La lengua es un sistema de diferencias. Si cada significante propone otra cosa ¿Cuándo realmente llegamos a la cosa? ¿Hay una cosa primordial o, exagerando, la sustancia de las sustancias?
Cuando se trata de usar un signo
para una sustancia el ser humano tiene problemas con respecto a lo que imagina pero desconoce. Lo desconoce porque no ha llegado a un consenso y no llegará en lo que se
refiere a un signo, dado que un signo es demasiado opaco para iluminar; no es
ni exacto ni preciso, entonces la sustancia se forma por una red de
significados que pasan a ser un significante en el consenso, y se hace un poco
más significante en cuanto más académicamente se haga. Entre más
sabiduría, menos significante y más significado. Con el caso de la cosa es más problemático.
Notamos el caso de la cosa para la cosa, es decir, un signo necesita otro signo
para existir. Para este apalancamiento, ¿se debió necesariamente utilizar a la
sustancia primariamente? ¿O hay una cosa para la cosa? No hay una relación directa entre el
signo lingüístico y la realidad.
Esto quiere decir que el lenguaje es un sistema arbitrario
de signos. Una arbitrariedad que involucra una historia directa e intima con la
historia humana y su devenir, la arbitrariedad del poder. Es importante notar que la realidad y la historia
no tienen por qué coincidir, dado que, como historia con una prehistoria siempre se le debe minimizar por convención. La historia es el medio por el cual se manifiesta
nuestra libertad, la realidad es el ambiente donde se manifiesta este medio,
supongo que esto resuelve algunos problemas políticos; donde esta historia se resuelve como mediación a la realidad, como antítesis, es que se debe inventar la política. Es por tanto la
historia un requisito para el desarrollo de la lengua, esto es, ¿tienen los
nativos montañeses una palabra fácil para océano? ¿Tienen las civilizaciones
portuarias una palabra difícil para el mar? La historia forma una trama que
maquina nuestro lenguaje, desde ahí comienzan a gobernarnos los muertos, los muertos desde
la cultura, desde nuestras nociones de arte, desde las leyes que obedecemos, y los derechos
que creemos tener porque nuestros ancestros o bien fueron amos o esclavos. De todas formas, siempre el océano,
el mar, tienen otros significados, otros recovecos, se encuentran entre el signo y la sustancia, divididos por el poema y la prosa, tan dioses como nuestras venas.
Como la lengua es historia, hace historia, hace filosofía,
nace el estructuralismo. El lenguaje es una herramienta para la construcción de
identidades individuales y colectivas. Por ello el lenguaje está vivo, muta,
porque la historia muta con sus signos por otros signos, por otras historias tan violentas como las
otras, es así como la sintaxis ha significado desde el mundo antiguo: orden de
batalla. Que el lenguaje sea historia involucra que exista una historia de las matemáticas,
una historia del arte, una historia de las ideologías de género, las que precisamente
quieren cambiar el lenguaje, porque saben que cambiando el lenguaje cambian la historia. Tener el
curso de la historia, no es otra cosa que demostrar la potencia de obrar, pero
como su definición es la libertad, también la potencia de abstenerse de obrar, como, muy entre comillas, España en la segunda guerra. Cosa
curiosa, la verdad se defiende sola, pero es que la verdad no es otra cosa que
la realidad que los fuertes quieren escribir. Por lo que terminan negándola. La verdad es el papel donde
los titanes quieren dejar sus huellas.
La conciencia es la presencia de Dios en el hombre (Víctor Hugo). Es sólo la conciencia la que es capaz de ver la cosa y la sustancia, de separarlas y de conocer qué tan alejada está la una de la otra, pero a la vez de unirlas y de especular el lenguaje, por lo que la única respuesta posible a la pregunta: ¿Existe el signo del signo? La respuesta es la conciencia. Pienso, luego existo. Pero es que este pensar es el hecho concéntrico por referencia, una forma de significar el Yo, la sobrevivencia, un actuar de poder que cambia la realidad, pero, para decirlo en términos hegelianos, que cambia la razón. La conciencia es la única evidencia de que existe el signo. ¿Pero, que la conciencia dude de la sustancia, implica que la conciencia sea una sustancia? La conciencia duda de sí misma, la conciencia duda de la sustancia en cuanto no la puede atrapar, bajo esta propiedad, la conciencia cumple este requisito. ¿Habrá otros?
Si existe algún conflicto entre el mundo natural y el moral, entre la realidad y la conciencia, la conciencia es la que debe llevar la razón (Henry F. Amiel). La conciencia lleva la razón, mas la realidad la tiene, como el vinicultor que extrae la uva para comenzar el proceso del vino, de lo báquico, del misterio, de las estructuras del conocimiento y de la cultura, para poder extraer el jugo de la fuerza, de la dominancia, del poder del Übermensch, para dominar el lápiz que escribe porque conoce las reglas de esta arquitectura. La conciencia inventa sus propias razones, ¿es sustancia, es signo, da a luz signos? Quizás sólo queda pensar que ni se crea ni se destruye.
La conciencia según el pensamiento oriental no cambia, es eterna, pero es adquirida en porciones parciales para el sujeto. Según la problemática, no siempre el sujeto es consciente, ni tampoco hay garantía que el sujeto en algún momento del tiempo, llegue a tener conciencia, por tanto, la conciencia puede no ser una característica del sujeto, puede que venga de otra parte, puede que entre en contacto en nuestra realidad pasando por el filtro del sujeto, para luego marcharse. Una especie de arista que entra fácilmente en el ámbito religioso, aunque en el budismo, que habla bastante de la conciencia, y que es catalogado como la religión atea por antonomasia, curiosamente, se marca como una conexión con lo que somos, mientras que el sujeto está atado a sus pensamientos, a sus emociones y a sus relatos, a la batalla entre realidad y razón. Prehistoria para historia, historia para prehistoria, susurrando los símbolos en todo momento. Como negándose a sí mismo, el sujeto llega a los extremos de su todo, radialmente, y si no es por sí, si es en sociedad, en constante cambio.
“El problema central de la filosofía.
Relación de la palabra con el objeto... ¿Qué es una palabra? Un signo
arbitrario. Pero vivimos en las palabras. Nuestra realidad, entre palabras, no
cosas. No existe cosa tal como una cosa, de cualquier modo; una Gestalt en la
mente. Entidad... sensación de sustancia. Una ilusión. La palabra es más real
que el objeto que representa. La palabra no representa la realidad. La palabra
es la realidad. Para nosotros, de cualquier modo. Quizá Dios llegue a los
objetos. No nosotros, sin embargo” (Philip Dick). Quizás por ello el sujeto tiene la ilusión
que la conciencia se le va, porque la conciencia es una ilusión. Considera la posibilidad de que a Dios no le agradas. Puede que Dios nos odie tanto que su castigo, nuestra vida en la tierra, no sea más que un castigo
mental, un castigo psicológico, estar sujetos a estas palabras como si fueran el mundo. Como si el lenguaje formara parte de la
expiación y la condena, un medio artístico humano y divino, a través del cual
podemos amasar nuestra lejanía con las cosas, y las palabras jugaran con esta polaridad de
los signos que no acaban, ni se sabe de dónde viene.
Para que tu mano derecha ignore lo que hace la izquierda,
habrá que esconderla de la conciencia (Simone Weil).
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