Sobre el dialogo y la persuasión.
Miguel Ángel
Latouche
Me parece, Sócrates, que vosotros dos tenéis prisa por
regresar a Atenas”, dijo Polemarco.
"Esa no es una mala suposición", dije.
“Bueno”, dijo, “¿ves cuántos de nosotros somos?”
"Por supuesto."
"Bueno, entonces", dijo, "o demuestras
ser más fuerte que estos hombres o te quedas aquí".
"¿No hay otra posibilidad?" Yo dije. “¿Que
te persuadiremos para que nos dejes ir?”
“¿Realmente
podrían persuadir”, dijo, “si no escuchamos?”
"No hay manera", dijo Glaucón.
"Bueno, entonces piénsalo bien, teniendo en
cuenta que no escucharemos".
Platón, La República
En el juicio que se le sigue a Sócrates, se le acusa, entre otras cosas,
de no hacer sacrificios a los Dioses. Sin embargo, se conoce que, en el 429 ac,
el sabio griego visitó el Pireo para participar en la primera celebración de
las Bendidias, fiestas con las cuales los Atenienses honraban a Diana, la Diosa
de la caza, la luna y la fertilidad. Sócrates tenía curiosidad por saber cómo
aquellos ritos se llevarían a cabo, después de todo Diana era originalmente una
Diosa Tracia y aun cuando es mencionada su presencia en la guerra de Troya y su
posición a favor de la ciudad, su rito fue institucionalizado de manera
relativamente tardía por los habitantes de Atenas. Nos dice Platón,
que, en efecto, Sócrates participó en los ritos, hizo los sacrificios
correspondientes y rezó a la Diosa, tal y como le correspondía hacer a
cualquier ciudadano respetuoso de la religión de Estado y dispuesto a cumplir
con sus deberes cívicos según los códigos de la época. Esto nos lleva a pensar
que efectivamente al menos aquella parte de aquella acusación que contribuyó a
su condena era, en principio, falsa.
Luego de los ritos, ya entrada la tarde, Sócrates decidió junto a
Glaucón, un joven filosofo que lo acompañaba y con quien mantenía cierta amistad,
regresar a Atenas. Debian caminar unos diez kilómetros y debían hacerlo con
cierto apuro, si querían llegar a la ciudad antes de que cayese la noche. En
algún punto del camino, al parecer apenas lo iniciaban, se encontraron con que
algunos hombres los seguían. Estos los llamaron a voces conminándoles a
detenerse. Se trataba de los sirvientes de Polemarco, quienes le indicaron que
debían esperar por la llegada de su patrón. Acá se produce un momento muy
interesante dentro del diálogo y que hemos citado más arriba. Esa conversación
inicial entre Sócrates y Polemarco define el tono inicial de aquella aventura
intelectual que Platón se ha planteado, nada menos que determina como se
constituye el Estado Ideal en un marco de justicia. Así, en esa conversación inicial
vemos como se establece una dicotomía entre la posibilidad de construir consensos
y la utilización de la fuerza para doblegar la voluntad del otro. Enfrentados a
un número superior de hombres que podían fácilmente utilizar la fuerza en su
contra, Sócrates y Glaucón fueron conducidos hasta la casa de Polemarco. La
promesa era la de que esto les permitiría observar las majestuosas
celebraciones nocturnas que se habia preparado y participar en ellas. Tucídides
en su Guerra del Peloponeso lo plantea de una manera muy clara y descarnada: “el
débil resiste lo que puede y el fuerte domina lo que puede”. Ciertamente no se
puede persuadir a quien no quiere escucharnos, los diálogos implican el
ejercicio respetuoso de escuchar a los demás y la voluntad de hacerlo. Platón pareciera
decirnos que allí donde el dialogo no logra materializarse la violencia potencial
o real, se presenta como la única alternativa posible. Esto se narra en apenas
las dos primeras páginas de cualquier traducción estándar de la República,
-quizás la más conocida de las muchas obras que nos legó Platón.
