor, el barón von
Westphalen -quien años después sería su suegro-, se ocuparon diligentemente de
sembrar en el inquieto joven el amor intellectualis spinoziano que,
por cierto, fundamenta, en buena medida, el espíritu de creación del
romanticismo alemán. Nadie, dice Hegel, puede entrar al universo de la máxima
filosofía si no es por la mínima puerta de la filosofía de Spinoza. Y Marx
entró, para caer, poco tiempo después, “preso en los brazos del enemigo” de los
seguidores del romanticismo, incluyendo a su padre y a su mentor. Y es que,
mientras más trataba de separarse de Hegel, más cercano se le hacía.
Karl Marx fue el
más destacado discípulo de Hegel, precisamente porque -como lo hiciera
Aristóteles respecto de Platón o Spinoza respecto de Descartes- llevó su
pensamiento hasta las últimas consecuencias, completando, de ese modo, el
círculo perfecto trazado por Sanzio. Y así como Aristóteles fue convertido en
un santón, en el Magister dicit de musulmanes, judíos y cristianos, o
del mismo modo como Spinoza fue convertido en un demonio materialista, promotor
del más patético de los ateísmos, así Marx, filósofo de la actividad sensitiva
humana y, por ende, de la libre voluntad del ser y de la conciencia sociales,
de la denuncia del morbo de una sociedad enajenada y escindida de su propia
determinación humana, de la exigencia de superar y conservar simultáneamente la
condición privada de la propiedad, fue convertido en el peor Ayatollah del
totalitarismo, en el promotor de la “igualdad por abajo”, del terrorismo
internacional y, especialmente, de la destrucción de la civilización
occidental. Se le percibe, en estos días, como un bárbaro y un resentido, un
diseminador del odio entre sus seguidores. A lo sumo, como un cosaco de la
estepa rusa, un verdugo chino o un fanático del fundamentalismo
islámico. El autor de la crítica del modo esclavista de producción asiático; el
apologeta del zoon politikón y de los fundametos de la cultura nacida en
Atenas; el ferviente luchador contra el lumpen y contra la mediocridad de una
vida mecanizada, generadora de injusticia y depauperación. Que su Kritik fuese
manipulada y transmutada por una camarilla de oportunistas, totalitaria y
despótica, es el resultado no sólo de una premeditada mala lectura sino, sobre
todo, de ambiciones e intereses, por cierto, muy distintos a los del filósofo
alemán. Sería como si se creyese que los “bolivarianos”, que han destruido a
Venezuela, lo hicieron siguiendo los fundamentos republicanos del Libertador
Simón Bolívar. En nombre de Cristo, la “santísima” Inquisición torturó y
condujo a la hoguera a centenares. Uno de ellos fue Giordano Bruno. La Iglesia
le acusaba de cuestionar la palabra “sagrada” de Aristóteles.
Valdría la pena
preguntarse qué puede tener en común Bolívar con una organización gansteril. Lo
mismo sucede con Marx. Una reciente publicación en las redes de la agencia de
prensa rusa Novosti, habla de las “predicciones”, los “aciertos” y “las fallas”
de Marx. En primer lugar, la filosofía no predice. La predicción no forma parte
de sus funciones. Del elenco de los “aciertos” que se le atribuyen a Marx, se
habla de la crítica del capital monopólico, la especulación financiera y la
globalización. Es posible que los teóricos rusos se confundieran, y en vez de
pensar en Marx tuviesen en mente a Putin. De los “errores”, el más importante
es -según estos “especialistas”- que el comunismo no triunfó en los países
desarrollados sino en los de menor desarrollo. Pero si la sociedad pensada por Marx hubiese efectivamente
triunfado en, por lo menos, un país pobre, como mínimo, en ese país no
existiría Estado en sentido mecanicista, porque la idea de Marx consistía en la
superación del concepto de Estado hobbesiano, es decir, como máquina de y para
el poder, por medio de la realización del Ethos, esto es, de la
civilidad. Muy por el contrario, en los países donde impera lo que estos
“especialistas” denominan “comunismo” imperó ayer un Estado totalitario y hoy
neo-totalitario, en medio de la violación de todo derecho posible y de la peor
depauperación, material y espiritual, de las grandes mayorías. Croce hablaba de
“lo que está vivo” y de “lo que está muerto” en Hegel. Y no son pocos quienes
han llegado a Hegel gracias a Marx. En nombre de Marx se han cometido las
peores atrocidades, tal como ha sucedido con otras grandes figuras de lahistoria. Si en las primeras de cambio el propio Marx se negó a ser calificado
de “marxista”, sería cuando menos racional establecer los necesarios criterios
de demarcación para, finalmente, poder liberarlo de las buhonerías del
marxismo.
José
Rafael Herrera
@jrherreraucv
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