Nacemos
y vivimos en una sociedad caracterizada por la exclusión y la explotación. Por
lo general, nuestras fuerzas y potencialidades se desvanecen al topar con esta
realidad artificial, donde imperan el consumo innecesario y la superficialidad.
Somos adoctrinados y empujados a colaborar con este sistema, aun cuando
queremos escapar de él. Como bien apuntaba Marcuse, no sabemos diferenciar
entre las necesidades que son reales y las que no; y esta forma de vida es, por
tanto, característica de una sociedad totalitaria, ya que como diría este autor
“el sujeto alienado es devorado por su existencia alienada”. Pero, ¿qué pasa
cuando somos nosotros quienes oprimimos, cuando somos nosotros quienes privamos
de la vida y la libertad a alguien?
A lo
largo de la historia de la humanidad nuestra relación con los animales ha ido
degenerando cada vez más. El ser humano ha pasado de pedir disculpas a los
espíritus de los animales asesinados para alimentación, a abusar de ellos de la
forma más cruel. Experimentación animal, mascotismo, el negocio de la industria
cárnica, tráfico de animales, etc., no son más que manifestaciones crueles de
lo que se conoce como especismo.
Creemos
que decidimos que comer porque nos han dicho que podemos escoger entre carne o
pescado. Y cuando alguien nos plantea que no consume ningún producto de origen
animal, pensamos que es “radical”. Nuestro proceso de enculturación se encuentra
sumergido dentro de los límites especistas imperantes en la sociedad,
habituados a someter a los animales no humanos nos encontramos con dificultades
para salir de esa espiral. Ser dominados y querer dominar, así nos programan. De modo que todo ese sufrimiento no nos
importa, nosotros sufrimos y el sufrimiento del resto de animales nos da igual.
“Es ley de vida” dirán algunos… no lo es, en la medida que ese sufrimiento
depende de tus acciones, de tu consumo y de si te apetece a ti plantearte o no
que hay un problema. Tus acciones sí importan, del mismo modo que pueden
dañarte o beneficiarte a ti, pueden dañar o beneficiar al resto.
Es
necesario para cualquier cambio social que primero el cambio se dé en la
moralidad, del mismo modo que es imprescindible abolir la explotación animal para
derrocar el despotismo o el abuso de superioridad. Como se ha señalado en otras
ocasiones, la libertad animal y la libertad humana no son excluyentes sino
complementarias, formando parte del mismo “todo” y necesitándose la una a la
otra. Por ejemplo, si yo no soy libre de decidir qué comer porque me limito a
seguir los dictados de la cultura imperante, mi libertad se ve limitada por la
obediencia ciega al tiempo que limito la libertad de los animales no humanos
que dicha cultura ha considerado comestibles.
Es importante resaltar que seguir
una filosofía vegana es una forma de desobediencia, ya que no nos han educado en
el veganismo y decidimos respetar a los animales a partir de una serie de
premisas, entre ellas, la de que su vida es igual de importante que la nuestra.
Si
queremos un mundo libre de opresión deberemos predicar con el ejemplo. Ni tú ni
yo somos superiores a ellos (los animales no humanos) y, sin embargo, les
torturamos en prácticas experimentales, les hacemos vivir hacinados para la
industria de la alimentación, les matamos en cacerías y pesca… les torturamos y
asesinamos de diferentes maneras llegando, incluso, a no sentir desprecio de
nosotros mismos al hacerlo. De hecho, si algo hay que comprender es que nadie
es superior a nadie. Solo partiendo de ese punto podremos conseguir una
sociedad justa, o mejor aún, una sociedad donde reine la equidad; pues “la
equidad es a la justicia lo que la causa es a su efecto”.[2]
Retomemos ahora una idea explicaba
en un artículo titulado Sobre la verdad y
la desobediencia:
“Todo el mundo afirma tener su verdad,
pero, ¿hay alguna que pueda ser válida o universal? ¿hay algo que pueda ser
inevitablemente cierto? ¿existe una verdad de la que no se pueda dudar? ¿hay
algo que sea cierto independientemente de los ojos que lo miren? Para algunas
personas la certeza absoluta estará en algún dios, para otras en cualquier
ideología; cualquiera de estas opciones supondría un debate interminable. ¿Qué
puede, pues, ser cierto?, ¿será, acaso, la opresión la única realidad de la que
podemos tener constancia? […] Si la única verdad de la que podemos tener
constancia es la opresión, será mejor acabar con ella y no tener certeza de
nada. La opresión se alimenta de la obediencia, y la obediencia de la falta de
crítica, ¿será nuestro fin, en una sociedad como la que vivimos, adquirirla? Si
“el secreto de la vida es vivir” ¿serán el boicot y la desobediencia la única
manera de conseguirlo?”.[3]
De modo que, si hay algo de
lo que podemos tener certeza es de que existe la opresión, opresión que se da
en dos direcciones: interior y exterior. Interior en tanto controla nuestro ser
más íntimo y exterior en cuanto limita nuestra capacidad de actuar. Por otra
parte, esa opresión es hacia nosotros y del nosotros
al otro, bien sean animales humanos
(que se encuentran jerarquizados en la sociedad actual) o no humanos (estando
esto últimos, en dicha sociedad, siempre doblegados a los caprichos del ser
humano).