En el libro primero de la República está referido en general al problema
de la justicia. Pero para ser más específicos quiero señalar, solamente y sin
necesidad de ir más allá, algunas de las implicaciones del pasaje señalado
anteriormente. No se refiere Platón, en este caso, al problema de las mayorías
como factor de legitimación de las actuaciones públicas, aquella que se logra a
través del voto, bien sabido es que el filósofo no era afecto a la democracia, sino,
más bien, a la dicotomía entre el uso de la fuerza y el de la razón como
mecanismos de justificación. Ciertamente, cuando se usa una fuerza superior a
la cual no podemos resistir, es natural que nos veamos forzados a actuar de
cierta manera contraria a nuestra propia voluntad. A Sócrates se le exige
cambiar de ruta y regresar al Pireo ante lo cual el sabio no tiene más remedio
que acatar el mandato que sobre él se ha sido impuesto, a través de la amenaza
del uso de la fuerza, para así evitar que, en efecto, la violencia sea usada en
su contra. Esto no significa, sin embargo, que el filósofo haya sido convencido
por este medio sobre la virtud de acatar el mandato. La violencia nunca presenta
razones, no intenta convencernos de su validez, su uso se fundamenta en la pura
capacidad de materializarse. La violencia se juega en el ámbito de las pasiones.
No hay en la escena un proceso deliberativo o persuasivo que los lleve a
cambiar sus planes, se trata de manera pura y simple del uso real o potencial
de la fuerza bruta.
Cualquiera podría argumentar que este es mucho más eficiente que la
construcción de consensos. Tendríamos que considerar que las soluciones basadas
en la fuerza suelen generar resistencia y tienden a ser frágiles en el largo
plazo, quizás eso explica que las democracias tiendan a tener una mayor que las
dictaduras. Si lo vemos en esta óptica, Sócrates y Glaucón no se oponen al
requerimiento de aquellos que son más y parecen dispuestos a obligarlos, es así
como continúan por el camino que se les indica. Pero la victoria de Polemarco
es pírrica. Como se ve más adelante en el dialogo se producen una serie de
conversaciones en las que los participantes presentan sus argumentos y puntos
de vista con la intención de convencer a los demás de su validez, lo que
implica un giro con relación al inicio del texto.
La palabra tiene, a fin de
cuentas, un poder transformador, que nos permite instalar en los demás nuestros
puntos de vista, esto es persuadirlos: cuando nuestros argumentos se
fundamentan en un razonamiento adecuado acerca de las cosas. No quiero decir
con esto que baste con decir lo que creemos, sino que se dé un proceso
creativo, casi alquímico, por medio del cual la palabra fundamentada en una
aproximación ajustada a las dimensiones de un problema nos permite construir,
junto a los demás, una comprensión acerca del contenido de la realidad que
vivimos. Esto es apartarnos de las sombras que habitan la caverna para ver a
través de la luz la forma verdadera de los objetos que observamos.
Desde la antigüedad el arte de la Retórica formó parte de los procesos
de educación de las nuevas generaciones. Es interesante que en los procesos
formativos modernos haya sido dejada a un lado para privilegiar ciertos saberes
técnicos. El foro diplomático, el parlamento o la plaza pública, que
constituyen el espacio natural para la discusión pública de las ideas, siempre
tendrán un valor constitutivo mayor que el del campo de batalla. La validez de
los argumentos se establece en función de su coherencia, en la capacidad que
tienen unos para persuadir a los demás y hacerlos cambiar sus puntos de vista, en
su pertinencia. A mí siempre me asombro aquella escena en la cual Cicerón,
actuando como Cónsul de Roma, logró desmontar las conspiraciones de Catilina a
través de los discursos que dirigió públicamente a los senadores y al Pueblo de
la República Romana. Cesar que era mucho más fuerte y habilidoso no tuvo la
suerte de acabar con sus enemigos antes de que los Idus de Marzo lo alcanzasen.
Con la palabra construimos en el otro una visión acerca del mundo, pero
además con la palabra establecemos el tipo de relación que construimos con los
demás y con lo que nos rodea. Así, el ejercicio de la convivencia colectiva
tiene que ver con la voluntad de escuchar al otro, de validarlo como un sujeto
con el que vale la pena dialogar. No hay peor forma de discriminación que la de
despreciar las ideas de los demás. Nuestra humanidad se basa, a fin de cuentas,
en nuestra capacidad para hacer discursos, para generar empatía y respeto, para
entender a los demás y tratar de comprender sus motivos y sus razones y actuar
en consecuencia. Esto es ser justo en nuestras reacciones con los demás y
comprender que la fuerza es solo el último recurso.
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