“Para sacarme a mí mismo de entre las
ruinas, tendría que volar.
Y volé. En ese mundo destrozado ya solo
vivo en el recuerdo, así
como a veces se piensa en algo pasado. Por
eso soy abstracto con
recuerdos”.
Paul Klee, Confesiones
creativas
En días recientes,
en la Autopista “Francisco Fajardo”, el gansterato erigió una
escultura que, según dicen, representa al cacique Guaicaipuro, aunque más bien
pareciera representar una jaula de pájaros que, aun sin vida, intenta lanzar
flechas contra los conductores a diestra y siniestra. En realidad, es una buena
representación del régimen venezolano, por la decadencia y sentido del ridículo que
transmite. Su distinción con el arte es notoria: “Cuanto más terrible se hace
el mundo, como ocurre ahora, tanto más abstracto se hace el arte”. Son palabras
escritas por el genial artista plástico Paul Klee, en sus Schöpferische
Konfession, publicados por primera vez en la Tribuna de Arte y Tiempo,
en la Berlín de 1920. En estas palabras, su autor parece anunciar la
caracterización de una nueva expresión estética, que es, además, resultado
reflejo de la salvaje experiencia dejada a su paso por el mecanicismo de un
concepto de “progreso histórico” malentendido y peor comprendido. Un
“progreso”, por demás, poroso, sustentado en la crueldad dejada por la sangre
que corre como lava hirviente, entre los escombros apilados ante el poder de
fuego, la violencia del “más apto” y el más voraz saqueo. Todo ello en nombre
de la “libertad”, la “justicia”, “la paz” y, por supuesto, la “revolución” del
“pueblo”.
No sin horror,
semejante concepción del “progreso” ha terminado históricamente sometiendo la
humanidad entera a los designios de la voluntad del “hombre fuerte”, de il
gran Capo, del político devenido criminal que, enseñoreado,
decide transmutar el sacerdocio público en culto por lo privado. La sociedad
debe ser, entonces, sometida y convertida, precisamente, en brutales fragmentos,
en “cuadritos” -al decir de Aquiles Nazoa-, en abstracciones al cobijo del
frenesí de las perversiones de la dialéctica de la Ilustración. Como señalara
Klee: “Algo nuevo se anuncia, lo diabólico se mezcla en simultaneidad con lo
celeste, el dualismo no será tratado como tal, sino en su unidad
complementaria. Ya existe la convicción. Lo diabólico ya vuelve a asomarse aquí
y allá, y no es posible reprimirlo. Pues la verdad exige la presencia de todos
los elementos en conjunto”.
Que la inocencia de
un ángel quede perturbada, que se haya visto absorto, paralizado, lleno de
horror y de un sinfín de sensaciones inexplicables ante el tropel de “los
hechos” de la historia, es cosa que la sensibilidad de un pintor como Klee no
podía dejar de orientar al sutil refugio de las abstracciones, porque estas, no
pocas veces, comportan in nuce el compendio del logos de la
suprema concreción que conduce al hegeliano “reino de las sombras”. Y, de
hecho, se trata de un desafío, de un reto a la inteligencia, a la creación especulativa,
a eso a lo que Kant designaba como la Imaginación productiva, nervio central de
toda auténtica praxis filosófica. Desafío que impone la reconstrucción de lo
que los abatidos ojos del Angelus Novus de Klee miran, no sin temor y
temblor. Klee le exige, le impone al pensamiento la tarea de concretar lo que
la sensibilidad propia del arte ya no puede. Y Walter Benjamin asume el reto:
“Hay un cuadro de Paul Klee llamado Angelus Novus. En este cuadro se
representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que mira
fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca abierta y además las
alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el ángel de la historia. Él ha
vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de
datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina
y se las va arrojando a los pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los
muertos y recomponer lo destrozado. Pero, soplando desde el Paraíso, una
tempestad lo empuja incontenible hacia el futuro, al cual vuelve la espalda
mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que
llamamos progreso es justamente esta tempestad”.
Sobre este
fragmento de Benjamin -la novena de sus tesis sobre la Filosofía de
la Historia-, se fundamenta la crítica de la “Ontología del Infierno”, cabe
decir, el reconocimiento y comprensión de la experiencia de la conciencia
ilustrada que llevarán adelante Adorno y Horkheimer en su Teoría Crítica de la
sociedad: en el trayecto que viene desde el abismo y alcanza el presente,
cuenta tanto la reconstrucción de la historia del sujeto, devenido demonio de
sí mismo, como su propia demolición. El fascismo no es un accidente, un hecho
aislado o curioso de la historia, provocado por un grupo de aventureros “cara
pintada” o de vándalos encapuchados, poseídos únicamente por el odio y la sed
de venganza. Es, más bien, la consecuencia determinante y necesaria de una
Ilustración que, guiada por una instrumentalización vaciada de todo contenido
ético -y, en consecuencia, auténticamente político-, ha terminado mostrando el
más genuino rostro de la ratio instrumental: el despotismo totalitario.
Una Plaza ubicada
en la Valencia venezolana, construida en honor a Cristóbal Mendoza, primer
presidente de la república tras la declaración de Independencia, hoy lleva el
nombre de “Plaza Drácula”, para el jocoso beneplácito de una considerable parte
de los habitantes de esa -otrora noble- ciudad, la misma que, hasta no hace
mucho tiempo, aseguraba sentir el orgullo de vivir -nada menos- “donde nació
Venezuela”. Al despojar la vida política de sus fundamentos éticos, solo queda
el cuerpo sin alma, la vacía instrumentalización, la medición de porcentajes y
estadísticas, el balbuceante mecanicismo de la techné, la polea con sus
engranajes y el murmullo de un discurso -o como se insiste en decir hoy, de una
“narrativa”- en la que el sujeto, introductor del sentido, ha quedado sin
sentido. Y solo entonces emerge la barbarie totalitaria, sorprendida por el Angelus
Novus, el ángel contemporáneo de Klee, impecablemente descrito por Benjamin
como “el Ángel de la Historia”, el de la mirada retrospectiva del devenir que
-lo sabe bien- requiere de las ruinas del pasado para poder construir la polis
del futuro.
José
Rafael Herrera
@jrherreraucv
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