La mente humana es un laberinto de ideas, conceptos y saberes
que abren constantes caminos a la aceptación de realidades, que sin más se
convierten en axiomas, o en su defecto, en la duda mismas; siendo esta una
acción llevada a cabo de manera caprichosa, o argumentativa, dependiendo de
cómo este el firmamento de la psique, detallando paso a paso lo que debería ser
la revelación de las pruebas que den como resultado una verdad, que sin
importar el escenario donde esta se presente siempre salga airosa; dejando así,
desvelada la posición de irreverencia de quien tuvo la osadía de cavilar.
Pues, a partir de nuestro primer soplo de vida, ya
nuestra mente es colmada por “verdades”
proveniente de las tradiciones, sean familiares, religiosas o sociales, donde en
su mayoría son fundamentadas a través de la falacia de apelación a la
autoridad, debido que, se afirma que estas son verdades irrefutables por el
solo hecho de ser emitidas por tal o cual personalidad; dejando un espacio a la
sombra y casi escondida para la opción, el discernir y la crítica.
Rene Descartes, quien no escapó de este bombardeo y
además vivió la dureza de aquella época donde el solo hecho de poner en la
palestra una idea contraria a la aceptada por las autoridades era prueba
incuestionable para ser hallado culpable, y por lo tanto, ser sepultado en las
catacumbas del olvido oficial, al mismo tiempo llevar esa letra de color
escarlata de hereje en la solapa. Sin embargo, y a pesar de los vientos
adversos que pudieran estar acariciando la polis
donde Descartes transitaba, tomó la decisión libre de abrazar la soledad y
murmullo del silencio, para así, escuchar lo que su mente gritaba, pero que por
los momentos nadie más debiese escuchar.
“He
advertido hace ya algún tiempo que, desde mi más temprana edad, había admitido
como verdades muchas opiniones falsas, y que lo edificado después sobre
cimientos tan poco sólidos tenía que ser por fuerza muy dudoso e incierto; de
suerte que me era preciso emprender seriamente, una vez en la vida, la tarea de
deshacerme de todas las opiniones a las que hasta entonces había dado crédito y
empezar todo de nuevo desde los fundamentos, si quería establecer algo firme y
constante en las ciencias.” (Meditaciones
Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 17).
Descartes inicia así sus meditaciones, da
el primer paso fuera del umbral de lo aceptado solo por usanza, comenzando, un
viaje sin retorno, y teniendo como estandarte la frase “De las cosas que pueden ponerse en duda”; inaugurando la filosofía
moderna en occidente.
“Así pues,
ahora que mi espíritu está libre de todo cuidado, habiéndome procurado reposo
seguro en una apacible soledad, me aplicaré seriamente y con libertad a
destruir en general todas mis antiguas opiniones”
(Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977.
Pág. 17).
Se nota claramente que es ya un hombre
moderno, está solo y actúa con total libertad, es decir, esto lo hace porque
quiere y no está sometido a las doctrinas escolásticas; desvelándose la
importancia de la voluntad de querer hacer libremente, lo cual, será una
característica de la filosofía que este grandioso pensador tendrá en el devenir
de sus días.
Después de las dos aclaraciones trazadas,
comienza propiamente el planteamiento de la duda metódica, ante la necesidad de
una primera evidencia, y el poder alcanzar una verdad de que no se pueda de
ninguna manera dudar, recurre pues, a situar todo a través de la duda.
Entonces, se formula una cuestión, ¿de dónde procede todo nuestro conocimiento?
¡De los sentidos!, por tanto duda que el conocimiento que estos nos
proporcionan sea totalmente cierto, desarrollando un juego de duda y contra-duda,
comparando lo que captamos por los sentidos con las alucinaciones de los
llamados “locos” y, con las imágenes
que nos proyectamos en sueños; destacando lo siguiente: “pero, aun dado que los sentidos nos engañan a veces, tocante a cosas
mal perceptibles o muy remotas, acaso hallemos otras muchas, de las que no
podamos razonablemente dudar, aunque las conozcamos por su medio; como, por
ejemplo, que estoy aquí, sentado junto al fuego, con una bata puesta y este
papel en mis manos, o cosas por el estilo. Y ¿cómo negar que estas manos y este
cuerpo sean míos, si no es poniéndome a la altura de esos insensatos, cuyo
cerebro está tan turbio y ofuscado por los negros vapores de la bilis, que
aseguran constantemente ser reyes, siendo muy pobres, ir vestidos de oro y
púrpura, estando desnudos, o que se imaginan ser cacharros, o tener el cuerpo
de vidrio? Más los tales son locos, y yo no lo sería menos si me rigiera por su
ejemplo”. (Meditaciones Metafísicas con
objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 18).
