Del temor y su relación con la metodología

Qué entendemos por temor en filosofía explicado con Spinoza, Aristóteles y Hegel.
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El principio del conocimiento es el temor a Dios”.

                                                           Salmo, 111

Por lo demás, este afecto por el que los hombres

se disponen a no querer lo que quieren

y a querer lo que no quieren, se llama temor”.

                                                           B. Spinoza

 

 

Temor metodológico

            Según Aristóteles, el temor es una “turbación proveniente de la imaginación de un mal que puede sobrevenir” y que puede causar “dolor y destrucción”. El temor es, en tal sentido, una amenaza latente contra la propia seguridad, un evento que inesperadamente irrumpe contra lo que permite mantenerse a salvo. Es la antítesis de las premisas que sustentan la organización de las sociedades modernas, bajo la tutela del entendimiento abstracto: the safety and security. Los orígenes del término -timor- provienen del sánscrito tamra y tama, que significan, respectivamente, oscuro y noche, una condición que perturba la clara visión del ser de las cosas. Pero, además, es la paura del dios griego Pan, mitad hombre y mitad animal, cuya muerte fue anunciada por Thamus, el timonel. Pan es la representación del pánico, del miedo frente al trastorno de la “normalidad” de las cosas. Temor, miedo, pánico. En el fondo, se trata del fobos -ϕοβος-, de las fobias, las locuras que son, por cierto, fugas, porque ante todo temor la fuga es una intentio, un pre-venir, un escape contra la perturbación y el dolor, una posibilidad -una esperanza- para el reordenamiento de “la normalidad”, de lo que es “natural”, de aquello que da estabilidad, seguridad, positividad.

            Dice Spinoza en Ética que el temor es el deseo de evitar un mal mayor mediante un mal menor y que quien reprime su deseo por temor ante un peligro que, no obstante, sus iguales se atreven a soportar, padece de pusilanimidad. En el caso de la consternación, Spinoza sostiene que esta surge de un doble temor: “es el miedo que contiene de tal manera al hombre estupefacto o fluctuante que no puede alejar el mal. Estupefacto, digo, en cuanto que entendemos que su deseo de alejar el mal es reprimido por la admiración. Y digo fluctuación en cuanto que concebimos que el mismo deseo es reprimido por el temor de otro mal que le tortura por igual. De donde resulta que no sabe cuál de los dos alejar”. Pusilanimidad, consternación, fluctuación. El temor a equivocarse, a errar, también cuenta con semejantes características. De ahí surge la necesidad de hacerse de una metodología “blindada”, es decir, lo suficientemente segura, capaz de garantizar la máxima seguridad y protección a la hora de enfrentarse con el objeto de estudio. Por lo que convendría preguntarse si, por cierto, no son estas las premisas de un tipo, de un modelo “cognitivo”, que durante los últimos años ha terminado por convertirse en el fundamento hegemónico -en realidad, ideológico- por excelencia de la dinámica cultural y, por eso mismo, de la compleja y contradictoria vida, de las universidades en Venezuela.

            En tal sentido, se podría llegar a afirmar que el temor a la verdad ha terminado por transmutar el juicio constitutivo del saber en el prejuicio propio del conocer. Es este, por cierto, el argumento con el cual Hegel inicia la ciencia de la experiencia de la conciencia: la Fenomenología del Espíritu. En efecto, siguiendo los trazos dejados por el Tratado de la reforma del entendimiento de Spinoza, Hegel da cuenta de cómo lo que hoy día se denomina “epistemología” considera como un hecho “natural”, es decir, como algo que no amerita ningún tipo de discusión, la creencia según la cual antes de entrar en el estudio de un determinado objeto, sea indispensable ponerse de acuerdo acerca del instrumento metodológico más confiable, más seguro, a los fines de garantizar los resultados deseados. No obstante, sucede que, desde ese momento, entre el instrumento y el objeto de estudio se alza una barrera que no solo los separa sino que, además, el objeto termina siendo alterado y modelado por el instrumento, produciéndose de inmediato lo contrario del fin deseado. De modo que “si el temor a equivocarse infunde desconfianza hacia la ciencia, no se ve por qué no ha de sentirse, a la inversa, desconfianza hacia esta desconfianza y abrigar la preocupación de que este temor a errar sea ya el error mismo”.

            El entendimiento abstracto, padre de la creatura metodológica, ha terminado estimulando “el temor a la verdad”. La pretensión de aspirar a tener un instrumento infalible, máximamente confiable, que no admita equivocaciones, no es más que la ficción, el espejismo detrás del cual se oculta el temor en la búsqueda de la verdad y, con ella, de la autonomía. Una ficción que termina haciendo del instrumento su única verdad, sustituyéndolo por aquello que se proponía encontrar. Y es por esa razón que se puede llegar a afirmar que toda epistemología parte de un acto de fe que termina en una religión positiva. El anhelo de aferrarse a las “seguridades externas” oculta el temor que se siente y que se ha cultivado, tal como se cultivan los vientos que, al final, terminan en tempestades. El principio del saber es incompatible con el temor, y mucho menos compatible con el temor ante lo divino. Las propias presuposiciones, las inseguridades, ansiedades y temores, han acabado haciendo morder el polvo a las universidades venezolanas. Comenzó luchando para ser reconocido como profesor universitario y terminó aceptando el calificativo de “docente”. El señorío de “el método”, la racionalidad instrumental, finaliza en el callejón ciego de la servidumbre ante el gansterato, nada menos que en la “universidad comunal”.

            Parece tarde para recoger la leche derramada. La sentencia contra la vida autónoma de las universidades ha tenido en el temor su propio -y peor- enemigo. El triunfo de la “universidad comunal” es el triunfo de “el método” y, en consecuencia, del temor. Sin sus otrora dignas y majestuosas academias, el país entero rodará por el acantilado hacia el precipicio de Hades, para sucumbir definitivamente en el Averno de la barbarie gansteril. Después de tanta búsqueda de seguridades, solo el infierno ha resultado ser seguro. El conservatismo es hijo de los siervos de la gleba, y gusta aferrarse a la rutina de sus tradiciones. Es continuista, moderado, filisteo. Su talante confirma la representación más fiel de un honorable cuerpo que hizo de “el método” su única verdad, su morada, sin sospechar que, tarde o temprano, el lobo soplaría, con inusitada furia, hasta derribarla y lograr el anhelado desalojo. He aquí la rosa. Salta aquí.   

                                

            

 

José Rafael Herrera

@jrherreraucv

                             

 

 

 

 

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