La expresión conatus
es de origen latino, aunque tanto los seguidores de Aristóteles como los
estoicos utilizaran la palabra όρμήν (órmen), con la cual caracterizaban
el impulso instintivo de conservación de todas las especies. Su traducción al
español va desde el originario “esfuerzo”, hasta el “apetito”, el “deseo” y la
“voluntad” (del latín, respectivamente, appetit, velle, vult).
Aristóteles, Diógenes Laercio y Cicerón coinciden en afirmar que el conatus consiste
en el rechazo a la propia destrucción: los seres humanos -afirmaban- no desean
hacer algo porque piensen que es bueno, sino que piensan que es bueno porque
desean hacerlo. La inclinación instintiva de todo ser consiste en el deseo de
autopreservarse, siendo ese su mayor deseo. León Hebreo -uno de los referentes
esenciales para la adecuada comprensión de los orígenes del pensamiento de
Spinoza- decía que se trataba del movimiento natural “hacia arriba y hacia
abajo” de un ser equilibrado en posición intermedia, en busca del “amor
natural”.
Para Descartes, y a
diferencia del sentido antropomórfico que mantuvo el término -como expresión de
esfuerzo y lucha ético-política- durante toda la filosofía antigua, el conatus
consiste, más bien, en “una fuerza o tendencia activa de los cuerpos a
moverse, expresando el poder de Dios”. Con lo cual, además, su interés por el conatus
se concentra no tanto en los seres vivos como en el interés por el
entendimiento de las leyes físico-matemáticas que controlan el sistema de la
razón natural. No debe olvidarse que Descartes es el filósofo de las
distinciones -clarité et distinction-, por lo que, para él, nada tiene
que ver, por ejemplo, la gravedad -conatus a centro- o la fuerza
centrífuga -conatus recedendi- con una disposición inmanente o con un
deseo animado, implícito en la materia, de querer preservar su movimiento. De
hecho, su conatus se movendi no es más que una anticipación del
principio galileano de la inercia: “todas las cosas -dice- en tanto que
descansan, siempre conservan el mismo estado, y cuando son movidas, siempre
continúan moviéndose”.
Pero si Descartes
es pensador de la distinción, Spinoza lo es de la unidad que comprende las
distinciones. Comprender quiere decir superar: “Ordo et conectio idearum
idem est ac ordo et conectio rerum”. El particular conatus de los
cuerpos es el appetitus de lo general que le es inmanente a la virtus
que conforma la libre voluntad de los hombres: “Este conatus, cuando se
refiere solo al alma, se llama voluntad; en cambio, cuando se refiere a la vez
al alma y al cuerpo, se llama apetito. Éste no es, pues, otra cosa que la misma
esencia del hombre, de cuya naturaleza se sigue necesariamente aquello que
contribuye a su conservación y que el hombre está, por tanto, determinado a
realizar”. Sujeto y Objeto. El esfuerzo por preservar el ser implica la
correlativa adecuación de extensión y pensamiento. El mito del materialismo
crudo spinoziano, de su supuesto afán por exaltar el dominio absoluto de la
naturaleza sobre la humanidad -negando el ethos civil, la constitución
de una sociedad de libertades-, no sólo es un mito sustentado en una lectura
triste -unidimensional- de su obra, es, además, una aberración. “No se puede
acusar de ateísmo a una filosofía que tiene a Dios como fundamento”, advierte
Hegel al referirse al prejuicioso unilateralismo de quienes se aproximan a
Spinoza asistidos, desde la “Nueva Izquierda”, por la lógica de la identidad.
“Nada se puede
destruir excepto mediante una causa externa”. Es la resistencia spinoziana
frente a la autodestrucción, el feliz esfuerzo por preservar la propia
existencia y aumentar su poder. La conquista de la libertad es el resultado de
esta pulsación continua, de este “impulso perpetuo hacia la perfección”. De
hecho, para Spinoza, la felicidad consiste, primeramente, en la capacidad de
preservarse a sí mismo, y en esa preservación encuentra los fundamentos del
reconocimiento de la propia virtud. Por eso mismo, la libertad es conciencia de
la necesidad. En este sentido, Vico tiene razón al afirmar -siguiendo a
Spinoza- que el conatus es la fuerza generadora del movimiento in
fieri de la historia, la esencia misma de la sociedad.
Por oposición, una
sociedad que ha perdido su alma es una sociedad que ha entregado su conatus y
se prepara para su propia destrucción. Las crisis orgánicas de los pueblos
ponen de relieve la presencia del desgarramiento entre el individuo y la
sociedad, entre lo que se piensa y lo que se hace, entre lo público y lo
privado, entre las virtudes de la razón y los afectos pasivos de la
imaginación. Todo apunta hacia la pérdida colectiva del conatus y, con
él, de la fuerza motora que alimenta la libertad. Es evidente que cuando se
concentra toda la atención en la resolución de las necesidades básicas
(alimentarse, reproducirse, guarnecerse), cuando la sociedad entera queda
sometida a las precariedades del subsistir y se concentra la atención en la
adquisición de los recursos mínimos, suficientes para poder saldar los
servicios básicos que garanticen alguna seguridad, la moral de la impotencia se
hace manifiesta y las actuales figuras de la esclavitud se transforman en
señorío. La pérdida del conatus es la garantía del despotismo, la tumba
de la libertad y de la felicidad y, con ellas, del “amor intelectual de Dios”.
La afirmación de Einstein: “Creo en el Dios de Spinoza, quien se revela a sí
mismo en las armoniosas leyes del universo, no en un Dios que se ocupa del
destino y el castigo de la humanidad”. Una clase política que no comprenda la
necesidad de esta función esencial del conatus para vencer la pobreza
espiritual, para generar el apetito de la libertad mediante la formación de una
nueva cultura, de un nuevo “bloque histórico”, de un nuevo consenso hegemónico,
con instituciones sólidas y eficientes, está condenada al fracaso, y, lo que
quizá sea aún más doloroso, asegurará la ruina y la infelicidad de sus
conciudadanos, porque garantizará la muerte de las ideas republicanas y de la
república misma.
José Rafael Herrera
@jrherreraucv
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