“El que no cabe
en el cielo de los cielos
se encierra en
el cláustro de María”.
G.W.F. Hegel
La tradición
histórica y cultural, originalmente establecida por las religiones y, más
tarde, institucionalizada por la teología filosofante, estableció un estricto
criterio de demarcación entre lo esotérico y lo exotérico. Como se sabe, esotérico
-del griego esoterikós, lo que está adentro, lo que es íntimo- es
todo conocimiento oculto, hermético, “no revelado” y sólo apto para los
“iniciados”, mientras que exotérico -exoterikós- se dice de toda aquella
enseñanza extensible, que no se ve limitada a un determinado grupo de
seguidores o discípulos sino, más bien, que puede ser abiertamente divulgada,
públicamente y sin mayores “secretos”. Los arcanos seguidores del esoterismo
mantenían -y, en ciertos casos, aún mantienen- ritos, técnicas y tradiciones
envueltas en el misterio, pleno de simbologías iniciáticas, incomprensibles
para el resto de los mortales, quienes son considerados por los seguidores de
esas Escuelas como simples “profanos”. La magia, la adivinación (los divinari
mencionados por Vico), la quiromancia, la cartomancia, las predicciones, el
uso de piedras “astrales”, entre otras prácticas, técnicas y -como suele
decirse hoy día- “metodologías” de toda suerte, forman parte de esta milenaria
tradición ocultista, velada con el sacrosanto y tupido manto del misticismo y
el dogma venidos del Oriente.
Claro que antes de
que se consolidara la hegemonía de la teología filosofante -que sin sospecharlo
daría lugar al imperio del entendimiento abstracto que rige campante los
tiempos presentes-, para la cultura filosófica griega, que fue transitando
desde la poiesis oriental hacia la conformación de la episteme
occidental, lo esotérico y lo exotérico fueron adquiriendo un significado muy
distinto. En efecto, desde la era de los iniciados portadores de túnicas
blancas, seguidores de Pitágoras, a los discípulos de Sócrates, Platón y
Aristóteles, los aspectos místico-religiosos fueron cediendo espacio al tipo de
saber impartido, primero en el Ágora, luego en la Academia y, más tarde, en el
Liceo, respectivamente. La plaza pública era del mayor interés para poder comprender
los problemas inherentes a la ciudad. Y estos problemas eran llevados a los
respectivos centros de formación para ser debidamente estudiados y discutidos
en profundidad. Así se producía el saber que, más tarde, retornaba a la plaza
pública, para ser presentado sin las complejidades -o complicaciones- del caso.
Lo esotérico se transformó, pues, en el objeto de estudio investigado, sometido
a discusión y debidamente expuesto intra-muros. Lo exotérico devino, en
cambio, ese mismo saber traducido en formato popular, al alcance de todos. Un
saber extra-muros, es decir, en forma de extensión o divulgación para la
comprensión de la ciudadanía. En el fondo, lo importante era el bienestar del Ethos.
Tales son los
orígenes de los conceptos de investigación, docencia y extensión
universitarias, de los cuales el régimen gansteril que mantiene secuestrada a
Venezuela no tiene, tan siquiera, una
representación, a no ser la intuición empírica. Y no se diga un concepto
ni, mucho menos, una idea, porque las ideas propiamente dichas constituyen la adequatio
de sujeto y objeto. Y es que desde los años '80, las universidades venezolanas,
aferradas a la doctrina neo-positivista -y, con ella, a su hijo bastardo: el
“materialismo dialéctico” o diamat-, asumieron como única “verdad” la
sombra de la racionalidad instrumental, trastocando el saber en “metodología” y
despreciando la formación ontológica, ética y estética por un modelo al que
llamaron pomposamente “cognitivo”: la delicia de las nuevas cohortes de psicología,
sociología, economía, educación, comunicación, entre otras. Mario Bunge se
transformó en el Paulo Coelho de aquellos años. Era “la verdad revelada”, la
transformación del agua en vino, de los contenidos en formas y de las formas en
contenidos. La abstracción suprema llevada al paroxismo. Con ello, la
investigación ya estaba perfectamente graficada, con su “marco teórico”, su
“marco metodológico” y sus “normas APA”, por lo cual, incluso antes de
que comenzara a investigarse, ya se tenía la respuesta para todas las posibles
preguntas. De ahí a la elección de un psicópata como rector no hay más que un
“salto de la cantidad a la cualidad”.
Fue así como la
cosa a estudiar -el objeto de estudio propiamente dicho- ya no resultaba
necesaria, porque el único objeto posible era el “diseño” metodológico mismo.
¡Oh, que maravilla! El sueño del cinismo hecho realidad. Ahora se podía llegar
a escribir un paper, una tesis de licenciatura o un trabajo de ascenso
con tan solo cumplir con “los requisitos”, o sea, con las vacuas formalidades
del caso. De tal modo que se obtenía la respuesta antes de formular las
interrogantes. “P > Q”. El resto, más allá de la
instrumentalización recibida en las aulas, es ganancia para el ignorante
consustancial, para el perfecto idiota. Ese y no otro es el origen del embrión,
del huevo de la serpiente gansteril. El llamado chavismo nunca fue un partido,
una corriente de pensamiento o una ideología en sentido estricto. En última
instancia, siempre fue un modo irresponsable y corrompido de ser, del cual más
de un “manito blanca” puede dar testimonio.
José
Rafael Herrera
@jrherreraucv
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