“Verum index sui et falsi”
B. Spinoza
Nadie,
dice Hegel, puede saltar por encima de su tiempo, prescindir de las
determinaciones que impone su propia época. A menos que se quiera construir un
mundo ficticio, un “mero opinar, un elemento inconsistente que permite imaginar
lo que se quiera”. Castillos minuciosamente construidos sobre nubes, los
llamaría Maquiavelo. En realidad, los mundos como deben ser conforman
una imagen especular, invertida, de lo que es. Y, más allá de la lógica de las
identidades abstractas, guste o no, lo que es es la razón, incluyendo en
ella el siempre farragoso barruntar de los “opinólogos” de oficio. Porque, si
bien es cierto que lo que no es -los mundos de ensueño- ofrece una
realidad inexistente, sublime y perfecta, no menos cierto es que en su interior
se perfilan las costuras, los defectos, de lo que sí es, de modo que si
bien puede parecer una solución ideal -o más bien, un sucedáneo
evasivo-, termina traicionándose a sí misma, toda vez que se transforman en una
prueba viviente, en una denuncia, de los desgarramientos sufridos por del ser.
Lo indefectible termina, cual tiro por mampuesto, denunciando lo defectible y,
consecuentemente, negéndose a sí mismo. “Aunque ésta sea locura -afirma Polonio
en Hamlet-, hay en ella cierta razón.. Aciertos que puede tener la locura,
que no logran ni la razón ni la cordura”.
Desde
principio de los años noventa del siglo pasado, se entiende por Posverdad
la deliberada deformación, distorsión y descontextualización de la realidad, en
la cual predominan más las emociones creíbles -las “pasiones tristes”, al decir
de Spinoza- que la realidad efectiva de las cosas. Lo que comporta el
premeditado propósito de manipular, influir y moldear el modo de percepción de
la vida de las grandes mayorías, poniendo a la disposición de semejante empresa
el poderoso arsenal de los medios masivos de comunicación e información y, muy
especialmente, las influyentes redes sociales, al punto de torcer e invertir al
extremo hasta las verdades más evidentes. Un ejemplo de los efectos perversos
de la llamada posverdad sobre la opinión pública ha sido recientemente llevado
al cine por Adam McKay, en el film “No mires hacia arriba” (Don't
Look Up). Como ha indicado Wolfgang Gil, en una de sus más recientes
entregas, el film muestra cómo “la posverdad es utilizada, por igual, por
políticos, grandes medios de comunicación y la élite capitalista. Si bien las
élites tienen intereses que proteger, por otro lado, vemos a la población no
sólo manipulada sino también dispuesta a dejarse seducir por los cantos de la
sirena”, lo que queda demostrado “cuando los seguidores de la presidente
Orlean, una evidente caricatura de Trump, están dispuestos a colocarse las
gorras rojas con el mensaje negacionista No miren hacia arriba”, como si
por dejar de mirar las estrellas la inminente colisión del hiperobjeto,
que se dirige a toda velocidad contra la Tierra, se desvanecerá por completo,
como por arte de magia. “No hay que perder la esperanza”, diría algún dirigente
político de la “oposición” venezolana, calzando sus viejos zapatos ye-ye de
“la victoria”.
Fue
el dramaturgo Steve Tesich quien, en 1992, a propósito de la guerra del Golfo
Pérsico, calificara por vez primera este fenómeno social bajo el término de Post-truth,
un término que, en otros tiempos, recibió los nombres de imaginación, falsa
conciencia o ideología: “Lamento que nosotros como pueblo libre, hayamos
decidido libremente vivir en un mundo en donde reina la posverdad”. Y de allí a
la posdemocracia solo se puede hablar en términos de cálculo y racionalidad
técnica aplicada. En este caso, se trata de un modelo de hacer política en el
que todo vale, reñido con las ideas y valores inherentes a la democracia y, más
bien, cercanos al neo-totalitarismo, cuya característica esencial consiste en
el deslizamiento de Ethos político hacia la gavilla gansteril,
cabe decir, hacia el empoderamiento de un grupo de delincuentes que, lejos de
perseguir el bienestar social, secuestran el poder con el propósito de
transformar el Estado en la mayor fuente de ingresos del gang. Así, por
ejemplo, en los regímenes posdemocráticos, las elecciones para designar cargos
públicos se convierten en un espectáculo mediático, gestionado por “expertos”
en el chantaje de la población y en la manipulación de los mecanismos
electorales, los cuales terminan atribuyendo “el triunfo” a la corporación
gansteril y a sus aliados de turno. Por todo lo cual, no sería exacto decir que
es exclusivo de la política conservatista, de derechas, o de las grandes
corporaciones capitalistas.
Todo
mundo sabe que mucho tiempo antes de las sanciones económicas impuestas por los
Estados Unidos al gansterato que mantiene secuestrada a Venezuela, la economía
del país había sido destruida y sus otrora cuantiosas arcas saqueadas. No
obstante, bajo el cobijo de la posverdad, los estribillos expiatorios de la
“guerra económica” ganan adeptos día a día, mientras el gang diversifica
sus ganancias vendiendo a pedazos el territorio nacional, ocultando el
incremento de sus jugosos negocios con la fachada del “milágro” de la
“recuperación económica”. Que la verdad sea la “norma de sí misma y de lo
falso”, como dice Spinoza, impone la tarea de sacudir con fuerza la cadena
recubierta de flores, para que sus eslabones queden al descubierto, a plena luz
del sol. Si algo tiene de verdadero la posverdad es que, a partir de ella,
conviene actuar sine ira et studio, con el firme propósito de ubicar la
tierra de donde se nutren sus raíces para desenterrarlas. Ella, lejos de ser un
simple ocultamiento de la realidad de verdad, es el movimiento real que
anima la puesta en práctica de la inteligencia política.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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