Hace poco, fui a una muy recomendable expo sobre los suburbios de clase media alta
de EEUU, especialmente centrada en los años 50. Vamos, fantasía estética y Guerra
Fría. De aquí nace la semilla de este artículo donde veremos, desde un prisma de filo
política roussoniano, la declaración de la Independencia de Estados Unidos, pero
como siempre intento de forma diver y sin formalismos innecesarios. Me encanta cuando
salgo a buscar algo de entretenimiento cultural y me doy de boca, casi de forma azarosa, con
una idea para desarrollar un escrito.
Yo me imagino a los primeros colonos soñando con una casa y un trozo de tierra, cuando
cruzaron el Atlántico en el Mayflower. Queriendo colonizar un Nuevo Mundo, pero este
mundo necesita, igual que todos, unas reglas de conducta, unos preceptos morales, y por
ende, unas reglas del juego políticas y es aquí donde nos topamos/estrellamos con la
Declaración de la Independencia de los EEUU y su relación con la filosofía
política de Rousseau.
De entrada, cuando pensamos en Rousseau, o por lo menos a mí, me viene su mítica
sentencia de culto “El hombre es bueno por naturaleza” máxima que, personalmente,
me genera sentimientos encontrados, por decirlo suavemente, especialmente hablando de la
sociedad estadounidense. Por ello vamos a hacer “zoom in” en el contexto histórico de dicha
declaración para entender en profundidad sus potentes lazos con la filosofía contractual del
filósofo.
La Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América del Norte
(¡toma título!), fue redactada por Jefferson, con potentes influencias de Rousseau, en la
línea de la filosofía del derecho natural (luego volveremos sin falta a este concepto). Fue
firmada entre el 2 y el 4 de julio de 1776 por 56 miembros del Congreso Continental
reunidos en Filadelfia desde el año anterior. Vamos, que se lo pensaron un rato largo, no la
redactaron y firmaron en una semanita tonta de subidón inspiracional. No fue un “sugar rash”
más bien una carne mechada en salsa cocinada a baja temperatura y por largo tiempo.
La declaración expresaba las penalidades y penurias sufridas por las colonias bajo el
gobierno de la malvada Corona británica y declaraba las colonias estados libres
e independientes. Este deseo de libertad no viene de la nada, sino que la proclamación de la
independencia fue en realidad un vaso colmado de gotas que había comenzado como protesta
contra las restricciones impuestas por la metrópoli al comercio colonial, las manufacturas y la
autonomía política. Las colonias estaban amargadas por el control colonial ello desembocó a
un desagüe en forma de una lucha revolucionaria que dio vía libre a la creación de una
nueva nación.
El 7 de junio de 1776 Richard Henry Lee, en nombre de los delegados de Virginia en el
Congreso Continental, propuso la disolución de los vínculos que unían a las colonias con Gran
Bretaña. Esto, va muy en serio amigas. Esta propuesta fue secundada por John Adams de
Massachusetts, la resolución se aprobó el 2 de Julio.
Mientras tanto, para no perder ni un segundo de la futura libertad, un comité (designado el 11
de junio) formado por los delegados y casi estrellas del rock de EEUU: Thomas Jefferson,
Benjamin Franklin, John Adams, Roger Sherman y Robert R. Livingston, estaba
preparando una declaración acorde a la resolución de Lee. El 4 de julio fue presentado al
Congreso, que añadió algunas correcciones, suprimió apartados como el que
condenaba la esclavitud (me peta la cabeza: tanta libertad y tanta esclavitud), incorporó la
resolución de Lee y emitió todo ello como Declaración de Independencia. Como los
colonos estaban hasta el coño de tanta represión británica, fue aprobada por el voto
unánime de los delegados de doce colonias.
Empieza la marcha, ¡A bailar! Dicha declaración tiene visibles similitudes con el pacto
fundamental de Rousseau.
Tal y como defiende el pensador el pacto social, que es en este caso el pacto de la
Declaración de la Independencia, es un pacto hacia la comunidad proferido por todos los
individuos. El documento defiende el derecho a la insurrección de los pueblos sometidos a
gobiernos tiránicos en defensa de sus inherentes derechos a la vida, la libertad, la búsqueda
de la felicidad y la igualdad política. ¿No es precioso sobre el papel? Os pido perdón de
antemano por las arcadas que pueda suscitar tanta incoherencia y contradicción...
Pero hemos venido a pasarlo bien y, como dice mi padre, a nadie le amarga un dulce. Así que
vamos a salsear un poco y explicitar que en la declaración se escupe veneno con ganas contra
el rey Jorge III y su Gobierno. En verdad, dicha ponzoña ocupa la mayor parte del documento.