Descartes,
se encuentra seguro a esta altura de la meditación que aquello compuesto, es decir, los sentidos no son
de fiar, ya que, nos pueden tener sumergidos en un engaño infinito, quedando a
merced de la vulnerabilidad de estos, fáciles de manipular por factores
externos al individuo, o en algunos casos, víctimas de galimatías de su propia
existencia. Pero, entonces, de que no duda Rene, y la respuesta es de las cosas
simples y universales, como las matemáticas, quedando en evidencia, en el hecho
de que este construye su método basándose en ellas, asegurando que “pues, duerma yo o esté despierto, dos más
tres serán siempre cinco, y el cuadrado no tendrá más de cuatro lados; no
pareciendo posible que verdades tan patentes puedan ser sospechosas de falsedad
o incertidumbre alguna”. (Meditaciones
Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 19). Esto debido que, sin importar donde la persona se encontré,
como se encuentre y cuando se encuentre, estas a través de su simplicidad serán
siempre fiables, indubitables; pues, aunque los sentidos nos lleve a un mundo
de cielos purpuras, aguas gobernadas por tritones y montañas de azúcar, las
partes de un cuadrado serán cuatro y las sumas jamás restaran.
Ahora bien, ¿son las matemáticas una
ciencia irrebatible en su fiabilidad? Es una interrogante que para Descartes
era incuestionable, pero aun así, debía indagar la existía de alguna grieta aunque
pequeña que fuera, que pudiera permear la luz del engaño sobre estas, a pesar
de la certeza que ya habitaba en él. Para esto, Rene debió recurrir a Dios,
pues solo Dios todopoderoso podría ser responsable que las matemáticas no
fueran axiomáticas, yaciendo allí una contradicción “pues se dice de Él que es la suprema bondad…” (Meditaciones
Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 20); dando lugar, a un nuevo desafío para la argumentación hasta
ese momento esbozada por Descartes, debido que, ¿cómo un Dios de caridad
pudiera apelar a tretas y engaños?
Para Descartes, “si el crearme de tal modo que yo siempre me engañase repugnaría a su
bondad, también parecería del todo contrario a esa bondad el que permita que me
engañe alguna vez, y esto último lo ha permitido sin duda.” Haciendo algo
impensado para ese tiempo, que es titubear sobre la bondad de Dios, y asegurar
en cierta forma que Él mueve los hilos de las circunstancias para tergiversar
la realidad conocida por el hombre, echando por tierra fundamentos escolásticos
defendidos por siglos.
Pero este, ¿sigue fundamentando la
tesis de la contradicción de la bondad de Dios? No, puesto que, establece la hipótesis del genio maligno, al decir “así pues, supondré que hay, no un verdadero
Dios – que es fuente suprema de verdad, - sino cierto genio maligno, no menos
artero y engañador que poderoso, el cual ha usado de toda su industria para
engañarme” (Meditaciones Metafísicas con
objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 21). Dejándonos hasta este momento un sabor de boca agridulce,
porque ha duda de todo, incluso de las matemáticas, siendo esta hipótesis, el
último recurso para convencernos de tal idea, pero que al final, es un mero
recurso, pues ¿Por qué puede haber un genio
maligno que pese a la omnipotencia de
Dios tenga el poder de persuadir que 2 más 3 no son 5, siendo mentira?, la
respuesta es No. Evidenciándose que no duda de todo, porque si las matemáticas
no son verdaderas las ciencias serian imposible, llegando a ridiculizar la
posibilidad de la existencia de un modelo matemático que funcione, y al mismo
tiempo sea falso, de allí la creación de la figura risible que puede ser el genio maligno. Pero, entonces ¿Qué nos
plantea como filósofo? ¿Para qué todo este juego de contradicciones?, Descartes
formula este planteamiento para hacer la primera crítica del problema del
conocimiento.
