“.. Para uno de esos gnósticos, el visible universo
era una ilusión
o un sofisma.
Los espejos y la paternidad son abominables porque
lo multiplican y lo divulgan”.
Jorge Luis Borges, Ficciones
Por eso mismo, es el elemento vital de
toda filosofía, la materia prima de la cual se nutre, toda vez que su labor es
comprenderla y superarla. Quizá para sorpresa del mundo, la oscuridad -de la
que el entendimiento es inversión especular- ha ido ganando cada vez mayor
terreno en los últimos tiempos. No es ninguna novedad. Cuenta de ello han dado,
en su momento y a su modo, J. K. Rowlling o George Lucas, por ejemplo. Las
'fuerzas oscuras', inspiradas por el abominable y repugnante espectro de Lord
Voldemort, alzan un amenazante giro hacia el fascismo de los nuevos tiempos. En
el caso de Darth Sidious, maestro de “el lado oscuro” y futuro emperador de la
galaxia, quien debe llevar, bajo la apariencia de senador republicano, una
doble vida mientras concentra las fuerzas que acabarán destruyendo las entrañas
mismas de la República. A la luz de semejantes representaciones, conviene
pensar, por una vez, en la posibilidad de que el origen de la post-factualidad
sea la propia factualidad devenida ideología o posverdad. La modificación
de los hechos depende de la modificación de sus modelos de interpretación. Verum
et factum convertuntur, como dice Vico. El no reconocimiento, la no
compenetración de lo uno y de lo otro, el esfuerzo por presentar al
entendimiento abstracto como la “Razón Pura”, o la 'racionalidad fáctica', ha
producido los tumores del presente, tumores que se expresan cual “reliquias de
la muerte” -piense el lector en “el fin de la historia” o en “la muerte de las
ideologías”-, y que han ido despertando los cadáveres que hoy conforman la
llamada post-factualidad. La vida del espíritu, como la llama Hegel, no
es la vida que se asusta ante la muerte, sino la que sabe afrontarla y
mantenerse en ella: “El espíritu sólo conquista su verdad cuando es capaz de
encontrarse a sí mismo en el absoluto desgarramiento”.
Cuando se subestima al adversario, con ello se está admitiendo,
dialécticamente, que éste ha devenido superior y que mantiene a su opuesto
subyugado. Hoy casi nadie recuerda los vítores y la palabrería de El Caballero
de los Espejos, ufanándose del hidalgo Quijote. Y pensar que todo
comenzó en el momento en el cual el galáctico Palpatine bautizó a lo que en
algún momento -no sin cierta dignidad- recibiera el nombre de oposición, como
“los escuálidos”, nombre que fue aceptado inmediatamente, con el mayor
entusiasmo y orgullo. Pues bien: esa aceptación signó el destino de lo que hoy
es esa porosa, viscosa y, sobre todo, raquítica cosa a la que aún, no
sin atrevimiento, suele atribuírsele el
nombre de “oposición democrática”. Son las vueltas, las “colitas” que se pueden
emprender sobre la circularidad de los círculos. La palabra puede llegar a
contener mayor realidad efectiva que la percepción sensorial y sus
“impresiones” sobre la cera. En algún momento se tendrá que comprender que las
bellotas han servido por siglos como alimento de los puercos.
En la historia
contemporánea de Venezuela, uno de los partidos políticos más atractivos,
innovadores y de mayor capacidad creadora, en el sentido estético, fue el
Movimiento Al Socialismo (MAS), fundado por Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff,
Freddy Muñoz y un grupo de auténticos “intelectuales orgánicos”, como los
definiría Gramsci. Ese partido fracasó -la llama que radiantemente exhibía se
fue apagando poco a poco, como un cabo de vela que se consume ante las brisas
del tiempo- porque abandonó su propio
proyecto para asumir “la vida loca” que ofrece cierto pragmatismo mal
entendido, en su anhelo de obtener el poder por el poder, sin ton ni son. Con
el segundo gobierno de Caldera declaraban: “somos parte del poder”. Finalmente,
se pasaron al “lado oscuro” y declararon su apoyo a Palpatine. Una vergüenza
que terminó con la renuncia de sus líderes fundadores, como si un padre
renunciara a un hijo que ha levantado con esfuerzo. Al final, fueron humillados
y aplastados por las botas de Darth Sidius. Su consigna central de siempre
-“¡Sí podemos!”-, una muestra abierta de praxis política en sentido enfático,
del perseverante esfuerzo de la voluntad por vencer las adversidades que le
impone a los hombres la fortuna -que nadie olvide que Pompeyo Márquez fue un
apasionado lector del Renacimiento italiano-, ha sido “ligeramente modificado”,
en estos tiempos de desgarramiento y consecuente empeño en la pragmásis
acomodaticia: “¡Tenemos que hablar!”. Sin empacho, Machiavelli exclamaría: “Aimè!”.
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