Pero también se consigna uno de los principios más revolucionarios jamás escrito
anteriormente: todos los hombres han sido creados iguales (¿Y los esclavos?). Y estos
hombres recibieron de su Creador (alarma: Dios entra en escena) ciertos derechos
inalienables. Entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; así,
para asegurar esos derechos, se han instituido los gobiernos entre los hombres, derivándose
sus justos poderes del consentimiento de los gobernados. De tal manera que si cualquier
forma de gobierno se hace destructiva para esos fines, es un derecho del pueblo
alterarlo o abolirlo, e instituir un nuevo gobierno, basando su formación en tales
principios, y organizando sus poderes de la mejor forma que a su juicio pueda lograr su
seguridad y felicidad.
Es decir, que por gracia divina todas somos iguales y tenemos el derecho a ser
felices y estar seguras, y de ahí emana un gobierno que se encarga de esta
tarea, pero si no lo hace bien, a tomar por culo y se crea otro mejor.
La Declaración concluía así: Nosotros, representantes de los Estados Unidos de América,
reunidos en Congreso general, apelando al Juez Supremo del mundo (Jesusito de mi
vida que eres niño Pocoyo) por la rectitud de nuestras intenciones, en el nombre y por la
autoridad del buen pueblo de estas colonias, declaramos y publicamos solemnemente que
estas colonias unidas son y han de ser estados libres e independientes; que han sido rotos
todos los lazos con la Corona británica y que cualquier conexión política entre ellas y el estado
de Gran Bretaña es, y debe ser considerado, totalmente disuelto; y que, como estados libres e
independientes; tienen todo el poder para declarar la guerra, concluir la paz, concertar
alianzas, establecer lazos comerciales, y llevar a cabo cualquier otro acto que los estados
independientes pueden realizar. “Y, para apoyar esta declaración, con la firme
confianza en la protección de la Divina Providencia, nosotros empeñamos
nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor” ¡Cómo les gusta el puto
dinero y mezclarlo con la puta religión!
Relacionando, en concreto, esta última línea con la concepción política de Rosseau diré que
el filosofo concibe la política como orden/pauta que ha de estar asociada a la fuerza de la
comunidad.
Vemos en la declaración de la independencia tal y como defiende Rousseau que el orden
social es una convención, algo no natural.
Rousseau nos comenta que en el estado de naturaleza el hombre era un animal vago y
aburrido sin más ocupación que la satisfacción de sus necesidades biológicas para la
supervivencia. Una especie de oso perezoso apático. Como estábamos aburridas como ostras,
nos planteamos quehaceres más complejos pero para ello, necesitábamos la ayuda de otros
seres humanos.
Lo que sigue es la transformación de la sociedad a través del pacto social, el cual según
Rousseau debió ser así aproximadamente: “Cada uno de nosotros pone en común su
voluntad, sus bienes, su fuerza y su persona bajo la dirección de la voluntad, y todos
nosotros recibimos en cuerpo a cada miembro como parte inalienable del todo”.
Insisto, que preciosura de idea sobre el papel.
Al instante, casi por arte de magia, se produce un cuerpo moral y colectivo, cual panal de
abeja con un gobierno de reinas, compuesto de tantos miembros como voces tiene la
asamblea, y al que el yo común le da la unidad formal, vida y voluntad. Rousseau va a
establecer, de este modo simultáneamente, la soberanía popular y la libertad individual.
Porque, al hacer el contrato con la comunidad, cada individuo está realizando también un
contrato consigo mismo, en tanto que, al obedecer a la voluntad general, está siguiendo su
propia voluntad (lo siento, pero no me lo creo). Como hemos visto en la declaración redactada
por Jefferson los Estados libres e independientes tienen todo el poder para: la guerra, la paz,
el importante comercio, y todo lo demás que les dé la gana realizar, incluida la esclavitud, ¿no?
El programa del Contrato Social se basa en el establecimiento de una forma de asociación
mediante la cual cada uno, se une al todo, cada individuo se une a todos los
diferentes EEUU creando un estado en comunión. Me desorino, pensando sobre todo
en las diferentes leyes actuales según el estado, en algunos estados los primos se pueden
casar y en otros es incesto, ¿imagínate hacer un “road trip” de primos casados en dicha
tesitura? Las risas, bordeando fronteras para no ser detenidas… jajajjaj
Para ir acabando, el pacto de Rousseau crea la voluntad general que ni es arbitraria ni se
confunde con las con la suma de las voluntades egoístas de las voluntades individuales de los
particulares. Entonces, aparece el concepto de soberanía, el soberano es la voluntad
general, la cual es inalienable, no se delega, el gobierno no es sino un ejecutor de la ley que
emana de la voluntad general, y puede ser siempre substituido, demasiado hippie hasta
para mí. Como vemos estas ideas tan bonitas quedan muy lejos de la sociedad
actual de los EEUU, sobre considerando que el desastre de la 2ª enmierda,
perdón, enmienda: propuesta en el 1791, protege el derecho del pueblo a poseer,
portar y utilizar armas en determinadas ocasiones. Teniendo en cuenta que la
declaración vio la luz dos años antes de que muriera el filósofo, me gustaría saber qué nos diría
hoy si se levantara de la tumba cual zombie buscando venganza por maltratar su teoría a
muchos niveles.
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