No son pocas las grandes ciudades contemporáneas que han surgido de forma insólita, acelerada e inesperada, como si se tratara de auténticos inventos de la creación imaginativa y hasta de la más audaz de las ficciones. Medellín, por ejemplo, fue un humilde y respetable pueblecito de la provincia colombiana hasta que, de pronto y como por arte de magia, tal como Venus salida de la espuma del mar o al igual que los hongos, que crecen y se multiplican en el bosque de un día para el otro, se transformó en una atractiva ciudad, de manera inaudita, sorprendente. Las Vegas fue, en estricto sentido, un árido desierto que, ex nihilo, se convirtió en un gran centro de deslumbrantes y sensuales casinos, maravillosos hoteles, centros internacionales de convenciones, bodas express y exquisitos centros comerciales. Miami fue un pantanal plagado de cocodrilos y alimañas, un territorio que España no quiso conservar entre sus colonias y que se convertiría con el tiempo en “centro de acopio” para pieles roja expropiados y lugar de castigo para esclavos “alzados”. ¿Quién podría sospechar que de aquel vasto terreno fangoso, de indefinida mezcla de lodo y arena de mar, infestado de reptiles y de toda clase de insectos, en tiempo record, se elevaran majestuosas edificaciones, calles y autopistas infinitas flanqueadas por palmeras, los últimos autos deportivos y los más glamorosos yates atravesando la bahía de un inmenso circuito de turismo internacional y, por si fuera poco, en la auténtica capital de la América Latina?
No se puede negar el gran papel desempeñado por las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción en estas, sin duda, formidables empresas de desarrollo urbano. Gente honesta y trabajadora contribuyó decididamente en la concreción de la gran meta, de esos grandes sueños hechos realidad. Pero sería ingenuo voltear la mirada para evitar reconocer que, detrás de muchas de las ingentes inversiones, se hallaba el dinero lavado por los sindicatos del crimen. Como afirmaba el famoso general italiano al servicio del Emperador Napoleón I, “non tutti, ma buonaparte”. De hecho, se puede afirmar que, por ejemplo, Las Vegas es una hija de la mafia en América. No sólo porque su construcción se tradujo en la posibilidad cierta de lavar el dinero sucio, sino porque, una vez construida, pasó a ser un auténtico núcleo de inversiones del cual obtener ganancias sin precedentes. Sin contar su relativa cercanía con la frontera mexicana, donde los carteles ya poseían grandes extensiones de tierra, presta para el cultivo, producción y distribución de narcóticos. Así las cosas, el otro objetivo fue la Cuba de Batista, que al poco tiempo se convertiría nada menos que en el cuartel general de la mafia en América. Y todo indica que, a pesar del cambio de administración, aún lo sigue siendo. La argucia de Fidel Castro, Il padrino de ese cartel de los carteles que es el Foro de Sao Paulo, estuvo en “vender” las ruinas de lo que fue una hermosa ciudad como La Habana en un museo para el turismo. Él es el gran fundador de la estética de la perversidad contemporánea.
La capital de la Venezuela de hoy está sufriendo una severa -aunque no anunciada- modificación, un rediseño y, quizá -para sorpresa de muchos-, hasta un eventual embellecimiento, a los efectos de generar una sensación -ilusoria- de bienestar general. La refacción y puesta en funcionamiento del icónico Hotel Humbolt; la iluminación de calles y avenidas que hasta hace poco tiempo permanecían oscuras; la llegada de los pomposos bodegones; la ordenanza del “gris sobre gris” sobre las santamarías de los locales comerciales; el interés de convertir la parroquia San Pedro -Santa Mónica, Los Chaguaramos y Las Acacias- en una segunda Las Mercedes, son, tal vez, los primeros síntomas del plan general que parece haberse puesto en práctica. Y es probable, dentro de tales coordenadas, que se hayan propuesto el estrangulamiento de la Universidad Central de Venezuela para, una vez liquidados sus valores y principios autónomos fundamentales, ponerla al servicio de los intereses del gansterato y, entonces sí, reabrirla y refaccionarla.
Sólo que, para poder dar cumplimiento al plan general de embellecimiento de la ciudad, se hace necesario “limpiarla” del lumpanato, del malandraje criminal que, hasta la fecha, la ha venido azotando, manteniéndola en vilo. Una ciudad a la que se proponen reembellecer y resaltar sus virtudes, en beneficio de “los grandes negocios”, encendiendo la gran lavadora de dólares, no necesita de los hamponzuelos, matones y secuestradores de barrio, que en otro momento resultaron indispensables para colmar de terror a la sociedad civil que reclamaba sus derechos en la calle. Con los tiempos, las cosas cambian. Con más de seis millones de antagonistas fuera del país y con una población preocupada por el Covid, las remesas internacionales, el tener que hacer la cola para echar gasolina, esperar “que llegue” el agua, la electricidad o la internet, comprar comida y medicamentos, etc., un malandraje “respondón” no sólo se hace incómodo, sino, de hecho, prescindible. Así ha operado, históricamente, el crimen organizado. Fue, de hecho, la mafia la que terminó entregando a Bonnie & Clyde, a Johnny Dillinger o a Al Capone, justo cuando comenzaron a hacerse incómodos para sus “más elevados” propósitos.
La incursión masiva de las fuerzas policiales, con la asistencia de las fuerzas armadas, sobre la 'Cota 905' es, en buena medida, parte del plan general de “limpieza” trazado por el gansterato que mantiene bajo secuestro a Venezuela. Pudieron haberlo hecho hace mucho tiempo y evitarle a los ciudadanos tanto dolor, pero no era el momento indicado. Ahora que las cosas van saliendo según el guión pautado, y a medida que la llamada “oposición” va aceptando las reglas del juego gansteril, la hora de los “Koki” parece haber llegado. Basta con expiar las culpas y lavar la sangre derramada sobre los últimos alzados contra el régimen.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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