Para los políticos, comunicadores e “influencers” de oficio,
en estos tiempos de inmediatez. Especialmente para
aquellos que subestiman el valor absoluto de las ideas.
“Lo que
pronto se hace, pronto perece”
Baruch
Spinoza
La pregunta que
interroga en el título de las presentes líneas, se propone cuestionar el
carácter afirmativo -y, por cierto, abstractamente absoluto- con el cual es
presentado lo relativo en la actualidad, no solo en los medios propiamente
cientificistas sino, además, en el quehacer político y, por supuesto, entre las
firmes -en realidad, positivas- convicciones automatizadas propias de la vida
cotidiana, casi siempre guiada de la mano por el sentido común, cuya viscosidad
esponjosa, en los últimos tiempos, parece haberse dejado someter por la
hegemonía de la posverdad, absorbiéndola o, quizá, dejándose absorber por ella,
auxiliada como está por el inmenso fractal de las redes sociales que es, en sí
mismo, expresión, imagen y semejanza, de la propia relatividad.
Para saber qué es
lo relativo, es necesario saber qué es lo absoluto. Porque, como conceptos
recíprocamente opuestos, son términos interdependientes, es decir, que tanto el
uno como el otro se encuentran en una posición de necesaria determinación
recíproca. Lo uno está determinado por lo otro y viceversa, de manera que no es
posible comprender lo uno sin comprender lo otro, en tanto que cada uno es -por
cierto- el correlato del otro. Basada en sus amplios estudios investigativos -y
cabe advertirlo, porque algunos necios imaginan que a los filósofos de oficio
se les ocurren frases sin ton ni son, “de la nada”, y las sueltan cual pomposas
sentencias-, una de las definiciones más precisas que haya producido la
historia del pensamiento acerca de lo absoluto ha sido formulada por Spinoza.
Como se sabe, según Hegel, la filosofía de Spinoza es una filosofía,
precisamente, del absoluto, que si bien se deriva de Descartes se remonta a
Parménides. Y Hegel sostiene que su concepción de lo absoluto es nada menos que
la base de toda filosofía -“o Spinoza o no hay filosofía”-, de donde a su vez
se derivan los fundamentos del
historicismo filosófico, para el cual ser y verdad son idénticos La libertad es
consciencia de la necesidad.
Dice Spinoza que lo
absoluto es causa sui, sustancia “una y toda”, aquello que no necesita
de otra cosa para ser lo que es y cuyo valor es independiente de cualquier
condición, a diferencia de los atributos y modos -estos últimos, relativos- que
son “lo que es en otro”, cabe decir, el necesario correlato de lo absoluto,
dado que lo absoluto consta de infinitos atributos e infinitos modos, cada uno
de los cuales es expresión cabal de su esencia. Remo Bodei ha explicado el absoluto
-la sustancia- de Spinoza con un ejemplo muy didascálico: es como la inmensidad
del mar, dentro del cual existen los más diversos y múltiples seres. Sin él
estos seres no podrían existir. Pero sin ellos el mar dejaría de ser lo que es.
Sin lo absoluto no existiría lo relativo, pero sin lo relativo no existiría lo
absoluto.
No obstante, en los
últimos tiempos -en esta era “líquida”, que se declara orgullosamente
“relativista” y que celebra como un logro el autocalificarse como “la era del
fin de los grandes relatos”-, se ha puesto en tela de juicio la existencia de
lo absoluto para condenarlo y promover como única -¡y absoluta!- la existencia
de lo relativo, percibido como soporte de las ventajas y beneficios de lo
desechable. Como nunca antes, finitud, deseo y consumismo han estrechado sus
vínculos. Y se cita de continuo a Einstein -quien por cierto, fue un convencido
seguidor de Spinoza- para hacer valer el carácter estrictamente científico del
sobredimensionamiento de la relatividad: “Todo es relativo”, afirman, sin
detenerse a pensar por un instante a qué se refería precisamente Einstein, y
sin percatarse de que la sentencia en cuestión confirma, en sentido enfático,
lo absoluto mismo, porque cuando se dice que “todo” es relativo no se hace más
que confirmar que lo relativo ha adquirido -aunque abstractamente- un estatus
absoluto, toda vez que al decretar su muerte, pretende reclamar su lugar. Lo
cierto es que “la era del fin de los grandes relatos” no parece haber
comprendido que su propia declaración -en realidad, su petitio principii-
no es otra cosa que la confirmación de un “gran relato” absoluto. Con lo cual,
lo relativo termina por volverse en contra de sí mismo. De ahí que no sea de
extrañar que el relativismo termine sosteniendo el absolutismo -el
totalitarismo- político.
La verdad de lo
relativo no consiste tanto en la abstracción de su condición efímera como en la
continua -y necesaria- adecuación de los fenómenos entre sí. De hecho, es el
fenómeno en sus relaciones y nexos con el resto de los fenómenos, en la
recíproca interdependencia que existe entre ellos. Que algo sea relativo solo
quiere decir que está en mutua relación con otra -o con otras- cosas, que entre
las cosas se genera un proceso de co-relatividad. La teoría de la
relatividad de Einstein tiene cabalmente este significado: todo está
relacionado con todo. Y si bien es cierto que tanto el movimiento de la
fenomenicidad como el de las formas que estas llegan a adquirir resulta ser
ilimitadamente limitado, sustituyéndose las unas por las otras sin cesar,
poniendo de relieve su condición finita y pasajera -precisamente, su
correlato-, no menos cierto es el hecho de que cada pequeña expresión de lo
relativo es la confirmación de la presencia en él de lo absoluto, porque lo
contiene en sí mismo, siendo parte constitutiva -necesaria y determinante- de
su infinita experiencia, pues, a diferencia de lo que puedan llegar a afirmar
la teología filosofante o el entendimiento abstracto, lo absoluto no es como
“una pintura muda sobre el lienzo”, algo fijado y acabado en sí mismo, sino,
todo lo contrario, la acción continua en su historicidad, el devenir que, para
poder afirmarse, necesita determinarse de continuo, immerwieder, siempre
de nuevo. Como dice Hegel, lo absoluto es, esencialmente, resultado, y
“sólo al final” de un determinado período histórico llega a ser “lo que es en
su verdad”. Lo absoluto no es un presupuesto situado en el más allá. La verdad
del ser parmenídico se encuentra en el devenir heraclíteo. Verum et factum
convertuntur. Por eso mismo, la verdad del relativismo, tarde o temprano,
deviene abstracta y, por ende, falsa, porque las reiteradas manifestaciones de
su efímero triunfo sólo le sirven para confirmar el carácter concreto de lo
absoluto.
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