De las pasiones tristes

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“La mayor parte de los que han escrito acerca de los afectos y

la manera de vivir de los hombres, parecen tratar no de cosas

naturales, que siguen las leyes de la naturaleza, sino de cosas

que están fuera de ella. Más aún, parecen concebir al hombre

como un imperio dentro de otro imperio”.

                                                                      Baruch Spinoza




La digna y paciente labor de contribuir con el aumento de las potencialidades humanas, con la virtud o la perfectibilidad del ethos ciudadano, pasa necesariamente -más que por el conocimiento- por el reconocimiento o la comprehensión de las experiencias de la conciencia del ser social, lo cual incluye el estudio de sus emociones o afecciones como un hecho natural. Y es que, como se sabe, éstas son un elemento inescindible de los seres vivos que configuran la naturaleza, de la que forma parte inherente la humanidad. Por eso mismo, cabe advertir que cuando aquí se dice “natural” se está haciendo referencia a un concepto de naturaleza en sentido amplio, no restringido -cabe decir, estrictamente instintivo-, y mucho menos en sentido meramente individual o aislado, esto es, como de irremediables portadores de una representación de la naturaleza fija, abstracta, concentrada en la pura interioridad. Más bien, se trata de comprenderlo como el resultado del conjunto de sus relaciones sociales, políticas e históricas. Hic Rhodus, hic saltus. Uno de los más originales y destacados estudios del pensamiento moderno en busca de esta dirección hermenéutica está en la obra de Baruch Spinoza, y especialmente en su

Pasiones naturales
Ethica. “Aquello que es común a todas las cosas y es igualmente en la parte y en el todo no puede concebirse sino adecuadamente”, sostiene el gran pensador holandés. A medida que los seres humanos comprenden la naturaleza de sus pasiones, logran comprender su origen y sus consecuencias, al punto de reencaminarlas, eligiendo aquellas que convengan a su propio bienestar y, con ello, al bienestar social. Como para los antiguos presocráticos, también para Spinoza la physis no es solo natura naturata sino, al mismo tiempo, natura naturans.


Las pasiones son afecciones del cuerpo por las cuales su potencia de obrar es aumentada o disminuida. Pero cabe advertir que, para Spinoza, lo que afecta al cuerpo afecta al alma. De manera que si una determinada afección aumenta o disminuye la potencia de obrar, de igual modo, disminuirá o aumentará la potencia del pensar. Si un cuerpo es objeto de afección también el alma quedará afectada. Lo dice explícitamente en la Ethica: “Por afectos entiendo las afecciones del cuerpo por las cuales la potencia de obrar del cuerpo mismo es aumentada o disminuida, favorecida o reprimida y, al mismo tiempo, la idea de estas afecciones”. El deseo es el apetito con conciencia de sí, la efectiva realización de la segunda naturaleza y la garantía de la preservación del ser social.


Como dice Hegel, “nada grande se ha hecho en el mundo sin una gran pasión”. Ese deseo es lo que -al hacerse realidad efectiva- produce satisfacción y alegría. “no intentamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos apetecemos y deseamos”. La sociedad virtuosa es aquella que se adecua con los fundamentos de su naturaleza, realiza sus deseos y aumenta la potencia de su ser. Y sin embargo, también hay deseos que pueden llegar a producir una profunda tristeza. La diferencia está en su adecuación o inadecuación con la realidad efectiva. Cuando los individuos son sometidos a manipulaciones que los hacen presuponer ficciones e imaginar una realidad inexistente, que atiende al interés exclusivo de quienes sustentan el poder, la capacidad de su adequatio termina siendo  secuestrada, mancillada y disminuida. Se presenta, entonces, un desequilibrio funcional en el organismo que termina por interrumpir la potencia de obrar, con lo cual aumenta la insatisfacción, la frustración y la tristeza. En este punto, la vitalidad del organismo, la realización de su deseo, queda sensiblemente disminuida y su movimiento descendente lo conduce a aceptar la derrota y, más tarde, la eterna noche de los muertos vivientes. 


De pasiones tristes está hecho el entramado de la pobreza de Espíritu. Su reino es el escenario perfecto para el florecimiento de los totalitarismos de toda ralea, incluso para el de los relativamente recientes regímenes gansteriles o gansteratos, cuyo sustento, al decir de Spinoza, está en la servidumbre que surge como consecuencia, precisamente, de las ideas inadecuadas devenidas pasiones tristes: “llamo servidumbre a la falta humana de poder, para moderar y hacer frente a las emociones. Porque el hombre que se somete a sus emociones no tiene poder sobre sí mismo, sino que está en manos de la fortuna, en la medida en que muchas veces está obligado, aunque pueda ver lo que es mejor para él, a seguir lo que es peor”. La superación del primer grado de conocimiento -el conocimiento de oídas o por mera experiencia instrumental- y el consecuente pasaje dialéctico a un saber más elevado, que va del estudio y comprensión de las causas a los efectos y de estos últimos a las causas, es garantía de la formación de ideas adecuadas y, mediante ellas, de la efectiva liberación de las trampas ideológicas que conducen y sumergen a las mayorías en el pantanal de las pasiones tristes. Se trata de remontar las abstracciones propias de la experiencia sensible a objeto de conquistar el pensamiento concreto, la wirklichkeit.  


Tal vez, el mayor desatino que haya tenido la llamada clase política venezolana haya sido el haber permitido y en muchos casos contribuido con la instauración del señorío de las pasiones tristes, de los resentimientos, envidias y ambiciones, temores y traiciones, que progresivamente han terminado reflejándose en leyes y costumbres, formas de existencia. Hegemonía, diría Gramsci. Sein zum Tode. Faltó formación, educación estética, comprensión del Ethos. Sobraron los jingles y las consignas vacías. Y, después de tanta ruina, maquillada y fingida, ya era hora de que esa clase política fuese puesta en el lugar que le corresponde en el pasado al que se aferró y del cual nunca supo salir. Hoy las cosas parecen ser distintas y una nueva expectativa ha surgido, bien dispuesta a reconstruir lo que va quedando de país. Los mejores votos de quien escribe van por el cultivo de las pasiones alegres -a objeto de pasar a “una mayor perfección”-, y por la finalización del imperio del círculo vicioso de la esperanza, como sustento mágico, místico, providencial, que siempre termina en más miedo y más dolor. Un “imperio dentro de otro imperio”. Sólo la voluntad libre y consciente, firme y persistente, puede superar la esclavitud de las pasiones tristes.        





José Rafael Herrera

@jrherreraucv


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