Coexisten palabras poderosas, capaces por si solas de
hacer cuestionamientos sorprendentes y hasta reveladores, pero como la palabra “para qué”, no creo que pueda existir otro
de igual poder en la gramática española; pues es idónea para desnudar el alma,
las intenciones e inclusive los más grandes secretos que puedan alojarse en el
deposito polvoriento más grande y ruidoso del mundo, la mente humana. Pues, no es casualidad que los individuos que han
sido más notables en cada una de sus correspondientes épocas, sea a la vez personas
diferentes al rebaño, con
características poco común entre la mayoría que los rodeaban, siendo vistos por
algunos de psiques geométricamente cuadradas como ovejas negras, descarriadas; cuando en realidad, los mal llamados inadaptados solo hicieron algo poco usual,
convirtieron su mente en antorchas de luz, en vez de meros vaso por llenar.
Entonces, que relación tiene la palabra para qué en el desarrollo de los individuos
lúcidos pero incongruentes con la normalidad social, simple, está es la premisa
de su curiosidad; ya que, le permite cuestionar de una manera lógica las proposiciones
tomadas como dogmas, como inquebrantables y de formas irrefutables por la
sociedad de su tiempo; dando lugar a nuevas teorías y descubrimientos, sin
abandonar el razonamiento ni la capacidad de dudar de sus propias propuestas,
manteniendo así, vivo el ciclo constante del conocimiento, de esa llama viva que es la conquista del
saber, el cual es inagotable, eterno y para algunos una invariable búsqueda.
Tener presente la palabra para qué nos permite de forma consciente mantener aquello que ha
sido faro para nuestros pasos, y, además, encabezar interrogantes
imprescindibles en la evolución del pensamiento humano, la trascendencia de la
reflexión, y de ese observar dos veces el mismo paisaje, circunstancia o duda.
En virtud de esto, debemos tener como lámpara de aceite siempre encendida dicha
incógnita. Lo cual me lleva a postular una pregunta, ¿Para qué estudiar la historia de la filosofía?
Una pregunta formulada en tiempos donde la tecnología
y todo aquello que se define como digital es lo que abarrota la palestra,
tapiza las redes sociales e inunda las “necesidades” del individuo común, una
interrogante que a simple lectura tendría una respuesta casi instantánea,
escueta o hasta sin sabor, pues se creería desfasada en el espacio y momento,
pero si la leen por segunda vez, sin la premura de los nuevos tiempos y con la
certeza que algo dentro de nosotros grita por salir de aquel ático polvoriento,
comienza a tener una preeminencia capital; dejando mudo por unos minutos aquel
individuo que creía dar una contestación vertiginosa con tan solo una primera
lectura de la pregunta.
En tal sentido, estudiar la filosofía y su historia es
cardinal para conocer las raíces del pensamiento occidental, y así, iniciar el
encendido de la lámpara de aceite del saber,
y dejar de una vez por todas los pasillos de aquel laberinto cavernoso en el
cual nos encontramos sumergido, puesto que, la ignorancia solo genera
espejismos de certezas inexistentes, y la germinación de individuos “cultos” de lo conveniente, más no, de lo
necesario.
Pues para muchos, el pasado es solo tinta seca, o
como diría José Ortega y Gasset “una
profecía al revés”; sin darse cuenta que la historia y todo lo que yace en
ella nos hace más despiertos, y por
ende, capaces de generar pensamientos críticos y no acoplados a modas o
tendencias, porque nos facilita el recorrer las sendas de la reflexión humano, gracias
a las interrogantes empedradas pero llenas de sapiencia, siempre como
espectadores sigilosos, conociendo escenarios que a pesar de las distancias en el
tiempo, guarda un legado para quien tiene la agudeza de detenerse a escuchar.
La filosofía ha sido una constante dadora de razones
para creer en grandes saberes, pero a su vez, en dudar de ellos, es un juego
milimétricamente perfecto, donde la evolución del pensamiento se da gracias al
entendimiento que se tiene de lo ocurrido, debido que, los avances son pasos
llevados a cabo sobre los cimientos de la búsqueda de la verdad; y el estudio
de la historia ayuda iluminando dichas travesías. Pues, no es imaginable un
Platón que haya alcanzado su cima sin haber estudiado lo ofrecido por su
maestro Sócrates, o un Aristóteles sin analizar la historia que residía entre
los muros de la Academia.
Querer comprender un presente sin estudiar el pasado,
es como pretender navegar por los mares sin brújula ni catalejo; estaríamos a
merced de los vientos, de las corrientes y de los inesperados peñascos, en
otras palabras, se estaría pretendiendo escribir sin tinta ni papel. Aquellos
que se jactan de estar al corriente de los nuevos tiempos, pensando que lo que mora
en el pasado es solo un olor a arrancio, están irremediablemente destinados a
repetir los errores de otrora, serán como Sísifo
pero en tiempos modernos.
El estudio de movimientos o corrientes distintas de
la filosofía permite a quien busque encontrar un abanico de colores, ideas y
tendencias sin igual, dando lugar a la posibilidad de degustar – por así
decirlo – una cantidad considerable de maneras de pensar, sabiendo que cada una
ofrecen algo enriquecedor para el crecimiento de la compresión del Ser y de su
entorno. Es por tanto, primordial para un individuo que se considere culto el
permitirse una travesía por las letras de la historia, detenerse en los
párrafos de El Banquete de Platón,
donde nos ubica a la mesa junto a Sócrates y un nutrido grupo de personalidades
de las letras atenienses, que aprovechan la ocasión para analizar una de las
mayores fuerzas que existen en el mundo como es el amor, o por la Ética a
Nicómaco de Aristóteles, quien con destreza apuesta a la virtud y ese punto
medio entre dos extremos para lograr vivir bien y alcanzar la felicidad; o
simplemente, las Cartas de Epicuro, quien
nos sumerge en un estudio pormenorizado y profundo sobre la felicidad con el
placer.
El individuo que aborde la barca que navega la
búsqueda de la verdad tendrá dos cosas seguras, la primera que siempre hallara
un nuevo puerto donde llegar, con historias nuevas que aprender, que debatir y
sobre todo con la posibilidad de hacer lo más perspicaz que puede llevar a cabo
una persona como es desaprender; pues
así podrá desocupar la azote de casa, dándole lugar a nuevas ideas, concebidas
por el aprendizaje propio y con pinceladas de grandes maestros; la segunda es
la eterna búsqueda, es una historia inagotable, incansable del saber, ya que la
verdad siempre será puesta en cuestionamiento, será vista por instantes como
salvadora y en otros como blasfema, y allí quien ama el arte de cultivarse
seguirá desmenuzando la realidad, la cual siempre variara según los ojos que lo
vean, la mente que lo analice y las emociones que la filtren. Será un viaje que
te hará entender del David de Miguel
Ángel algo que va más allá de un mármol blanco y un cuerpo cincelado por los
dioses, serás capaz de observar lo intangible, la esencia, aquello que no tocas
pero que si te toca, porque conquistaras lo que el alma ve, esa sustancia
invalorable de la vida.
Las grandes obras de la literatura como del
pensamiento universal han vencido la fecha de caducidad, son omnipresentes, debido
que, están taciturnas por los rincones de nuestras vidas, listas para ser
llamadas por nuestra inquietud, por nuestra curiosidad, sabiendo nuestro propio
inconsciente que aunque el pergamino amarillento donde reposa su tinta sea
viejo y deteriorado, su vigencia es irrebatible, porque quien puede negar que
frases como “el peor mal del hombre es la
irreflexión” adjudicada a Sófocles (poeta trágico griego) no está actual y
apta para tenerlo presente en estos tiempos de globalización y postmodernismo.
El saber nunca podría considerarse como un peso, y
menos aún, como algo inútil en el bolso de la vida, pues todo aquello que
aprendemos tiene un propósito final, nos permite evolucionar a una mejor
versión sea de la idea o del individuo, así como decía Antoine Lavoisier “la materia ni se crea ni se destruye, solo
se transforma”, así pudiéramos considerar el saber, porque no se destruye
pero si puede transformarse, ya que, la interpretación de cada ser pensante le
dará un valor agregado, siendo enriquecido; como ejemplo, el neoplatonismo, que
floreció en distintas etapas de nuestra era, dejando en cada una de ellas notas
de un brillo notable, muestra de esto es Agustín de Hipona, quien es para
muchos uno de los emblemas más trascendentales de la corriente del pensamiento
de la edad media, y quien a su vez obsequió a la humanidad una vista distinta
no solo de la fe (en este caso Cristiana), sino de la razón y la verdad, teniendo
presente el pensamiento de: “existirá la
verdad aunque el mundo perezca”.
Para la sociedad un individuo curtido en la búsqueda
del saber es alguien provechoso, pues será más fácil sacar del mal camino a
quien tenga una noción por lo menos leve del bien, que aquel que carezca por
completo de dicha noción; en tal sentido, el que un individuo sea culto o no,
deja de ser algo meramente individual y comienza hacer un factor de necesidad
colectiva, porque es de entender, que una sociedad más culta, es una sociedad
destinada a poder reflexionar, sabiendo que el error no es haber cometido una
falta, sino el hecho de omitir su reconocimiento y no corregirlo .
Ahora bien, es de acotar, que no todos podrán
estudiar o interpretar cada una de las escuelas de la filosofía que existen, en
virtud que, dependerán de las características cognitivas, de sus ocupaciones, y
sobre todo de aquello que le apasione, lo que inclinara la balanza para su
estudio; porque es sabido, que el ser humano como un ser sensible a todo lo que
le rodea, sea tangible o no, le dará mayor valor a lo que ama; estando
dispuesto allí, en transitar callejones sin salida, con finales inesperados y
riesgos con dimensiones paradójicas, ese es el atributo del estudio de la
historia de la filosofía, que abriendo puerta tras puerta, logramos viajar a momentos
que creímos anacrónicos, viendo que quienes estuvieron dilucidando nuevas ideas
fueron como nosotros, buscadores del presente, del saber y la verdad, del
cuestionamiento racional y de encender una luz que perdurara más que la
creencia misma.
La filosofía es la obra más importante creada por la
mente humana, que sin intercesión divina, camina descalza por el tiempo eterno,
como bálsamo a nuevas doctrinas, renovándose, adaptándose y siendo disruptiva,
es ese amigo honesto que no teme al decir lo que piensa, es aquel que no vacila
en cuestionar algo presumiblemente evidente, es una necesidad cayada por el
ruido diario de pequeñas voces que solo le interesa adormecer la inquietud
innata del individuo para evitar así, el que nades contra la corriente. Asimilando
a su vez, durante este viaje, que la historia de la filosofía es algo más que
un cumulo de relatos o escritos, pues si esa sería la concepción ultima se
habría sembrado en suelo pedregoso, porque el secreto de todo esto es, entender
que a pesar de las diferencias existentes en el hecho de observar el mismo
paisaje podemos cohabitar, o como diría Aristóteles “solo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo
sin necesidad de aceptarlo”; al mismo tiempo, de estar consciente que en
instantes dicho estudio engendrará una inclinación mental al escepticismo, ya que esa rueda
indetenible de la duda nos dará razones lógicas de cuestionarnos
deliberadamente hasta de nuestras propias ideas, retomando otras o dando a luz
nuevos enunciados, y el por qué será
nuestro sempiterno lazarillo. Sin duda alguna, la “filosofía verdadera no ha de entenderse como si denotara un conjunto
estático y complejo de principios y aplicaciones, no susceptibles de desarrollo
ni modificables” (Copleston F. Historia de la Filosofía.
Tomo I Grecia y Roma. Pág. 4), es decir, no se llegará a ser completa
en ningún momento.
Al final de todo, no se desea convencer al otro a
través de nuestra verdad, sino que quien busque, conquiste la suya. Per áspera ad astra.
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