A la memoria de los perseguidos, condenados y
asesinados,
víctimas de las “cacerías de brujas” del recurrente
fanatismo que
tanto le teme a la libertad.
El Malleus
maleficarum o Martillo de las brujas, fue escrito y compilado por
los sacerdotes de la orden dominica, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, y fue
publicado en Alemania en 1487. Se trata de un manual que tuvo la asombrosa
capacidad de transmutar la ignorancia en metodología “científica”, es decir, la
barbarie ritornata en clara expresión del entendimiento abstracto y
especialmente de su brazo armado, la ratio instrumental. De hecho, a
partir del Malleus se puso en evidencia el estrecho margen -ya advertido
por Spinoza en el Tratado Teológico-Político- que media entre los
linderos de la enajenación religiosa y de la esquematización del conocimiento,
puestos al servicio de una determinada hegemonía constituida. Ideología,
la llamaba Marx. En el caso particular del Malleus, el gran historiador
medievalista Jacques Le Goff ha dado cuenta de cómo, en la Francia del siglo
XVII, los siempre sombríos miembros de los tribunales inquisidores sentenciaban
a sus víctimas a plena luz del día, mientras que por la noche, al cobijo de las
sombras, se vestían de finas togas de luz para dar lectura al Discours de la
méthode de Descartes. Es como el eco de aquella canción de los años ochenta
del ya recóndito siglo XX: “sin sombra no hay luz”.
En todo caso, Malleus
en mano, el incipiente y novísimo subjecto, aun desbordado por las
aguas de su propia virtú, se fue formando, metódicamente, en la
sospecha, la desconfianza y el recelo. En una expresión, la duda devino
parte esencial de la nueva cultura que iba fraguando, lenta y progresivamente,
el espíritu de la modernidad, anticipando -via invertionis- el anuncio
formal de la llegada de una nueva era. La historia se cocina a fuego
lento, y lo que aparece es, siempre, el resultado de un largo y doloroso
proceso que objetiva y cristaliza la síntesis de las oposiciones. Quien todavía
crea en la pureza de la secuencia de las imágenes indeterminadas por las
antinomias, en el “esto” o “aquello”, es mejor que se vaya al cine. También esa
creencia -no pocas veces impuesta- forma parte de la madeja de la que surgió el
tejido del Malleus maleficarum. El peso de imponer una nueva hegemonía
cultural, más allá de los límites del dogma, también tiene sus consecuencias.
Un año después de
la publicación del Malleus (Das Hexenhammer), el Papa Inocencio
VIII reconoció la perniciosa, por hereje, existencia de la brujería. Y en un
decreto papal -“Summis desiderantes affectibus”- apremia a los autores
del manual a proseguir el combate contra la brujería en Alemania. De hecho, los
misóginos en cuestión fueron nombrados inquisidores con poderes especiales. Los
efectos no se hicieron esperar en el resto de Europa, al punto de que se
calcula que el número de acusados y sentenciados a morir en la hoguera ronda
entre los dos y los cinco millones víctimas, en la mayoría de los casos
mujeres. Se trata de una cifra que, desde una perspectiva exponencial, pudiese
equipararse con las muertes ocurridas en las grandes guerras mundiales.
Lo cierto es que la
representación y consecuente cacería de la “brujería demonológica” se hizo
popular y masiva a consecuencia del Malleus, siendo expresión de
innegable autoridad e indiscutible credibilidad para el gran público. De modo
tal que si lo decía el Malleus la duda, necesariamente, se desdoblaba:
por un lado, “el caso” en cuestión se hacía rigurosamente “indudable”. Pero,
por el otro, y precisamente por ello, la duda hacia el acusado plenaba por
completo las mentes y los corazones de todos los “buenos y salvos”, incluso, en
el caso de los propios familiares y vecinos, a la sazón, diligentes “patriotas
cooperantes”, porque, como se sabe, “nunca se sabe”, y “el diablo siempre
tienta”. Quizá sea eso lo que explique las “delicias” de la tercera parte del Malleus,
cuyo contenido detalla los métodos -precisamente- para detectar,
enjuiciar y sentenciar la brujería. La tortura aparece, además, como un
ejercicio de rigor indispensable, y los jueces son instruidos para engañar al
acusado, prometiéndole misericordia en caso de confesión. En fin, en Occidente,
el fanatismo fundamentalista tiene en el Malleus maleficarum uno de sus
textos de cabecera y uno de sus mayores motivos de inspiración.
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