Del
populismo
Nadie puede negar
los estrechos vínculos que, con el paso de los días, se han ido urdiendo entre
la praxis política propiamente dicha y las ideologías de estricto corte
populista, por lo menos no durante lo que va de este sombrío y decadente siglo
XXI. Y es que pareciera que cada nueva centuria -corso e ricorso- se
estrena con esta exigencia devenida fervor, con este exasperado grido del
popolo, iluminado por la mayor de las esperanzas y oscurecido por la mayor
de las frustraciones. No obstante, es verdad que, en la extensión de esta mala
infinitud, existen populismos y populismos, como también existen diversos
modelos de socialismo y, por supuesto, de liberalismo. No se puede hacer un
saco de gatos en medio de la floreciente posverdad acechante, a pesar de las
quejas interpuestas por los siempre entusiastas reductores del saber social a
la floreciente instrumentología del presente. De ahí que el populismo al que
apunta la vulgata sociológica suela ser vinculado exclusivamente con el
llamado narodnismo ruso del siglo XIX -término que, por cierto, deriva de la
expresión narodnichestvo, y cuya traducción literal al español significa
“ir hacia el pueblo”. Pero no por ello resulta menos cierto el hecho de que del
populismo pueda hablarse, histórica y culturalmente, desde el surgimiento mismo
de la Polis griega y, más específicamente, desde las primeras formas de
aparición de la demagogia. Como afirmaba una vieja publicidad de la línea aérea
Pan-Am -que Hegel no tendría inconvenientes en refrendar- “la
experiencia -en este caso, de la conciencia- hace la diferencia”.
Claro que, así como
no es lo mismo hablar del desempeño del dinero en la antigüedad clásica en
comparación con el peso específico que éste mantiene en la actual sociedad del
capital financiero, no se puede confundir el populismo de los tiempos de Cleón,
Alcibíades o Cleofonte con el de los tiempos de Trump, Putin o Chávez, del que,
por cierto, Maduro es, apenas, una caricatura grotesca, pintarrajeada por las
manos del poder gansteril. De ahí la crucial atención que merece el
discernimiento de los caracteres fundamentales del fenómeno en y para el
presente. Tarde o temprano, la “astucia de la razón” impacta la cotidianidad.
Así, quince años después de iniciarse el día a día del nuevo siglo, José Luis
Villacañas, lúcido y distinguido filósofo español, publicó un breve ensayo que
lleva por título Populismo (Madrid, La Huerta Grande). Su contribución a
la comprensión de este problema -una vez más, de esta experiencia de la
conciencia contemporánea- que ha estremecido con tanta severidad el hacer, el
pensar y el decir del presente, resulta de factura esencial, a los efectos de
sorprender los posibles intersticios que han terminado poniendo severamente en
peligro los fundamentos mismos sobre los cuales ha surgido la cultura
occidental, su bella eticidad ciudadana, su institucionalidad y,
particularmente, la actualidad de su idea republicana, en sentido enfático.
“Atravesamos una
época de riesgo sistemático. De cualquier sitio puede emerger la situación que
inicie una cristalización peligrosa y dé paso a nuevos posicionamientos de
todos los actores. No es azar que los fenómenos de espionaje se hayan tornado
universales e intensos. Este hecho testimonia un movimiento histórico de fondo,
cuya configuración final está lejos de presentarse a la vista”. Época de
juicios confusos, de aliados esquivos, de intereses múltiples, de juegos
ambiguos: “unos actores se muestran deshinibidos y sin escrúpulos, como Rusia,
otros, como Alemania, se atienen a fijaciones fetichistas cuya nítida función
de producción de seguridad apenas se puede ocultar”. Son, sin duda, palabras
importantes escritas por Villacañas. Palabras de extraordinaria vigencia que
remiten a la toma de conciencia de una sociedad que ha sido empujada por la
razón instrumental y el pensamiento débil hacia la mayor oscuridad, cuyos
puntos de inflexión escisiva conforman el epitafio de la estricta rigidez del
cesarismo, por un lado, o de la inescrupulosa promesa de la flexibilización
paternal, por el otro. Extremismos que, en última instancia, terminan
apuntalando el mismo resultado, el mismo retorno de la barbarie, aunque no
pocas veces con factores invertidos. En el fondo, se sirve a la causa de la
sociedad orwelliana, sea ésta la del desaliño y vulgarización lumpemproletaria
o la de la estricta regulación que finge garantizar la libertad mientras la
condena a la cotidianidad de una enorme, apabullante, cadena de montaje.
“El populismo es la
teoría política que siempre ha sabido que la razón es un bien escaso e
improbable”, porque en la época de la política de masas, “la razón es la última
de las potencias masivas capaces de responder a la crisis”. Por eso el
populismo tiene la necesidad de poner en duda que los fundamentos de la
sociedad tengan una base racional. “Lo que en tiempos de estabilidad parecía
una exageración, incluso una patología, ahora se torna normalidad. El populismo
se levanta sobre esta operación de borrado entre lo normal y lo patológico..
Pero su mirada, bastante penetrante, comprende que en la base de las sociedades
hay siempre una falta de suelo, esa falta de fundamento que muestra la
filosofía de Heidegger, y que cuando esta sensación de operar en el vacío
emerge, sale a la luz un exceso peligroso”. Sólo basta que la crisis alcance
cierta densidad para inundar todo con su saña y asaltar los espacios
trabajosamente conquistados por la razón.
La política del
populismo consiste en convencer a las sociedades de que no existe otra política
que la populista. Sólo es cuestión de tiempo. Su ritmo patológico contagia, al
punto de que su exigencia convoca a la indeterminación guiada por una pasión
exacerbada que conduce, directamente, a la perversión de la nada devenida -via
negationis- todo, transmutada en dependencia totalitaria. El totalitarismo
es, de hecho, su meta. Quizá como nunca antes la filosofía se ha vuelto
imprescindible, a los efectos de propiciar salidas concretas ante esta
atmósfera asfixiante. Y quizá la inminente propuesta de la fundación de una
nueva Ilustración contenga, aquí y ahora, mucho más que una imperiosa
necesidad.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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