En su
frase “pienso, luego existo”, Descartes exaltaba la certeza del yo que piensa:
“[…] el “yo pienso” manifiesta: no aceptar como verdadero nada que no se haya
presentado como evidente ante el atento examen de la razón”.[4]
Descartes buscaba encontrar un método adecuado, aquí también se pretende, pero
en este caso, al ser la certeza la existencia de la opresión, el método deberá
ser el boicot y la desobediencia, alejados de dogmas religiosos y/o culturales
y en búsqueda de la Libertad real. Veamos que pensaba Descartes acerca de la
cobardía (diré que la cobardía nos la han “inyectado” como mecanismo de
control, a través del miedo impiden que se produzcan cambios y/o avances que
derrocarían el poder establecido):
“Pero
ordinariamente es muy perjudicial, porque desvía a la voluntad de las acciones
útiles. Y como proviene sólo de que no se tiene suficiente esperanza o deseo,
no hay más que aumentar en sí mismo estas pasiones para corregirla”.[5]
Cierto
es que nos falta esperanza y que nos falta deseo. Deseo porque estamos
“distraídos” con la creación de falsas necesidades impuestas por el poder, y
esperanza porque vemos como está organizado el mundo que nos rodea y no parece
que haya posibilidad de que un cambio surja.
Reflexionemos en torno al
“pienso, luego boicoteo”: que pensemos (como sujetos insertos en la sociedad
del sufrimiento) equivale a decir que nos damos cuenta de la opresión a la que
estamos sometidos, que nos damos cuenta de que no podemos realizarnos, de que
no somos quienes somos, o que no somos quien podríamos llegar a ser en una
sociedad natural. Pero pensar no se limita a sentir el malestar del
subordinado, pensar equivale también a darse cuenta de que, igual que yo estoy
oprimida, puedo estar (consciente, o inconscientemente) oprimiendo a alguien
más. Pongamos de nuevo el ejemplo de la alimentación, imaginemos que no me he
dado cuenta de que la vida de todos los animales vale lo mismo, por herencias
culturales y/o educacionales, pero me entero de en la cría intensiva de
gallinas para huevos, los pollitos macho son triturados al nacer[6],
y las hembras explotadas porque ya “no valen” para el fin establecido, serán
asesinadas.
Después
de pensar en esta realidad que se oculta a los consumidores, puedo decidir
desobedecer al sistema establecido, boicoteando a la industria del huevo. Y no
solo eso, puedo ir más allá e investigar cómo nos estamos relacionando con los
animales no humanos en cuanto les tenemos sometidos, hacinados y explotados
para que nos alimentemos con productos de origen animal. Puedo pecar, no
obstante, y caer en la trampa del bienestarismo pero, si he investigado bien,
comprobaré que no necesito consumir esos productos para llevar una alimentación
saludable. Además, el bienestarismo no suprime la esclavitud, ni la
cosificación de los animales, ni impide su asesinato, así como tampoco permite
que los animales puedan ser quien son.
Una consecuencia directa de que
yo piense, de que yo investigue las diferentes esferas del poder, es que de ese
pensamiento surgirá mi desobediencia, surgirá el boicot a las distintas formas
de explotación y esclavitud a las que estamos sometidos y sometiendo. El hecho
de que yo no desobedezca muestra mi sumisión ante el sistema establecido, ya que, formando parte de una sociedad del sufrimiento, no hay otra alternativa
para que esta se disuelva que no sea la búsqueda de la finalización de la
opresión. Si yo no desobedezco, no pienso; y si yo pienso, boicoteo. Si las
diferentes opresiones se manifiestan, no es únicamente porque el poder las
imponga, es porque colaboramos con ellas.
[1] Imagen
de Pixabay https://pixabay.com/es/photos/polluelo-pájaro-pollitos-de-pollo-2965846/
[02/09/2021]
[2] Diderot.
Escritos políticos. Madrid. Centro de
estudios constitucionales. 1989. Página 20.
[3] Sobre la
verdad y la desobediencia https://www.microfilosofia.com/2020/11/sobre-la-verdad-y-la-desobediencia.html
[28/04/2021]
[4]
Descartes. La duda como punto de partida
de la reflexión. España. RBA. 2015. Páginas 7-9
[5] Descartes,
René. Discurso del método. Tratado de las
pasiones del alma. Barcelona. Editorial Planeta. 1984. Página 184.
[6] Véase
más, por ejemplo, aquí https://igualdadanimal.org/actua/pollitos-triturados
Publica un comentario: