Después de que
Schopenhauer desmintiera el argumento leibniziano de “el mejor de los mundos
posibles”, con aquella terrible sentencia según la cual “la vida es un anhelo
opaco y un tormento”, las puertas del infierno positivista quedaron abiertas de
par en par, desatándose la furia de todos sus demonios. El mundo como
voluntad y representación (Die Welt als Wille und Vorstellung), de
1819, es, de hecho, la declaración formal de la bancarrota de los intentos
oblicuos de la teología filosofante y de la metafísica moderna por interpretar
el sentido y significado último de sus principales objetos de estudio y, con
ellos, del fundamento de la existencia misma. La mesa del festín mefistofélico quedó
servida para que el “sueño dorado” de la ratio instrumental -el dominio
total, die Herrschaft, ya advertido por Webber- comenzara a producir sus
primeros monstruos y sus primeras monstruosidades. No pasaría mucho tiempo para
que surgiera la opaca leyenda de la anciana “madre de las ciencias” -suerte de
reina Isabel del conocimiento- que, ya achacosa e impotente, daba paso a sus
vigorosos retoños, aunque aceptaba, humildemente, un lugar en la grande
abbuffata, ubicada, eso sí, por detrás de las últimas disciplinas -no por
caso, catalogadas como las “ciencias débiles”-, en el sitial de las nostalgias
del pasado y de las sombrías entelequias de lo que aun latía en el débil
corazón de la vida espiritual.
Lejos de condenar
la sin razón, el positivismo le dio la bienvenida y le hizo los honores, dado
que es su complemento necesario. Muy pronto, las multitudinarias procesiones
hacia Tierra Santa o hacia La Meca, sufrieron una severa desviación de su curso
hacia el Oeste. Y el reencuentro directo con Dios fue sustituido por el
encuentro, visible y palpable, aunque no menos ilusorio, nada menos que con un
ratón. Es el sublime “reino de la fantasía”, construido sobre pantano, madera y
yeso. Es “la magia” de lo efímero. Dicen las Escrituras que el reino de Dios está
construido con madera de cedro. El reino de la representación está, en cambio,
hecho con cartón piedra. La antinomia de fe y saber ha sido, finalmente,
resuelta por la cadena de montaje de la industria del turismo. Los feligreses
transmutados en Guests. Ahora, el centro objetivo de los pueblos del
mundo se ubica en la parte occidental del gran templo, mientras que para los
cada vez más pocos y desprestigiados adoradores de un Dios infinito este
espacio determinado, carente de toda configuración, no pasa de ser un simple
lugar. Y es que “el sentimiento de lo divino, el sentimiento por el que se
siente lo infinito en lo finito, llega a su plenitud sólo si se le agrega la
reflexión, la reflexión que se detiene sobre él. Y sin embargo, la relación de
la reflexión con el sentimiento es sólo un conocimiento del mismo en cuanto
algo subjetivo; es sólo una conciencia del sentimiento, una reflexión separada
sobre el sentimiento separado”. A diferencia de otras fuerzas y actividades de
la producción espiritual, y a consecuencia de la división en dominios
específicos, procedimientos, contenidos y sistema organizacional, la ciencia y
la técnica del presente sólo pueden comprenderse con referencia a la sociedad
para la cual funciona. El positivismo, que concibe la abstracción científica
como una herramienta necesaria para la defensa automática del progreso, es tan
fraudulento como la glorificación de la tehcné. Es esto lo que permite
comprender por qué el gansterato chavista surgió del seno de las universidades.
Es verdad que Platón propuso hacer a los filósofos gobernantes. Pero
los tecnócratas han hecho de la ingeniería y de la administración, en sus más
diversas especializaciones y desempeños, un consejo de vigilancia social y
política. La doctrina positivista es, en realidad, el fundamento de la
tecnocracia filosófica, eso a lo que aún hoy algunos ignorantes insisten en
calificar como “la filosofía de la empresa”, que se ha ido expandiendo hasta
sustanciarse como modo de vida. Están convencidos de que el único camino posible
para salvar la humanidad consiste en someterla estrictamente a las reglas y
métodos de la ratio cientificista. Curiosamente, vendieron la idea -y el
sentido común la compró con entusiasmo- de que el pensamiento se
identifica con la ancilla administrationis, la cual, paradójicamente ha
devenido rector mundi. Es tiempo de recordar que el desarrollo puramente
técnico-científico, guiado por la enfática ficción de la verdad positivista,
elevada a Weltanshauung, no solo ha conducido a las mayores confrontaciones
bélicas de la humanidad, a los campos de concentración, a los regímenes
totalitarios y supremacistas y al narco-terrorismo, sino, especialmente, a lo
que Hannah Arendt definiera como la banalidad del mal: “El problema con
Eichmann fue precisamente que muchos fueron como él, y que la mayoría no eran
ni pervertidos ni sádicos, sino que eran y siguen siendo terrible y
terroríficamente normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones
legales y de nuestras normas morales a la hora de emitir un juicio, esta
normalidad es mucho más aterradora que todas las atrocidades juntas”.
Que “el mundo sea
mi representación” y que la voluntad propiamente dicha trascienda los confines
de la realidad fenoménica, constituyendo un universal abstracto, un malandro
infinito, ciego, carente de motivo alguno, absolutamente tiránico e irracional,
no sólo significa haber permitido la transmutación de las ideas en “pinturas
mudas sobre el lienzo”. Es, además, una rendición incondicional, la renuncia a
la autoconsciencia, a toda posibilidad de ciudadanía y a toda construcción del Ethos.
Significa, en consecuencia, el haber abdicado a la libertad como una
conquista de la praxis, de la actividad sensitiva humana y, con ello, a la
comprensión de la sustancia como sujeto, dejando el camino libre para la
aceptación de la guerra de todos contra todos o del triunfo de la
barbarie. The lamb lies down on Broadway, afirmaba la banda de rock
progresivo “Génesis” en 1974. Hoy el mundo ha comprobado que un conocimiento
ajeno a la formación crítica e histórica, tendencialmente apologeta del
cientificismo, exclusivamente técnico e instrumentalizado, termina en un mundo
de ovejas dormidas: en la tiranía de una crueldad larvada, oculta tras los
ropajes de la ficción del “triunfo” del progreso.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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