La segunda meditación comienza con un
Descartes sumido en la duda, cuando por fin llega la primera evidencia que
tanto andaba buscando, “pues no: si yo
estoy persuadido de algo o meramente si pienso algo, es porque yo soy. Cierto
que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo, que emplea toda su
industria en burlarme. Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña, es que
yo soy; y, engáñeme cuando quiera, nunca podrá hacer que yo no sea nada,
mientras yo esté pensando que soy algo. De manera que, tras pensarlo bien y
examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir y dar como cosa
cierta que esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera
cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu”. (Meditaciones
Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 24). Pudiendo notar, que por una parte es imposible que el
“engañador” risible lo burle cuando se piensa, y por otra, que al decir “yo soy, yo existo”, se refiere a un Ser
como cosa que piensa. Asimismo, unas líneas más abajo nos aclara diciendo, “de los atributos del alma hay uno que me
pertenece, siendo el único que no puede separarse de mí. Yo soy, yo existo; eso
es cierto, pero ¿Cuánto tiempo? Todo el tiempo que estoy pensando” (Meditaciones
Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 24), quedando a simple vista que el “cogito” o primera convicción es la vivencia del yo pensante y nada
más, es decir, que la famosa frase de Descartes “pienso, luego existo” lo que significa es que él solo afirma con
seguridad que existe cuando se nota pensar, y solo mientras está pensando;
desde aquí el siguiente paso es averiguar que son las cosas corpóreas, porque
hay que tener en cuenta que el “cogito”
no es corpóreo, así que, de momento Descartes no tiene nada físico, nada
relativo al mundo en el ámbito de sus certezas.
Ahora en la búsqueda de una segunda
evidencia, que muestre verdades sobre el mundo corpóreo, Descartes menciona “tomemos, por ejemplo, este pedazo de cera
que acaba de ser sacado de la colmena: aún no ha perdido su dulzura de la miel
que contenía, conserva todavía algo del olor de las flores con que ha sido
elaborado, su color, su figura, su magnitud son bien perceptibles, es duro,
frio, fácilmente manejable y, si lo golpeáis, producirá un sonido. En fin, se
encuentran en el todas las cosas que permiten conocer distintamente un cuerpo.
Más he aquí que, mientras estoy hablando, es acercado al fuego. Lo que restaba
de sabor se exhala, el olor se desvanece, el color cambia, la figura se pierde,
la magnitud aumenta, se hace líquido, se calienta, apenas se le puede tocar y,
si lo golpeamos, ya no producirá sonido alguno. Tras cambios tales, ¿permanece
la misma cera? Hay que confesar que si: nadie lo negara (…) Ahora bien, ¿Qué
quiere decir flexible y cambiante? ¿No será que imagino que esa cera, de una
figura redonda puede pasar a otra cuadrada, y de esa a otra triangular? No: no
es eso, puesto que la concibo capaz de sufrir una infinidad de cambios
semejantes, y esa infinitud no podría ser recorrida por mi imaginación: por
consiguiente, esa concepción que tengo de la cera no es obra de la facultad de
imaginar (…) Debo pues, convenir en que yo no puedo concebir lo que es esa cera
por medio de la imaginación y sí solo por medio del entendimiento…” (Meditaciones
Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 28-29). En este fragmento se denota muy bien que Descartes no niega
que el mundo exista, sino es incapaz de dejar de dudar de las perfecciones
sensoriales que tenemos de él, puesto que son cambiantes, lo único que se puede
conocer con certeza es la extensión, la cual se conoce solo por medio del
pensamiento, una vez que descarta los sentidos y la imaginación cuando
determina que hay algo que está haciendo analizado por su pensamiento, entonces
si se deja de dudar.
Rene ha encontrado sus dos primeras
sustancias, el alma (res cogitans) y la materia (res extensa); aunque en estas
dos primeras meditación no está expuesta la tercera sustancia, se puede
observar muy bien porque en la actualidad se habla del círculo vicioso de la filosofía de Descartes, pues, es evidente
aquí, que sus sustancias y sus certezas siempre se refieren a lo mismo,
pensamiento y matemáticas; ejemplo la definición de la tercera sustancia que es
Dios, lo cual, a todas luces es matemático,
debido que hasta el nombre que escoge lo muestra: “res infinita”, del mismo modo, la de “res extensa”, porque del mundo se quedó tan solo con la extensión,
pues es lo medible del mismo; por eso
se tiene la convicción que Descartes desde el principio de su filosofía está
seguro de lo mismo, de su pensamiento y la capacidad de este para llegar a
certezas matemáticas, por ello se le denomina circulo vicioso, porque en todo
su camino en la duda metódica y sus meditaciones nunca sale de ese punto de
partida que ya conocía, pero lo que hace de forma astuta es presentarlo de
diferentes maneras, en las que no afirma explícitamente su creencia firme solo
en aquello que se pueda matematizar. Sin duda alguna, sus meditaciones lo
convirtieron en anfitrión de la modernidad del pensamiento,
una “bisagra” por así decirlo, entre dos tiempos de la filosofía, pues como
personas “abrigamos una
multitud de prejuicios si no nos decidimos a dudar, alguna vez, de todas las
cosas en que encontremos la menor sospecha de incertidumbre” (cita de
Rene Descartes) seguiremos habitando “in sæcula sæculorum” las cavernas de Creta.
Cogito ergo sum.
POR: Luis Natera Tibari
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