En el conocido
Prólogo a la Contribución para la crítica de la economía política, Karl
Marx sostiene que “el modo de producción de la vida material determina el
proceso de la vida social, política y espiritual en general”. Lo que se es se
identifica con lo que se hace y con el modo como se hace. Ser es hacer. La vida
es un hacer continuo y las formas como los hombres conciben su modo de vida
depende de lo que ellos mismos sean capaces de hacer. Una frase compendia sus
conclusiones: “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino,
por el contrario, es el ser social lo que determina su conciencia”. Esa es la
razón por la cual el ser sin más, en su simplicidad, el ser a secas, no es, porque todo ser es en cuanto que es
social, en cuanto que es hacer, es decir, en cuanto que es histórico, político.
Verum et factum convertuntur reciprocatur, al decir de Vico.
“Todo es político”,
advertía Gramsci en sus Quaderni, incluso lo es el no ser político,
el concebir-se (o creer-se) a sí mismo
en la no-politicidad o en la anti-politicidad. Ya lo había advertido el
mismísimo Shakespeare, al referirse a aquellos artistas que, no sin cierta
vanidad, creían poder mantenerse ajenos al quehacer político de su tiempo,
presos -como diría Sir Francis Bacon, autor del Novum Organum- de los “idola
theatri”: “todo arte que pretenda ser auténtico tiene que ser la necesaria
expresión de lo político”. En suma, el ser social, históricamente considerado,
por razones inherentes a su propio devenir, a su naturaleza histórica, no puede
prescindir de esa su condición sustancial: la de ser zoon politikón,
un “animal político”. El resto es imaginatio: son “el cazador o el
pescador solos y aislados”, que “pertenecen a las imaginaciones desprovistas de
fantasía que produjeron las robinsonadas diesiochescas” y su malentendido
'retorno a la vida natural'. “Nadie -cita Hemingway a John Donne- es una isla,
completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la
tierra”. Y todavía más: “la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque
estoy ligado a la humanidad; nunca hagas preguntar por quién doblan las
campanas: doblan por ti”.
Más interesante
todavía pareciera ser el camino del recorrido inverso, cabe decir, el camino de
aquel que, al mejor estilo positivista o nihilista -da lo mismo-, convencido
del preponderante y superior papel de la política en y para la vida de los
hombres, y presuponiendo, como todo auténtico “especialista”, que la política sólo
puede ser el producto de la exclusiva labor de la techné, propia de la
dirigencia partidista, considera que quien tenga el atrevimiento de opinar
sobre una determinada situación política sin ser “político” es, para decir lo
menos, un estulto, un ignorante, un perturbador del 'orden natural de las
cosas' y que debería, por el bien general, guardar las distancias, o más
específicamente, mantenerse alejado de este tan especial y supremo oficio.
Sorprende
sobremanera cómo el muy diligente detractor de la 'anti-política' acostumbre
mostrar hasta “las costuras” los graves inconvenientes que, a lo largo de estos
años, ha venido causando la intromisión de esta suerte de “irresponsables” que,
'sin conocer las hierbas', se consideran en plena capacidad de hacer los más
osados “hechizos” de toda posible tonalidad, como si fuesen auténticos expertos
en las 'esotéricas' artes de la Politeia. El profesor Albus Dumbledore,
maestro de “el elegido” Harry Potter, se quedaría pasmado ante semejante
atrevimiento. En síntesis, y según la opinión de estos expertos, son ellos, los
'anti-políticos', esos irresponsables detractores del oficio político, los
genuinos culpables de que, hasta la fecha, la “oposición” al régimen gansteril
no haya podido concretar el triunfo en sus intentos por instaurar un régimen de
libertades, democrático, justo y próspero en Venezuela.
Tal vez, en estos
argumentos haya algo -o incluso mucho- de razón. “Zapatero a su zapato”, como
dice el refrán. Nadie podría cuestionar el hecho de que, así como para
dedicarse a la medicina o a la ingeniería es menester aprender al detalle las
técnicas propias del oficio, de igual modo quien se dedica exclusivamente al
conocimiento de la praxis política debe ser el más indicado para ejercer la
difícil tarea de confrontar el gansterismo, esa fase superior del
totalitarismo, revestido de una extravagante ideología de neo-izquierda y
experto, por demás, en la manipulación de los más cándidos sentimientos de las
clases desposeídas. Son ellos, en consecuencia, los llamados a diseñar la carta
de navegación que haga posible el reencuentro del país consigo mismo. Pero,
precisamente por ello, no se comprende bien cómo es que pudo surgir la
anti-política, no solamente la que hizo posible la llegada del lumpen al poder,
sino también la que ha venido generando esa inconveniente e irracional
'perturbación' a lo interno de la llamada “oposición”.
Pareciera
necesario, pues, hacer algunas consideraciones que contribuyan a la comprensión
del cómo y por qué pudo haber irrumpido en la escena pública la anti-política,
cuál es su origen y cuál es la razón de su caprichosa y extravagante presencia,
tomando en cuenta el hecho de que antes del secuestro perpetrado por el cartel,
se supone, los políticos venían ejerciendo sus funciones, y que durante el
presente no pocos han sido los intentos de construcción de un gran movimiento
político de unificación de las más diversas tendencias y militancias
partidistas, verdaderos 'mosaicos' -o piezas de un rompecabeza- con los cuales
se pretende generar el 'efectivo' movimiento de cambio que requiere el país. Es
como si en un hospital en el que sobraran médicos de las más variadas
especialidades se incrementaran irrefrenablemente las patologías. Cosa extraña,
que debería llamar la atención de las autoridades del hospital en cuestión.
En otros términos:
¿será que la anti-política surgió de la nada? Pero, por una vez: ¿no fue
Aristóteles quien afirmó que de la nada no surge más que la nada? O, para
decirlo en clave estrictamente ontológica: ¿no será la anti-política la hija
legítima del tradicional modelo de hacer política? Da la impresión de que la
posición asumida por los “especialistas” en política es tan anti-política como
la de sus detractores. De hecho, la anti-política bien puede ser definida como
la inversión reflexiva -abstracta- de la política, su contra-cara. Y quizá eso
explique, en parte, los saltos de “talanquera”, la “fuga” de los “alacranes” o
la deserción de los pobres de Espíritu. Y es que los políticos de oficio, al
negarse a reconocer la cada vez mayor -y más preocupante- consistencia de la
anti-política, terminan asumiendo la misma función que ejercen los
anti-políticos en su contra. De suerte tal que el uno queda sorprendido como el
claroscuro del otro. Cada uno se devela como “el otro del otro”, en el que el
uno y el otro devienen idénticos. Sin reconocimiento no hay conocimiento, decía
Hegel. Para que el país se reconozca, se requiere, en primer lugar, que la
llamada “oposición” se reconozca a sí misma, que deje de lado los prejuicios, los
viejos hábitos, y construya una novedosa red hegemónica que ponga fin al
secuestro hamponil. Para ser una auténtica oposición es indispensable
comprenderse como lo distinto de la criminalidad. Sin ideas 'claras y
distintas' no hay ni técnicas ni especializaciones que valgan de mucho, ni
políticos ni anti-políticos que resuelvan el grave escollo en el que se
encuentra inmerso lo que va quedando de país. La construcción de un nuevo modo
de ser y pensar (que es un nuevo modo de hacer) es la verdadera prioridad. La
formación cultural -esa que trasciende los límites de la política en minúscula-
pareciera ser, de hecho, la tarea primordial.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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